Acaba de saltar a la
prensa una noticia de carácter bíblico arqueológico. Han descubierto en Egipto,
cuando estudiaban la carcasa externa que envolvía y componía la cara de una
momia, unos papiros que podrían ser el documento más antiguo del evangelio de
Marcos.
Bien. No hay problemas. El
descubrimiento, siendo cierto, no ha causado ni conmoción mediática ni
académica. No ha causado conmoción mediática, evidentemente, porque se trataría
(en caso de que se confirme por los técnicos), de un «evangelio canónico», o
sea «oficial». Los «medios» se ponen contentos cuando lo que aparece es un
documento apócrifo y durante unos días, o incluso meses, lanzan toda su
artillería pesada contra los textos oficiales de las iglesias cristianas. Este
no es el caso.
Lo únicos que se han
puesto muy contentos, son, curiosamente, los «fundamentalistas» cristianos,
sean de la confesión cristiana que sean, que en esto todos coinciden: «¡es el
texto más antiguo editado de Marcos! ¡Podemos acercarnos aún más al testimonio
escrito de los evangelistas!». Y concluyen: «¡no tienen razón los que insisten
en el papel de la comunidad a la hora de redactar los textos!». En el fondo dicen:
«preferimos un solo redactor, que tomase casi al pie de la letra, o al menos
pusiese por escrito los recuerdos de las palabras de Jesús, estando él
presente, a que haya un trabajo de una comunidad que recuerda, escribe y pasa
por el tamiz de la vida las palabras y gestos de Jesús». Es un problema más de
«verificar» los «ipsissima verba Iesu» (las mísmísimas palabras de Jesús) que
un problema de acoger y escuchar en la fe los textos canónicos de la Iglesia.
Este, siendo importante,
no es el «descubrimiento» esperado por los científicos. Este sería, en todo
caso, el descubrimiento del «documento Q». Explico brevemente para los
lectores.
Los evangelios de Mateo y
Lucas (no es el caso del evangelio de Juan), coinciden en buena parte de su
evangelio, siendo que fueron escritos en momentos distintos, por personas
distintas, y que con mucha probabilidad no se conocieron entre ellos. Esto es
así.
1) En primer lugar, ambos coinciden con buena
parte del evangelio de MARCOS. Hoy se admite como algo cierto que Marcos fue el
primero en escribir, el que hizo «el guión» (hablando en términos que
entendamos todos), y tanto Mateo como Lucas se sirvieron de este guión, con
matices propios y con textos propios de cada uno, para escribir sus evangelios.
Es un problema tan antiguo como los mismos evangelios; se conoce como «el
problema sinóptico», porque afecta a tres evangelios (Mateo, Marcos y Lucas) que
se pueden leer «de un solo golpe de vista» (en griego sinopsis).
2) Tanto Mateo como Lucas
siguen a Marcos también en el contenido fundamental, pero luego tienen TEXTOS
QUE COMPARTEN, que no están en Marcos: por ejemplo el «Padrenuestro», las
«Bienaventuranzas» etc.
3) Por fin tanto Mateo como Lucas tienen TEXTOS
PROPIOS, de cada uno de ellos por separado: la parábola del «Hijo pródigo» o
del «Buen samaritano» solo las encontramos en Lucas. Por el contrario, la parábola
del «Juicio final» es propia de Mateo (para indicar solo las más conocidas).
Resumiendo, hablamos de
«tres partes». Pues bien, si una parte
del evangelio de Mateo y Lucas se explica porque sigue a Marcos, y otra parte
del evangelio se explica porque ellos aportan «textos propios» de cada uno,
¿cómo se explica esa «tercera parte», muy importante, LOS TEXTOS QUE COMPARTEN,
que no es ni de Marcos ni de fuentes propias?
La mayoría de los
estudiosos hablan de una fuente, la «fuente Q», inicial de una palabra alemana
que significa «fuente» (quelle), por
lo que la traducción del título es en sí mismo una redundancia. Esta fuente Q proporcionaría este material que
tanto Mateo como Lucas usan en su evangelio y en el que solo los dos coinciden.
Esta hipótesis tiene a su favor que solucionaría la mayor parte de los
problemas que se plantean cuando se comparan los tres textos evangélicos
sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Pero, tiene un grandísimo problema: no
tenemos ninguna constancia arqueológica que testimonie su existencia. Nadie ha
encontrado nunca un minúsculo papiro o fragmento de papiro que diga: esta es la
«fuente Q». Ese es su punto más débil.
¿Se podría encontrar? ¿Es
razonable pensar que exista? Sí. La «fuente Q» no sería propiamente un
«evangelio» bien redactado, bien compuesto, bien compensado, como los que
tenemos. Sería una especie de «colección» de «dichos de Jesús», sin redactar.
¿Es posible? Sí, porque tenemos algo parecido, original, y por tanto equiparable: el llamado
«Evangelio de Tomás» conocido y aceptado por la crítica académica universal, si
bien es un texto apócrifo de carácter gnóstico.
Si tenemos en nuestras manos, se puede leer (por
supuesto que está editado en castellano), un libro de «dichos de Jesús», ¿por
qué no pensar que también hubo de verdad, no es una quimera, una «colección
editada de dichos» distinto a este, del que pudieron beber tanto Lucas como
Mateo? La hipótesis no solo es plausible, sino que se ha reconstruido este
posible «documento Q» de forma científica. También se puede conseguir en
castellano.
Dicho esto me pregunto,
¿cuál es la verdadera noticia que conmovería los estudios de los evangelios? La
aparición, aunque fuera minúscula y fragmentaria, de esta fuente Q tan deseada
por los investigadores.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
23 de Enero de 2015
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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