Hace ahora poco más de una
semana que, tras los atentados de París, todo el mundo occidental (o muchos al
menos) salieron a la calle a decir «Yo soy Charlie» (Je suis Charlie), en solidaridad con los asesinados en el ignominioso
y execrable atentado; también en apoyo a la «libertad de expresión» (al menos
tal como ellos la entienden). Otros, los menos, se apresuraron a decir «Yo no
soy Charlie», entre el desconcierto generalizado, por no ponerse del lado de
los humoristas franceses.
No he podido evitar recordar
que solo hace unos meses se hizo una campaña igual, esta vez en apoyo a los
cristianos de Irak que eran asesinados salvajemente (crucificados y
decapitados) después de que les identificaban como «Nazarenos», esto es,
«cristianos». Entonces saltó a los medios de comunicación como símbolo la «N»
en árabe. Muchos la asumimos y la poníamos diciendo que «Yo también soy
nazareno». Esa campaña, hoy olvidada, pasó sin pena ni gloria entre los medios
burgueses de comunicación.
Acabo de ver hace unos minutos
que se ha lanzado otra campaña diciendo «Yo soy Nigeriano», en solidaridad con
los cristianos de Nigeria asesinados un día y otro por los yihadistas. Es terrible:
los burgueses laicistas franceses, descreídos
y volterianos (lo dijeron ellos mismos) se ríen del Islam, y los yihadistas en
respuesta matan a los pobres cristianos
de Nigeria. ¿Lo entiende alguien? Yo no.
Otras variantes, no
religiosas, de este «yo soy» las vemos por doquier. Entre los parisinos,
algunos apoyaban a los muertos hebreos y decían «yo soy judío». Menos solemne,
pero también significativo: el canto que apoya a la selección española (con
segundas y terceras lecturas obvias) es: «yo soy español, español, español»….
¿Qué podemos decir del «yo
soy»? A nada que uno tenga un poco de cultura bíblica, recordará cómo Moisés,
huido de Egipto, no conoce al Dios de Israel; había sido criado en la corte del
faraón. Dios se le presenta diciéndole «YO SOY el Dios de tus padres, el Dios
de Abrahán, de Isaac y de Jacob» (Éx 3,6). Evidentemente no es una propuesta
metafísica, sino un recordatorio de identidad «yo soy el mismo Dios que ha
acompañado a tu pueblo en la historia». En el mismo capítulo, cuando Dios se
empeña en enviar a Moisés a Egipto y este se resiste, preguntándole quién eres
tú, él dice: «YO SOY» (Éx 3,14). Sigue siendo un texto difícil de interpretar;
¿qué quiere decir Dios con este título? Unos proponen una lectura metafísica:
«Yo soy el que es, la esencia». Otros una lectura de presencia: «Yo soy el que ‘estoy’
(con mi pueblo). Otros una lectura existencialista: «Yo soy el que existe».
Otros dicen simplemente que Dios no dice su nombre para que nadie lo domeñe, lo
use, lo manipule: Dios es Dios y eso basta.
Siguiendo con los textos
bíblicos, es sabido que San Juan retoma esta afirmación del «Yo soy» para
revelar a Jesús. En su evangelio podemos leer: «Yo soy el camino, la verdad y
la vida» (Jn 14,6); «Yo soy el buen pastor» (Jn 10,11.14), «Yo soy el pan de
vida» (Jn 6,35.48); «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12); «Yo soy la vid» (Jn
15,1.5).
Dicho de otra forma, el
«yo soy» tiene un trasfondo bíblico innegable, que no tiene que ver con la filosofía griega, sino con la revelación de Dios. San Juan llega a decir, en un texto que pertenece desde entonces a toda la humanidad con inteligencia sensible, «Dios es amor» (1Jn 4,8).
En el mundo de la cultura
griega el «yo soy» tiene una dimensión distinta a la bíblica. Nos movemos en el
campo del «ser», de la «esencia». Primero, de la identidad:
«yo soy blanco y no negro». También en el campo de la pertenencia: «yo soy
católico y no soy musulmán». Aceptamos también una pertenencia simbólica, en el
campo de la solidaridad: «yo soy irakí o nigeriano», aunque no lo sea, pero me
identifico con su causa.
Los filósofos que estudian el
complejo mundo actual, suelen decir que el síntoma de la modernidad es el «nadismo»
(técnicamente, «nihilismo»): No merece la pena «creer en nada»; después de la
vida «no hay nada»; yo, personalmente, «no creo en nada»; «nada» merece la pena
en este mundo… Eso oímos que muchos dicen y repiten.
Pues bien, lo contrario a la «nada» es el «ser». Los burgueses
laicistas franceses, herederos de Voltaire y reivindicadores de Nietzsche,
profeta del «nihilismo», acaban de descubrir que no quieren la «nada», sino el «ser».
Ellos han proclamado «je suis Charlie»; o sea, necesitan saber quiénes son, con
quién están, con quién se identifican. Por el contrario, los que no se
identifican ni están con los hirientes viñetistas del semanario francés se han
desmarcado con rapidez diciendo , «¡no, no, yo no soy Charlie». Ya lo dijo
Shakespeare, «Ser o no ser, he ahí la cuestión». Ser algo o no ser nada,
diríamos nosotros.
Es importante saber quién es cada uno, y con quién está. Las
identidades son muy importantes. Yo, personalmente, digo que «soy nazareno de
Irak», que «yo soy cristiano de Nigeria», y recordando el antiguo catecismo que
comenzaba preguntando «¿eres cristiano?», yo respondo «soy cristiano, por la
gracia de Dios».
Pedro Ignacio Fraile
Yécora
19 de Enero de
2015
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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