Todos los
viajes abren la mente. Lo peor que le puede pasar a una persona es no haber
salido nunca de su calle, de su casa o de su pueblo y explicar a todos cómo
funciona el mundo y cómo se comporta el ser humano. A eso se llama, suavemente,
presunción; mucho más fuerte, necedad. Podríamos decir en su defensa que hay
personas ‘leídas’, ‘instruidas’, con la ‘sabidurencia’ de los mayores, de las
tradiciones, del saber posado y reposado. No olvidemos que en la antigüedad la
sabiduría para la mayor parte de las personas se adquiría no en largos viajes
(que sólo hacían unos pocos privilegiados o los soldados, que pateaban los
caminos de los imperios), sino en las tertulias al calor del hogar en invierno
y en las fogatas al aire libre en verano. Me dirijo, más bien, a los nuevos
predicadores de hoy que sólo saben lo que han visto en la tele (de forma no
crítica) o que repiten sin criterio lo último que han escuchado.
El viajar a
Tierra Santa te obliga desde el primer momento a que reorganices tus
conocimientos religiosos. Es como si te dijeran, sin pedirte permiso: «ponga
usted orden en estas palabras: Biblia, Corán, Escrituras, Palabra de Dios,
Evangelios canónicos, evangelios apócrifos…». No te dan tiempo, porque el
«guía» o comentarista va pasando de una a otra con rapidez, sin pararse a
matizar. El último día (esto me ha pasado más de una vez), un peregrino que
tiene más confianza te dice: «bueno, Pedro,… me parece que me voy a tener que
poner a estudiar».
Es evidente
que hay que hilar muy fino. Por ejemplo, si usted es cristiano ¿piensa que el
Corán es la «Palabra de Dios»? ¿los ortodoxos judíos, que leen sin descanso en
unas curiosas «bibliotecas-sinagogas», conocen y valoran el Nuevo Testamento?
Los musulmanes, que incorporan a Jesús como «profeta» y a María como «madre del
profeta Jesús, ¿cómo leen en su conjunto la Biblia cristiana? Dicho de otro modo: no todas las personas le
damos el mismo «valor» religioso a todos los libros de las religiones
monoteístas. No todos tienen para nosotros el mismo carácter «normativo».
Los temas hay
que afrontarlo desde distintas perspectivas; por eso pregunto lo mismo desde
otro punto de vista; veamos: ¿puede tener un cristiano en su casa, y leerlo,
aunque no sea musulmán, un Corán? ¿Puede tener un judío en su casa, y leerlo,
aunque no sea cristiano, unos «evangelios»? ¿Puede tener un musulmán, en su
casa, y leerlos, aunque no sea cristiano, una Biblia? ¿Puede una persona no
adscrita a ninguna religión, tener en su casa y leer unas «Escrituras» de los
judíos, una «Biblia» cristiana y un «Corán»? Por supuesto que sí. Los textos
sagrados de una comunidad religiosa son «patrimonio de la humanidad». Se puede
dar el caso, y de hecho se da, que una persona conozca perfectamente una
religión, que cite incluso de memoria sus textos, pero que no pertenezca a
ella. En este mundo de la expresión religiosa, «tener conocimientos» de una
religión no quiere decir que «se profese» esa fe que se conoce.
Hay una
postura que no vale; es el decir: «no me interesa lo que digan otros; yo sólo
leo la Biblia»; indica bien poca inquietud cultural, bien inseguridad en tu fe
y criterios. Tampoco vale el decir: «todas dicen lo mismo», porque no es cierto;
las diferencias son importantes y no podemos solucionar un tema abierto
reduciéndolo a una especie de «todo el mundo es bueno», «lo mismo da Juana que
su hermana».
Tierra Santa
te «abre el apetito» de las religiones monoteístas. Las preguntas se acumulan
una tras otra ¿Por qué hoy sigue siendo tan importante la religión? ¿Por qué
una religión, mal planteada, puede degenerar en fundamentalismo y en violencia?
¿Por qué escuchar un texto antiguo y ver en él que Dios está diciendo algo muy
importante? Es más, ¿por qué aceptar como «normativo» para tu vida unos textos,
a los que les das el carácter de «canónicos»? Como dice el peregrino que me
tiene confianza: «Pedro, ¡me tengo que poner a estudiar!»
Por concluir
esta primera «lección» del «Curso de Biblia en Tierra Santa», una última
reflexión. El peregrino «escucha» con el corazón la Biblia, que para el
creyente es «Palabra de Dios», y con los ojos «lee» la Biblia que se presenta de
forma plástica ante él. El peregrino escucha con los ojos cerrados las palabras
de Jesús en el evangelio y asiente: «son palabras de vida»; luego abre los ojos
y dice: «esta es tu tierra, Jesús, que amabas; éste es tu paisaje, estas son
las costumbres de tu gente…». El peregrino va con el corazón abierto, muy
abierto, para que sea Dios el que se lo llene; en la mochila… la «Biblia», los
«evangelios», para releer con los ojos, repasar con el corazón, y saborear muy
despacio, muy quedamente.
Si el tiempo lo permite… seguirán estas «lecciones de Biblia
en Tierra Santa».
Pedro Ignacio Fraile Yécora . 27
de Mayo de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario