Mañana es la fiesta de los
«Reyes Magos». Es una fiesta oriental en occidente. Desde aquí mi recuerdo a
todos los cristianos perseguidos de Siria e Irak, uno de los lugares donde
nació la Iglesia y de donde proceden estas tradiciones.
Si leemos el evangelio de
Mateo (años 80-90 de la era cristiana), que para muchos exegetas se edita en la
comunidad de Antioquía (hoy Siria), el texto solo dice «Magos». No habla para
nada de «reyes». Tampoco nos dice sus nombres; sí nos informa de que le
ofrecieron «oro, incienso y mirra». Los personajes se inscriben en la historia
de Herodes el cruel, que había decretado la matanza de todos los niños menores
de dos años para que nadie le usurpase el trono. Lo importante en el evangelio
es que unos «sabios extranjeros» reconocen a Jesús como Mesías y le adoran:
Jesús es para todos los pueblos de la tierra.
Podemos
investigar un poco más. Si leemos el texto más antiguo donde aparecen estos
personajes, la «Cueva de los tesoros» en cualquiera de sus tres versiones
(versión siríaca occidental, siríaco oriental o árabe, siglos III-IV), habla
también de «Magos», si bien hace referencia a unos «reyes».
‘Los Magos vieron al anciano José, a María y
al recién nacido. Estaban estupefactos. Pero sus entendimientos no dudaron,
sino que cuando vieron toda aquella humilde pobreza, se acercaron con temor a
adorarle respetuosamente. También le ofrecieron sus presentes, el oro, la mirra y el incienso’ (La cueva de los tesoros. Versión siriaca. Texto
de la recensión occidental. Cap. XLVI, 9; Ciudad Nueva, Madrid 2004).
Esta tradición antiquísima de la Iglesia siria explica
el porqué de esta confusión:
«Fueron
llamados magos a causa de la túnica que vestían, pero en realidad eran reyes.
Seguían la costumbre de los reyes paganos, que cuando hacen sacrificios a sus
dioses emplean dos vestiduras: la del reino en el interior y la de la magia en
el exterior’ ((La cueva de los
tesoros. Versión siriaca. Texto de la recensión occidental. Cap. XLVI, 3;
Ciudad Nueva, Madrid 2004).
En aquellas zonas
orientales, en los alrededores del monte Ararat (hoy frontera entre Turquía y
Armenia), se extendía en la antigüedad el gran reino de Armenia, hoy reducido a
unas ciudades en las faldas del Cáucaso. Los armenios son el primer reino
cristiano de la historia, anterior incluso al propio Constantino el Grande
(comienzos del siglo IV d.C.). Los armenios tienen su propia versión de la
infancia de Jesús. En sus textos nos dicen que eran persas, que eran reyes, y
nos proporcionan sus nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar:
‘Un ángel
del Señor se apresuró a ir al país de los persas
para prevenir a los reyes magos y ordenarles que fueran a adorar al niño recién
nacido (…) Los reyes eran Melchor,
Gaspar y Baltasar’ (Evangelio
armenio de la infancia, V, 10; en: A. de Santos, Los evangelios apócrifos, BAC
148, Madrid 1975).
Nosotros somos «cristianos
de occidente». Eso de los «reyes» suena a estirpe monárquica, a «casa real», a
«linaje», a «sangre azul». Con la que está cayendo algunos se quedan con lo de
«magos» y quitan lo de «reyes». Un amigo mío me decía antes de ayer haciendo un
juego de palabras: «bueno, a mi encanta la fiesta de los reyes, aunque soy
republicano». A mis sobrinos, a los hijos
de mis amigos, a todos los míos les encanta este «día monárquico» en sus
términos, aunque algunos de ellos tengan «corazón republicano».
Occidente le debe mucho a Oriente. Los cristianos
de occidente hemos bebido, y seguimos bebiendo, pues la Biblia nace en las
tierras orientales, de aquellas fecundas aguas y de aquellas imprevisibles
tierras, ya desérticas, ya feraces en extensas vegas.
¿Por qué seguir celebrando
nosotros, en occidente, el día de los «reyes magos» aunque, una vez más, los «merchandaisings» de la sociedad
de consumo se apropie de la fiesta, la desvirtúe y la corrompa haciendo de ella
un motivo para adorar al dios dinero? Por muchas razones.
Primera, porque es una
fiesta cristiana. Celebramos que «Dios es para todas las naciones de la
tierra». Dios no es occidental. Tampoco oriental. Dios es Dios. Los tres
personajes engloban a todos los pueblos y naciones que reconocen en Jesús a
Dios, y lo adoran.
Segunda, porque es una
fiesta de los niños. Fiesta para soñar, para abrir los ojos y la boca en una
caras únicas, para dormir con un ojo abierto y otro cerrado, para oír a los
reyes entrando por el balcón y dejando unos regalos magníficos, para ir a
entregar la carta a los pajes de los reyes, con la seguridad de que se la van a
entregar y van a saber qué han pedido…
Tercero, porque es una
fiesta con sabor a «antaño y hogaño». No podemos permitirnos el lujo de arrasar
con el pasado y no querer luego pagar los cristales rotos, las consecuencias.
Esta fiesta nos ata a nuestro pasado más tierno, más humano, más nuestro.
Entendamos la palabra «tradición», bien encajada. Los «reyes magos» forman
parte de nuestro paisaje cultural, de nuestras canciones y villancicos, de
nuestros recuerdos como pueblo.
Cuarto, porque en un mundo
que rompe con lo simbólico y sólo nos encamina a lo material, hay que optar por
lo poético, por lo ensoñador, por lo gratuito, por lo emblemático, por lo
simpático. Somos humanos que sueñan y juegan y ríen y hacen bromas para vivir.
¿Os sirven algunas de
estas razones? ¿Cuáles son las vuestras? De cualquier forma, «buenos reyes» a
todos.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
5 de Enero de 2014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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