Ayer me introduje
en el complejo mundo de la política y la fe cristiana. La puerta de acceso que
elegí fue la de la «dignidad humana», que no es de nadie en particular, porque
la lleva inscrita el ser humano. Una dignidad que para los cristianos adquiere
su sentido pleno a la luz de Cristo.
Hoy doy un paso
más. Me adentro por las sendas de la libertad y la política. La libertad
tampoco es «propiedad particular» de nadie, porque lo es de todos. Es un bien
escaso, o que lo hacemos escasear. Como el pan: hay pan para todos, pero no
está bien repartido.
Recuerdo que cuando
era estudiante nos hablaban de las «teologías de genitivo»: al sustantivo había
que añadir un «de» que explicara e hiciera más concreta la materia; así
hablábamos de «teología de la liberación», «teología de la esperanza»,
«teología del trabajo» etc. Podemos usar este símil, para hablar también de los
«genitivos» que se adhieren a la palabra libertad: «libertad de expresión»,
«libertad de culto», «libertad de prensa», «libertad de asociación», «libertad
de conciencia»… Me pregunto: ¿Acaso se puede dar una sin las otras? ¿Puede
existir la libertad de culto si no hay libertad de conciencia y de expresión?
¿Puede existir la libertad de prensa si no hay libertad de expresión y de
asociación? Así, hasta el infinito.
La libertad siempre
ha estado mal vista por los «controladores» a lo largo de la historia humana.
Aunque es una simplificación, meto en el mismo grupo a los «controladores
políticos», a los «filosóficos», «movimientos sociales» y a los «religiosos».
En todo el orbe y en todas las circunstancias sociales han brotado como setas
personas o grupos de presión que querían «controlar la libertad». Distintas en
las formas y en los argumentos, pero todas con un elemento común: prohibir un
grupo, una idea, una asociación, un pensamiento…
A los
«controladores», máxime si este control es ideológico, les pone muy nerviosos
que les salgan respondones con argumentos que contravengan el «pensamiento
oficial» o el «pensamiento único». Esto pasaba antes (las múltiples
inquisiciones de muchos grupos de toda índole, no solo de la Iglesia) y pasa
ahora: ¿quién se atreve a opinar de forma libre ante una mayoría aplastante que
dice que representa a un «consenso»? Dicho de forma más fina, los
«liberticidas» no soportan a los profetas. Profeta no es el brujo del pueblo,
sino la persona que habla y actúa con libertad. Un brujo no es peligroso; un
profeta puede ser peligroso, porque nadie le controla, porque es libre.
La profecía
pertenece a la humanidad, no a ninguna religión concreta: Gandhi, que murió
como hindú, fue un profeta de la «no violencia». Martin Luther King, pastor
baptista, fue un profeta de la justicia social que defendió a los negros de
EE.UU. Monseñor Oscar Arnulfo Romero fue un obispo profeta que defendió a los
más pobres de “El Salvador” que sufrían todo tipo de violencia. Madre Teresa de
Calcuta, religiosa católica, fue una profeta de la defensa de los más pobres de
los pobres, de los parias que morían por las calles de Calcuta. Todos tenían en
común que eran libres y que no tenían miedo a los «controladores ideológicos».
La fe bíblica tiene
un fundamento de libertad en sus orígenes. Los especialistas en Biblia nos
explican que cuando el pueblo de Israel, después del exilio, quiere escribir su
historia, se encuentran con dos tradiciones de sus orígenes: una la patriarcal,
que desarrolla la memoria de un pueblo peregrino, extranjero en tierra ajena,
que conferirá a Israel la condición de ser un pueblo que solo adora y sirve a
Dios. La segunda tradición de sus orígenes nos lleva a Egipto: éramos un pueblo
de esclavos, y Dios nos liberó para que fuéramos libres. El paso del mar Rojo
es el paso de la esclavitud (muerte en vida) a la libertad (una libertad
costosa, pues el desierto es una travesía que hay que realizar), para llegar a
la Tierra prometida. El pueblo de Israel se entendió y comprendió siempre, y se
sigue comprendiendo, como un pueblo de personas libres.
Los cristianos
leemos el Antiguo Testamento, pero nuestra referencia última es siempre Jesús,
el Hijo de Dios. Jesús pertenece a esta tradición profética de las personas que
hablan y actúan en todo momento con libertad. Jesús se enfrenta a los escribas
y fariseos porque «atan cargas pesadas e insoportables, y las ponen sobre
las espaldas de los hombres, pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas»
(Mt 23,4); Jesús se dirige directamente, sin rodeos, al fariseo que le ha
invitado a comer a su casa y que critica a la mujer que le lava los pies: «Simón,
tengo que decirte una cosa» (Lc 7,40); Jesús va a comer a casa de Zaqueo,
odiado por todos, sin que le importe el qué dirán “porque el Hijo del Hombre
ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,9). Jesús es
libre y actúa con libertad, curando en sábado, realizando en el Templo de
Jerusalén una acción de protesta simbólica. Jesús era libre porque su fundamento
estaba en Dios y en el Reino; los evangelios nos dicen que se retiraba al monte
a orar, y pasaba la noche orando (Mt 14,23; Mc 6,46; Lc 6,12). Quizá lo más
sorprendente de la actuación libre de Jesús fue su comparecencia primero ante
el Sanedrín, luego ante Herodes, y por fin ante Pilato. No fue un juicio, sino
una parodia, en la que sabían de antemano que le iban a condenar a muerte. La
autoridad de las respuestas de Jesús ante sus jueces, libre y valiente a la vez
que digno, siguen suscitando el respeto de todos, creyentes o no.
San Pablo
comprendió que toda la vida entregada de Jesús tenía una clave fundamental en
la libertad, y los cristianos solo podemos ser libres; y así lo expresó: «para
ser libres nos ha liberado Cristo» (Gal 5,1). El cristiano no está llamado
a vivir bajo el yugo de ninguna esclavitud, pues la libertad es un don de Dios,
que ha sido llevado a plenitud en la vida libre y entregada hasta el final por
Cristo. Un cristiano solo puede ser libre.
Volvamos al
encabezamiento: cristianos y política. Si un cristiano solo puede ser «libre»
para hablar y para actuar, ¿quién le podrá callar? Las consignas, sean las que
sean, se llevan mal con la libertad de los cristianos. Las manipulaciones de la
verdad, las verdades a medias, las falsas verdades, se llevan mal con la
libertad de los cristianos. El cristiano se debe «embarrar» en política, porque
la política es el arte de la convivencia, pero el cristiano no puede venderse
ni a las consignas que van contra su conciencia, ni aceptar por bueno lo que no
lo es para el ser humano, ni venderse a los que suben a costa de pisar a los
pobres. El don de la libertad, don de Dios que llevó a su máxima realización
Cristo, es un don enraizado en el «adn de los cristianos».
Pedro Ignacio Fraile
28 de Junio de 2017
Que con nuestro amigo Pablo ," el mayor después del único," celebres tu santo con la alegría
ResponderEliminary felicidad que proporcionan los buenos amigos y cuantas personas te recordamos.
Isabel Morte
Zaragoza.