Estos apuntes son míos. Los preparé hace unos años para una catequesis sobre la oración y el padrenuestro. Los puede utilizar todo el que quiera; eso sí, que respete la autoría, y no diga que son suyos. También son mías las fotos. Las he tomado todas en Tierra Santa. Las dos cosas, texto y fotos, si sirven para que alguien se acerque al Padrenuestro, ¡bendito sea Dios!
Pedro Fraile
1. INTRODUCCIÓN
1. La necesidad de la oración
San Lucas nos cuenta cómo un día los discípulos, al ver que
Jesús rezaba frecuentemente y con gran intensidad, le dijeron: ‘enséñanos a rezar’. Parece ser, por lo
que dice el texto, que Juan Bautista también enseñaba a sus discípulos: ‘Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a
sus discípulos’. (Lc 11,1). Las diferencias son grandes; primero porque son
dos personas muy distintas: Juan no es el Mesías, sino su «anticipador», su
«precursor», el que «prepara el camino». Jesús, por su parte, es el Mesías de
Dios; el que «cumple», el que «lleva a término» la obra del Padre. En segundo
lugar porque no sabemos cómo rezaba Juan, pero sí que sabemos cómo rezaba
Jesús. Tenemos sus palabras, su «enseñanza». En Jerusalén, en el Monte de los
Olivos, se conserva una gruta que se conoce como la «Gruta de las Enseñanzas».
Allí se recuerda cómo Jesús enseñaba a orar, y hoy se hace memoria del
Padrenuestro. Las Carmelitas cumplen allí la invitación de Jesús.
Siempre sorprende que Jesús rezara. ¿Acaso no era el Hijo de
Dios? Precisamente por eso. No se trata de una dificultad, sino de una
consecuencia lógica. Por ser el Hijo de Dios necesita pasar horas de intimidad
con su Padre. Jesús no hace su voluntad, sino la voluntad de su Padre. La
voluntad del Padre no es algo aprendido, sino «aprehendido», que nace de su
identificación con su Padre y de largas e intensas horas de oración. Entre los
cuatro evangelios, en san Lucas la oración de Jesús tiene gran importancia. Por
eso vamos a comenzar viendo algunos de sus rasgos.
a) Jesús se retira con frecuencia a orar.
Jesús se retira a
orar en plena misión. No puede hacer presente el Reino, anunciarlo, como si
fuera una cosa secundaria, sin importancia. La gente busca a Jesús, pero él no
cae en la tentación del «activismo», sino que se retira a orar. Es lo primero
de todo, antes incluso que «hacer cosas»: ‘Su fama se extendió mucho, y mucha gente acudía
para oírlo y para que los curase de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios para orar’ (Lc 5,16)
Jesús ora antes de elegir a sus apóstoles. La elección de los apóstoles, dice san Lucas, fue
precedida de una larga oración de toda la noche. No en vano los apóstoles son
«enviados» de otro. No dicen lo que ellos quieren, sino que transmiten y
comunican lo que «otro», en este caso Jesús, les dice. El momento es tan
importante que la oración lo ilumina todo: ‘Por aquellos días fue Jesús a la montaña a orar y pasó la noche orando a Dios. (Lc 6,12)
b) Lo hace en los momentos más importantes de su vida.
En el Bautismo:
El bautismo marca el comienzo de su misión. Es el momento inicial de toda la
vida de Jesús. Una misión de ‘Hijo’, de ‘Siervo’, no de ‘Potente emperador’. En
este momento crucial, Jesús está orando y la voz del Padre lo confirma como
Hijo que hace su voluntad. ‘Después de bautizar Juan al pueblo y a Jesús,
aconteció que, mientras Jesús estaba
orando, se abrió el cielo, descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal,
como una paloma, y se oyó una voz del cielo: "Tú eres mi hijo amado, mi
predilecto". (Lc 3,21)
En la
Transfiguración. Cuando Jesús deja Galilea y se encamina hacia Jerusalén,
se retira a orar. Es una decisión fundamental, pues sabe que emprende el camino
que le lleva a enfrentarse con las autoridades religiosas y que, probablemente,
las consecuencias serán trágicas. La voz del Padre confirma que ese es su Hijo,
en quien se complace. ‘Unos ocho días después Jesús tomó consigo a Pedro,
a Juan y Santiago y los llevó al monte a
orar (Lc 9,28). San Lucas
insiste en que todo sucedió en plena oración: ‘Mientras él oraba, cambió
el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una blancura
resplandeciente.’ (Lc 9,29)
La experiencia de la
oración del Tabor la podemos unir a la decisión de seguir su viaje a Jerusalén;
decisión confirmada por el Padre. San Lucas nos dice unos versos más
adelante que ‘Jesús tomó la decisión de
ir a Jerusalén’. (Lc 9,51). La experiencia del Tabor no es la de huir del
mundo, sino la de ponerse en oración, en las manos de Dios, para descubrir su
voluntad. Es necesario pasar por el Tabor y escuchar la voz del Padre para que
no hagamos lo que nosotros queramos, sino lo que quiere Él; por otra parte, es
necesaria la experiencia gozosa del Tabor para poder recordarla en los momentos
de la prueba.
En la confesión de
Pedro: Jesús les pregunta a sus discípulos si saben quién es él. Pedro se
adelantará y dirá que es ‘el Mesías de Dios’. Es un momento fundamental pues es
necesario saber quién es Jesús antes de ponerse en su seguimiento como
discípulo. La pregunta de Jesús a sus discípulos no es espontánea, sino que
nace como fruto maduro de su oración: ‘Un día que Jesús
estaba orando en un lugar retirado y sus discípulos se encontraban con él,
les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". (Lc 9,18)
En Getsemaní: En
el momento crucial de su vida, sólo comparable con el del Bautismo, cuando se
pone en las manos del Padre, y Jesús da el paso en medio de la oración. Una
oración intensa: ‘(Jesús) se apartó de ellos como un tiro de piedra, se arrodilló y se puso a
orar, diciendo: "Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz, pero no se
haga mi voluntad, sino la tuya". (Lc 22,41).
La oración de Jesús en Getsemaní es de «lucha» (en griego,
«agonía»). ¿Tiene que ser así? ¿No puede ser de otro modo? ¿No se puede salvar
a la humanidad sin «entregarse», comprando, cambiando, negociando, engañando?
La oración de Jesús en Getsemaní alcanza tal intensidad que le caen goterones
de sangre: ‘(Jesús) entró en agonía, y oraba más intensamente; sudaba como gotas de
sangre, que corrían por el suelo.’ (Lc 22,44).
En la cruz. Dos palabras dice Jesús en la cruz, según san Lucas: ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen’ (Lc 23,34) y ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’
(Lc 23,46).
c) Las catequesis sobre la oración
Jesús enseña directamente sobre la necesidad de orar. En
primer lugar enseña sobre la necesidad de orar con insistencia, sin
desfallecer. Lo hace por medio de una parábola. San Lucas la introduce
advirtiendo que no podemos cejar en la oración; no es cuestión de una vez al
mes, o cuando las cosas se ponen feas.
Sobre la necesidad de orar siempre sin desfallecer
jamás, les dijo esta parábola:
"Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los
hombres. Una viuda, también de aquella ciudad, iba a decirle: Hazme justicia
contra mi enemigo. Durante algún tiempo no quiso; pero luego pensó: Aunque no
temo a Dios ni respeto a los hombres, le voy a hacer justicia para que esta viuda
me deje en paz y no me moleste más". Y el Señor dijo: "Considerad lo
que dice el juez injusto.¿Y no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a
él día y noche? ¿Les va a hacer esperar? Yo os digo que les hará justicia
prontamente. Pero el hijo del hombre, cuando venga, ¿encontrará fe en la
tierra?". (Lc 18,1-8)
Si una persona sin corazón, como el juez de la parábola,
escucha aunque sólo sea para quitarse de en medio el problema, ¿no escuchará
Dios que es bueno? Le dije a una anciana ciega que está en una silla de ruedas
y que está todo el día rezando: ‘Victoria, rece, no se canse de rezar’. Ella me
contestó. ‘No me canso, pues si no le rezamos ¿cómo nos va a escuchar?
Jesús también enseña, según el evangelio de san Lucas, la
forma de orar. No se puede orar de cualquier manera, intentando justificarse
ante Dios o diciendo que es Dios el que tiene que estar agradecido. El que va
con sus ‘méritos’ por delante, no tiene nada que pedir; lleva las manos llenas.
El que se sabe pecador, va con las manos vacías, y además no se siente digno;
necesita que otro se «las llene» porque quiere. Así es la oración al Dios de
Jesús.
"Dos
hombres fueron al templo a orar; uno
era fariseo y el otro publicano. El fariseo, de pie, hacía en su interior esta
oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres:
ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano; yo ayuno dos veces por
semana y pago los diezmos de todo lo que poseo. El publicano, por el contrario,
se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, sino que
se golpeaba el pecho y decía: Dios mío, ten compasión de mí, que soy un
pecador. Os digo que éste volvió a su casa justificado, y el otro no. Porque el
que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado". (Lc 18,10-14)
Si hacemos una lectura transversal del evangelio de san
Lucas, vemos cómo la oración aparece continuamente referida a Jesús:
-
En el bautismo (Lc 3,21)
-
Al comenzar su misión de anuncio y sanación (Lc 5,16)
-
Al elegir a los Doce (Lc 6,12)
-
Cuando prepara la confesión de Pedro (Lc 9,18)
-
En el Tabor, camino de Jerusalén (Lc 9,29)
-
Cuando les enseña el Padrenuestro (Lc 11,1-5).
-
En Getsemaní (Lc
22,41.44).
-
En la cruz (Lc
23,34.46).
2. El «Padrenuestro» en Mateo y Lucas
Hemos dejado, intencionadamente, en el apartado anterior la
oración del Padrenuestro en san Lucas (Lc 11,1-5) para tratarlo aparte. Tenemos
dos versiones de las mismas palabras de Jesús, la de Mateo y la de Lucas.
a) El Padrenuestro en Mateo
Mateo pone su versión del Padrenuestro dentro del conocido
como «Discurso de las Bienaventuranzas». Mateo quiere presentar a Jesús como el
«Nuevo Moisés» que trae una Nueva Ley (la del amor, ley explicitad en las
Bienaventuranzas) y que inicia un Nuevo Pueblo de Dios (la Iglesia).
Mateo hace el siguiente «juego» en su evangelio: Si Dios nos
da por medio de Moisés la antigua Ley, que tiene cinco libros (Génesis, Éxodo,
Levítico, Números y Deuteronomio), Jesús, el Nuevo Moisés, pronuncia cinco
grandes discursos programáticos. Uno de ellos, el primero de todos, el de las
Bienaventuranzas, recoge las principales «enseñanzas» de Jesús. Una de ellas
es, sin duda, la oración. En este caso, como veremos en el de Lucas, la
iniciativa no es de los discípulos, sino de Jesús. Él es el que, en una gran enseñanza
pública, les explica cómo deben orar: ‘Cuando
oréis… no seáis como los hipócritas’; ‘Al orar, no os perdáis en palabrerías…
sino orad así’. Entonces es cuando les enseña. El Padrenuestro en Mateo
está enmarcado en una invitación a la intimidad
(vv. 5-6) y a la simplicidad (vv. 7-13).
‘Cuando
recéis, no seáis como los hipócritas, que prefieren rezar de pie en las
sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea todo el mundo. Os
aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, cuando reces, entra en tu
habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está presente en lo
secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.’
‘A rezar, no
os convirtáis en charlatanes como los paganos, que se imaginan que serán
escuchados por su mucha palabrería. No hagáis como ellos, porque vuestro Padre
conoce las necesidades que tenéis antes de que vosotros le pidáis. Vosotros rezad así:
«Padre nuestro que estás en el
cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como
en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas como
también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación y
líbranos del mal» (Mt 6,5-13)
Notemos que el Padrenuestro según san Mateo tiene dos
partes. La primera parte (Mt 6,9-10) invita a poner la mirada en Dios. Jesús
llama a Dios «Padre» y sus discípulos deben aprender a llamarlo y a vivirlo
igual, como «Padre». Pero ¿la experiencia de vivir a Dios como Padre es propia
de Jesús o ya aparece en el Antiguo Testamento? Luego el orante, pide que
llegue el Reino. El Reino que se pide no es el de este mundo, que bien
conocemos, sino el del Padre: «venga tu Reino». ¿En qué consiste el Reino de
Dios? ¿Se anuncia ya en el Antiguo Testamento? ¿Qué nos enseña Jesús sobre el
Reino? El tercer aspecto tiene que ver con la «voluntad» de Dios. ¿En qué
consiste? ¿Cómo descubrirla? ¿Es una «obediencia ciega»? ¿Existe la libertad
para decirle que no?
La segunda parte (Mt 6,11-13) se dirige a los discípulos.
Los discípulos tienen que pedir las cosas que son fundamentales, que son
necesarias. Hay que pedir a Dios el
sustento de lo fundamental (no de lo accesorio). El pan que nos alimenta y nos
sostiene. El pan que se puede compartir. El perdón y la reconciliación como
fundamento de vida. No la competitividad salvaje ni la confrontación. La
bendición divina para no caer en la tentación que haga abandonar el seguimiento
tras otras seducciones. El mal está ahí, y no podemos ceder ni negociar con él.
2. PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS
La oración de Jesús
comienza con un ‘vocativo’, esto es, con una llamada. En el Antiguo Testamento
a veces encontramos otras llamadas, como «¡oh Dios!», «¡Señor!». Pero esta es
distinta. Moisés reza así: ‘¿Por qué, oh Señor,
se ha de encender tu ira contra tu pueblo, al que sacaste de Egipto con
gran fuerza y con mano poderosa?’ (Éx 32,11). En los salmos encontramos la
aclamación ante la grandeza divina: ‘Oh Dios, te alaben los pueblos, que todos
los pueblos te alaben’. (Sal 67,6). Pero en todo el Antiguo Testamento nunca se
dice que nadie se dirigiera a Dios y le dijera, en una exclamación de súplica y
confianza. «¡Padre!».
La primera novedad del «padrenuestro» es que le
llamamos de una forma totalmente distinta a como se le había llamado en toda la
tradición judía. Esta forma de entender y de llamar a Dios es tan importante,
que forma parte del credo de la Iglesia. Los creyentes nos dirigimos a Dios
como «Padre» y lo confesamos como «Padre».
La fe de la Iglesia,
tanto en el ‘Credo de los apóstoles’, que constituye el ‘más antiguo catecismo
romano’, como en el más elaborado ‘Credo Niceno – Constantinopolitano’,
comienzan con la profesión de fe en Dios Padre.
2.1. ¿En qué Dios creemos?
Dios es uno solo.
En conformidad con la tradición bíblica, revelación de Dios mismo, nuestra fe
no admite más que la existencia de un Dios único. Israel así lo cree y así lo
profesa diariamente en el Shema: ‘Escucha
Israel, el Señor es uno solo’. (Dt 6,4).
El profeta Isaías, en confrontación con las divinidades de
Babilonia, recuerda al pueblo exiliado que Dios es sólo uno, y que los dioses
paganos no son nada: ‘Volveos a mí y
seréis salvados, confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no existe
ningún otro… ¡sólo en Dios hay victoria y fuerza!’ (Is 45,22-24).
Dios que se
«desvela», se «revela». La inteligencia humana quiere conocer a Dios; y es
legítimo, pero vemos cómo una y otra vez nos aproximamos y nos alejamos.
Creemos que ya lo hemos comprendido y, sin embargo, se nos pone delante como un
velo. Pensamos que lo podemos explicar y nos fallan las palabras. Decimos lo
que no es, pero no sabemos bien explicar cómo es. En el Antiguo Testamento Dios
dice de sí mismo que es ‘rico en amor y
en fidelidad’ (Éx 34,6), hasta que llega a esta afirmación fundamental
Israel debe ir limando asperezas, para ir quitando lo que oculta el verdadero
rostro de Dios. Este rostro los cristianos los reconocemos en Jesús. Con él
decimos que «Dios es amor». (1Jn 4,8)
«En todo amar y
servir». Con estas palabras de san Ignacio podemos entender mejor cuál debe
ser la actitud de los hombres ante Dios. Si Dios es Dios, si no es fruto de
nuestra imaginación; si es único y no es un diosecillo en una serie larga de
dioses menores; si Dios es amor, tal como nos ha sido revelado, el ser humano
no puede otra cosa que amarlo y servirlo.
La segunda parte del Shema así lo repite: ‘Amarás al Señor tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, y con toda tu fuerza’ (Dt 6,5). Es más, la
felicidad del hombre depende directamente de si sirve a Dios o no: ‘Y ahora, Israel, ¿qué es lo que te pide el
Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu
Dios; que sigas sus caminos, que le sirvas y que le ames con todo tu corazón y
con toda tu alma(…)’. (Dt 10,12-13).
De nuevo vendrá Jesús a dar cumplimiento a la palabra del
Antiguo Testamento, de forma que nos explicite que la verdadera plenitud está
en ‘amar a Dios sobre todas las cosas y
al prójimo como a ti mismo’ (Mt 22,37-39 y par)
2.2. Jesús nos revela que Dios
es «Padre»
En muchas religiones antiguas se identifican los dioses con
los roles familiares, de forma que no es raro oír hablar de «dioses esposos» en
las religiones del Mediterráneo oriental, tanto en Grecia como en Canaán. De
estas uniones nacen distintas divinidades que son, a su vez, parientes de
otras. No es este el caso del Dios
bíblico, que es único y trascendente. ¿Cómo entender, por tanto el título de
«Padre»?
«Como un padre…».
En el Antiguo Testamento a Dios se le compara como a un padre de familia bueno,
que se preocupa por los suyos: ‘Porque el Señor reprende al que ama, como un padre al l hijo querido. (Prov 3,12). También lo recoge un salmo:
Como un padre
siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles (Sal
103,13)
En un himno del libro del
Deuteronomio se pone este título, el de «Padre», al mismo nivel que el de «creador», indicando
así la condición de portador y autor de vida:
¿Así pagáis al Señor, pueblo insensato y necio?
¿No es él tu padre y tu creador?
¿No es él el que te hizo y te constituyó? (Dt 32,6)
Que la imagen de «padre» no se puede identificar
exclusivamente con el varón, frente a la mujer, es evidente cuando la Escritura
usa explícitamente la imagen materna:
‘Como a un hijo a quien consuela su madre,
así yo os consolaré a vosotros’. (Is 66,13)
En el oráculo de Oseas, dirigido a Israel (la esposa
infiel), Dios se revela en el amor esponsal, pero recupera algunos términos que
son específicamente propios de la mujer, como las «entrañas maternas» (rahamim), que se suele traducir como
«ternura»
‘Me casaré contigo
para siempre,
me casaré contigo en
la justicia y el derecho,
en ternura y amor;
me casaré contigo en
la fidelidad,
y tú conocerás al
Señor’. (Os 2,21-22)
«Padre nuestro...».
Dicho esto, no podemos afirmar, sin embargo, que la revelación de Dios como
Padre se agote en el Antiguo Testamento. El que nos dice en repetidas ocasiones
que Dios es Padre, y que le debemos llamar Padre, es Jesús.
La relación que guarda Jesús con Dios es única a la vez que
íntima. Todo lo que conoce el Hijo le viene porque el Padre se lo ha dado a
conocer: ‘Nadie conoce al Hijo sino el
Padre, ni nadie conoce al Padre sino al Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar’ (Mt 11,27).
San Mateo llama repetidamente a Dios, «Padre»; cosa que
sería chocante en un judío que se refiere a Dios con circunloquios para evitar
pronunciar su nombre: «el Santo», el Bendito», «el Eterno».
De todos los textos donde aparece, sólo nos fijamos en el
primero de los discurso mateanos, el de las Bienaventuranzas, cuando Jesús
explica la novedad del evangelio respecto a la Ley judía, insiste en decir: ‘se
ha dicho (la Ley dice), pero yo os digo’. En esta dinámica de contraposición
entre lo antiguo y lo nuevo, Jesús se refiere continuamente a Dios con el nombre
de «Padre»: ‘Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que vean vuestras
obras buenas y glorifiquen a vuestro
Padre que está en los cielos". (Mt 5,16). De nuevo unos versículos más tarde: ‘para que
seáis hijos de vuestro Padre
celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre
justos e injustos’. (Mt 5,45).
Un úlñtimo texto: ‘Guardaos de practicar vuestra justicia delante de
los hombres para que os vean; de otro modo, no tendréis mérito delante de vuestro Padre celestial". (Mt 6,1)
La limosna, la oración y el ayuno. La actitud religiosa del creyente está manifiesta
a los ojos de Dios. Es una actitud
confiada y transparente, sin medias tintas y sin pretender engañar. ‘que tu limosna quede en secreto; y tu Padre que ve lo secreto, te
recompensará". (Mt 6,4). Lo mismo se dice de cómo debe ser la oración.
‘Tú, cuando reces, entra en tu
habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre
que está presente en lo secreto; y tu Padre
que ve en lo secreto, te recompensará.’. Por ultimo, el ayuno en sí mismo
sólo es válido a los ojos de Dios si va acompañado de la sinceridad. ‘que los hombres no se den cuenta de que
ayunas, sino tu Padre que está en lo
secreto; y tu Padre que ve en lo
secreto, te recompensará".
Padre providente. San Mateo habla también de que Dios es como un
Padre que se cuida de sus hijos. El que se siente hijo amado sabe que Dios
provee lo que más necesita: Mirad las aves del cielo; no siembran, ni
siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? (Mt 6,26) Y
también ‘Por todas esas cosas se afanan
los paganos. Vuestro Padre celestial
ya sabe que las necesitáis. (Mt 6,32). Hay que confiar en Dios, porque él
es un «Padre bueno» (Mt 7,11)
La oración de Jesús. Jesús,
en su oración. se dirige a Dios como «Padre»: En aquel tiempo Jesús dijo:
"Yo te alabo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los
entendidos, y se las has manifestado a los sencillos. (Mt 11,25).
En
Getsemaní, Jesús llama a Dios «Padre» en medio de la prueba. En san
Marcos, Jesús llama a Dios «Abba»,
Padre. En la agonía, no le dice a Dios ¿quién eres tú? ¿o qué clase de Dios
eres? sino que le llama «abba»: ‘Decía: "¡Abba, Padre!, todo te
es posible; aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que
quieres tú". (Mc 14,36)
Tanto san Mateo como san
Lucas recogen este mismo pasaje en el que Jesús llama a Dios Padre. San Mateo
lo repite por dos veces: ‘(Jesús) Avanzó unos pasos más, cayó de bruces y se puso a orar así: "Padre mío, si es posible, que pase de
mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú".
(Mt 26,39)
‘De nuevo, por segunda
vez, se fue a orar, diciendo: ‘Padre mío, si no es posible que este cáliz pase sin que yo lo beba, hágase tu
voluntad". (Mt 26,42)
Por
último, en san Lucas, encontramos que Jesús, en la cruz, le llama también
«Padre». ‘Jesús
decía: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Y se repartieron
sus vestidos a suertes.’ (Lc
23,34)
2.3. Dios es Todopoderoso
De todos los atributos divinos que intentan intuir cómo es
(misericordioso, bondadoso, omnisciente, omnipresente etc.) sólo uno aparece en
el credo: «Todopoderoso». No es fácil explicarlo, sobre todo si lo entendemos
desde una perspectiva filosófica, porque pronto aparece la pregunta: ‘si lo
puede todo…¿por qué no evita el mal en el mundo? La pregunta sobre el mal es,
sin duda, la que más afecta no sólo a la propia existencia de Dios, sino a su
bondad. La experiencia de los creyentes
de todos los siglos nos hablan de que ‘Dios
escribe recto con renglones torcidos’, de forma que su «poder» no se
manifiesta ni se explica con nuestros criterios para ver la realidad ni con
nuestras valoraciones.
Dios sabe más. La
fe en un Dios «todopoderoso» nos lleva a no ser engreídos queriendo enseñar a
Dios o explicarle sus planes sobre la historia, sobre la humanidad y sobre cada
uno de nosotros. Las criaturas somos limitadas en nuestro saber, entender y
hacer. Sabemos un ‘poquito’ y pretendemos establecer juicios universales de
valor que afecten a todo y a todos. Esta limitación, propia de nuestro ser
criaturas, no le afecta a Dios.
Dios ama más. Dios
es Dios; cuando hablamos de él sólo lo podemos hacer por aproximación, y no
podemos reducirlo a nuestros esquemas de «poder» y de «saber»; de «fuerza» y de
«sometimiento»; de «control» y de «imposición».
El lenguaje sobre Dios todopoderoso no puede ir al margen
del Dios que es amor. El poder de Dios se ilumina con su condición de amor, de
forma que no es arbitrario ni impositivo. Por otra parte el amor de Dios se
desgaja de la imposibilidad si afirmamos que es un «amor que todo lo puede».
Puede perdonar, puede comprender, puede renovar, puede rehacer, puede
recomponer.
Dios espera más. La
fe en Dios «todopoderoso» nos libera tanto de un «diosecillo» particular, casi
regional, que extiende su dominio sobre un mínimo campo de la realidad, como de
un Dios sometido al «destino», al «fatum», a la «fatalidad».
Nuestra fe no es fatalista, sino providente. La historia no
está desbocada, dejada a su suerte, sino que tiene su origen en el Dios de la
vida y se dirige a su plenitud en el Dios de la vida. La fe en Dios es
esperanzada, no amenazada.
2. 4. Dios es creador
Las preguntas
fundamentales. Muchas personas (no todas) se plantean a lo largo de su vida
las preguntas fundamentales sobre ellas mismas, sobre lo que les rodea, sobre
su suerte: ‘Quiénes somos?, ¿a dónde vamos?, ¿cuál es nuestro origen y nuestro
fin?
La fe en el Dios creador nos libera precisamente de vernos
sometidos al sinsentido, a la arbitrariedad, a la casualidad o al azar.
Las personas no somos ‘granos’ que le han salido al mundo,
ni ‘monos con suerte’, ni ‘máquinas mejorables’. La condición de ser
‘criaturas’ a imagen y semejanza del mismo Dios, en diálogo con él, otorga una
dignidad y una responsabilidad que no tiene parangón. El hombre sólo se mide
con Dios y sólo acepta mirarse en el espejo de Dios.
Mundo creado y
criaturas amadas. Al afirmar que Dios ha creado el mundo no negamos que el
mundo pueda comprenderse desde su propia autonomía (fuerzas dinámicas,
continuos cambios, progreso real y permanente etc.) sino que afirmamos su
condición de que no es ni autosuficiente ni eterno.
El hombre, por su parte, cuando se mira en el espejo de
Dios, se sabe limitado y débil (pecador), pero no ello abandonado.
La mirada cristiana sobre el mundo es una mirada de amor,
que incluye el respeto por la obra creada, por la naturaleza, y el amor a las
personas. Podemos hablar de un sentido ecológico religioso, incluso cristiano,
porque la naturaleza es un regalo de Dios.
El Dios cercano que
nos trasciende. La oración de Jesús dice ‘que estás en el cielo’. Nosotros
sabemos que Dios no está ‘ni arriba, ni abajo’, porque no se mueve en nuestros
espacios humanos. Muchas veces usamos nuestras ‘torpes’ limitaciones para
intentar abarcar y delimitar a Dios. Tarea inútil y necia. San Agustín insiste
en que a Dios no lo podemos atrapar, como se atrapa a una hermosa mariposa.
Dios se nos revela, pero sigue siendo misterio inefable: ‘Si lo comprendieras, ya no sería Dios’ (S. Agustín, Sermones
52,6,16).
3. VENGA A NOSOTROS TU REINO
3.1. Dios es «Rey» según la
teología del Antiguo Testamento
YHWH es rey. Para
el pueblo de Israel, el rey del mundo es Dios. O lo que es lo mismo, Dios reina
sobre la creación, sobre la humanidad, sobre todos y cada uno de nosotros. Esta
imagen no nos tiene que sorprender ni echar para atrás, por considerarla
«extraña», ya que en la antigüedad los pueblos aceptaban todos, sin reservas,
la autoridad real. Es verdad que tanto Grecia como Roma dieron el paso a la
república como forma de gobierno, pero este paso no se da en los pueblos
semitas: ni en Israel, ni en Babilonia, ni en Asiria, ni en Persia.
YHWH reina. Que
Dios sea el «Rey» supone que sólo a él le debemos dar culto, veneración,
adoración. No hay nadie por encima de él. Él es también el dueño de la tierra,
de forma que no permite que nadie abuse de los pobres de su reino. Es más, él
es un rey justo que hace justicia poniendo su mirada siempre en los más
desfavorecidos: "Las tierras no se podrán vender a perpetuidad y sin limitación, porque
la tierra es mía y vosotros sois en lo mío extranjeros residentes. Por tanto,
en todo el territorio que ocupáis, las tierras conservarán el derecho de rescate.’
(Lev 25,23).
Pero el Señor reina
eternamente, y tiene preparado su trono para el juicio; juzga al mundo con justicia, dicta sentencia
a las naciones. El Señor es refugio para
los oprimidos, su refugio en los tiempos de la angustia. En ti esperan los que
saben tu nombre, pues no abandonas, Señor, a quien te busca. (Sal 9,8)
3.2. Jesús anuncia el Reino de
Dios y él es Rey
Se ha cumplido el
tiempo. Veamos los dos anuncios con los que comienza el evangelio: el de
Juan Bautista y el de Jesús. Juan Bautista dice que el Reino está cerca: ‘Por
aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea y
diciendo: "Convertíos, porque está cerca el reino de Dios" (Mt 3,1). A continuación tiene que reconocer que
él no es el Mesías, sino que lo señala. Cuando Jesús comienza su anuncio del
evangelio, el mensaje cambia: ya no es ‘está
cerca’, sino ‘se ha cumplido el
tiempo’. La diferencia es clara: Juan anuncia a otro porque no es él; Jesús
anuncia que el Reino comienza con él: ‘Después
de ser Juan encarcelado, Jesús fue a Galilea a predicar el evangelio de
Dios; y decía: “Se ha cumplido el
tiempo; el reino de Dios está cerca. Arrepentíos y creed en el evangelio”.
(Mc 1,15). Jesús nos dice que ya no tenemos que esperar más. No podemos
seguir mirando a que venga alguien a anunciarnos la buena noticia, porque la
buena noticia es Jesús.
Las parábolas sobre
el Reino. El evangelio de san Mateo
reúne todas las parábolas sobre el Reino de Dios en el capítulo 13. Dos
observaciones: Primera, que Jesús no pronunció todas las parábolas seguidas,
evidentemente, sino que fue san Mateo quien las reunió siguiendo la táctica de
dividir su evangelio en «cinco grandes partes», como el Pentateuco, porque
Jesús es el Nuevo Moisés. Segunda
observación: que san Mateo nunca dice «Reino de Dios», sino «Reino de los
Cielos», porque para los judíos la palabra «Dios» no se puede ni siquiera
pronunciar, por respeto.
Introducción: El
sembrador y la tierra (Mt 13,1-23) Jesús comienza hablando de sembrar. Tres
actores activos: el sembrador, la simiente y la tierra. Si el sembrador lo hace
bien pero la simiente y la tierra no son buenas, poco fruto. Si el sembrador y
la simiente son buenas, pero la tierra no está preparada, poco fruto. Jesús es
el sembrador y el evangelio es la simiente; ¿cómo está nuestra tierra? ¿Dura
como un camino, llena de zarzas, o blanda y mullida? Una vez hecha esta
introducción, Jesús expone las parábolas sobre el reino.
Primera: el trigo y
la cizaña. (Mt 13,24-30). La paciencia de Dios. Dios no se precipita, sino
que da tiempo a que las personas crezcan y maduren. Sólo al final decide
«intervenir». ¿Cómo actuamos con las personas? ¿Quemamos etapas? ¿Somos
impacientes, aun a riesgo de destruir el «fruto», el trigo? El Reino de Dios se
construye paso a paso, sin grandes estrapalucios.
Segunda: el grano de
mostaza. (Mt 13,31-32). Pensemos en algo que no tiene, aparentemente,
fuerza, ni vigor. Algo que no «aparenta» nada: ¿la Madre Teresa de Calcuta
cuando ella sola empezó a recoger moribundos por las calles de Calcuta?
¿Monseñor Romero que «sólo» predicaba en la misa dominical? ¿L’ abbé Pierre que
recogía cartones por las calles de París? Para Jesús, de lo insignificante
puede salir un hermoso árbol lleno de frutos. El Reino de Dios va por caminos
no trillados, y no se manifiesta en lo espectacular.
Tercera: La levadura
en la masa. (Mt 13,33). El reino tiene que ver con la «fermentación». Es
una chispa que mueve de adentro hacia fuera. Aparentemente no está, pero hace
que todo se mueva. Es necesaria, pues el pan sin levadura no sube; puede ser
que no se «valore», pero sin levadura no hay pan y sin levadura no hay Reino.
Los cristianos ¿estamos llamados a ser «levadura en la masa» o actores
principales de la obra del mundo?
Cuarta: el tesoro
encontrado. (Mt 13, 44). El Reino no es para todos, sino para los que lo
encuentran. No hay nada de injusto. No todos están dispuestos a buscar
(¡cuántas personas viven tranquilas como están, y no quieren que nada ni nadie
les moleste); otros buscan, pero no un «tesoro», sino «baratijas»: se conforman
con poco. El Reino es un tesoro tan espectacular y tan definitivo que ‘el que
lo encuentra, vende todo para adquirirlo’. ¿Por qué nuestra fe es tan débil?
¿Quizá no hemos encontrado el tesoro o nos conformamos con ‘baratijas’?
Quinta: La perla
preciosa. (Mt 13, 45). En este caso no es un tesoro que se encuentra, sino
un mercader que tiene buena vista, que es «listo». Quizá otros la vieron pero
no se dieron cuenta del valor que tenía. ¿Acaso no conocemos personas que
aparentemente son muy sabias pero no saben descubrir la «preciosidad» que
tienen ante sus ojos, el Reino de Dios? Apreciar el valor de las cosas es un
don de Dios: el Reino hay que saberlo descubrir y apreciar.
Sexta. La red de
pesca. (Mt 13,47-49). Creer en el Reino no es creer en ‘pastel para todos’.
Jesús no era alguien ingenuo que desconociera el corazón del hombre. Por eso la
última parábola nos enfrenta con la realidad: no todos entienden ni aceptan el
Reino. No todos son «peces propicios», sino que algunos no son «aptos». San
Mateo insiste mucho en su evangelio en la necesidad de obrar conforme a la fe y
no contentarse con «buenos propósitos».
Conclusión. El
«maestro de la Ley» se hace discípulo (Mt 13,51-52). Jesús se dirige a sus
discípulos porque quiere que ellos sean los anunciadores del Reino. Jesús no se
queda aquí, sino que concluye con una reflexión dirigida a los judíos que
estaban dispuestos a hacerse cristianos. Hay que tomar de lo antiguo y de lo
nuevo; hay que escuchar la ley de Dios y hay que dejarse llevar por el espíritu
de las Bienaventuranzas.
3.3. Anunciaremos tu Reino,
Señor
La oración cristiana es de petición, de súplica, a la vez
que de compromiso. Jesús nos dice que, cada vez que recemos, digamos: ‘venga tu
reino’. A la vez, por otra parte, una de las canciones pensadas para la
asamblea litúrgica o para el pueblo de Dios es precisamente esta: ‘anunciaremos
tu reino, Señor’.
4. LA VOLUNTAD DE DIOS
El «padrenuestro» en el evangelio de san Mateo tiene dos
partes, la primera en referencia a Dios y la segunda a los hombres. La referida
a Dios, a su vez, comienza dirigiéndose a Dios como «Padre»; luego le pide que
llegue el Reino y, por último, acepta con humildad que «se haga la voluntad de
Dios». Ahora bien ¿en qué consiste la voluntad de Dios? Este ejercicio es duro,
pues supone una maduración en la fe y purificar, incluso con mucho dolor,
nuestra imagen de Dios. Job, al final de su libro, después de haber pleiteado
con Dios dice: ‘Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos’ (Job 42,5).
La fe en Dios, y la aceptación de su voluntad es un camino que no ahorra
disgustos, sufrimientos, incomprensiones, e incluso dolor.
4.1. Distintos aspectos de un
problema cierto y abierto
¿Qué no es la
voluntad de Dios? Podemos rastrear la Sagrada Escritura en busca de textos
del Antiguo y del Nuevo Testamento. No olvidemos, como ya hemos indicado, que
para esto es fundamental que dejemos por sentado qué imagen tenemos de Dios. El
Padrenuestro dice que Dios es «Padre». Por eso, lo primero que podemos decir es
que la «voluntad de Dios» nunca puede ser «antihumana», porque creemos en un
Dios que «crea» al ser humano para que viva, lo «bendice» y lo hace «a imagen y
semejanza suya» (Gén 1). Un Dios que construye y destruye a su antojo,
malhumorado y caprichoso; que tiene al hombre como marioneta de cartón piedra,
para divertirse; no es el Dios cristiano, no es el Dios de Jesús.
Tampoco podemos decir que la voluntad de Dios sea una simple
aceptación sin más de los deseos del ser humano, como si él tuviera que
obedecer a pie juntillas nuestros deseos. Por dos razones: primera porque si
así fuera, Dios dejaría de ser Dios y sería un «super héroe» que hace lo que le
pidamos, que llega donde nosotros no llegamos; el «primo de Zumosol» que
utilizamos como escudo cuando lo necesitamos. ¿Pero Dios es sólo el que llega
donde nosotros no llegamos? Una imagen así de Dios es aún muy infantil (que
busca al hermano mayor que le defienda) o pagana (Dios es el que nos defiende
de los enemigos). La segunda razón para no aceptar que la voluntad de Dios sea
simplemente un reflejo de la nuestra la entendemos sólo con mirar honestamente
nuestro corazón: ¿quién no ha deseado en el fondo de su corazón la venganza, la
destrucción de los enemigos, el ajuste de cuentas? Si Dios cumple nuestra
voluntad, sea la que sea, Dios deja de ser Dios para ser un «pelele» en manos
de los hombres.
Tus planes no son
nuestros planes. Una experiencia humana es que no siempre se cumple lo que
queremos; ni desde un punto de vista humano ni tampoco religioso. Popularmente
se dice que a veces ‘echamos cuentas y nos salen collares’.
Cuando decimos que se «cumpla» la voluntad de Dios aceptamos
que él tiene un plan para nosotros, que no somos un «número» sin rostro ni
historia; por otra parte, decimos y creemos que es un «plan de salvación».
‘Propio es del hombre hacer planes,
pero la última palabra es de Dios’. (Prov 16,1)
Aquí entra, necesariamente, la confrontación entre lo que
deseamos nosotros y lo que desea Dios; también entre lo que pensamos que es mejor
para nosotros y lo que puede desear Dios; entre nuestras «cortas perspectivas»
que se agotan en un corto plazo y las «perspectivas» más amplias de Dios.
Puede darse el caso de que pensemos que es su voluntad
cuando, en realidad, estamos haciendo lo que queremos; por eso es necesario
aprender a «leer» la voluntad de Dios en el marco de todo el evangelio, no sólo
de una parte y aprender a «discernir» lo que es de Dios y lo que es de nuestros
deseos inconfesables. Por ejemplo, ¿es
la voluntad de Dios aceptar a una persona que te hace mucho daño y con la que
tienes que convivir diariamente? Otro ejemplo, en el caso de la vocación
religiosa: ¿Quiere Dios que arruinemos nuestra vida por un mal planteamiento
que hemos hecho?
Podemos decir que
Dios es como… Para hablar de Dios necesitamos imágenes humanas, que ni aun
sumando unas a otras le hacen justicia. Todas las imágenes que pongamos son
insuficientes; pero lo podemos intentar. Podríamos usar las imágenes del
«vigía» que tiene una mirada mucho más amplia y completa del paisaje, incluso
por encima de bosques y colinas, que la de la persona que sólo ve al pie de la
torre. Podemos pensar en la imagen del «alto responsable público» que al
afrontar una decisión tiene información de
múltiples sitios, frente al que sólo puede conoce de forma parcial uno o
dos aspectos del problema. Pero podemos pensar también en la madre de familia
que ante la discusión de sus hijos escucha a los dos, conoce los argumentos de
ambos, sabe que los dos tienen parte de razón pero que no puede decidirse
taxativamente por uno o por otro. También tenemos la imagen del buen maestro
que debe corregir sin ceder a un niño porque ha hecho algo grave y debe
aprender que no se puede obrar así. Podemos pensar en la última persona
responsable, por ejemplo un médico, que tiene que decidir si cortar o no un
miembro para salvar la vida de la persona…
Son todo imágenes insuficientes, aun cuando las aumentemos,
para acercarnos al misterio de la voluntad de Dios: él quiere siempre lo mejor
para nosotros, quiere nuestra felicidad y nuestra salvación, quiere que seamos
plenamente personas y que cumplamos nuestra vocación de hijos… Pero aquí salta
el problema: ¿y el dolor, qué función tiene en la «voluntad de Dios» sobre
nosotros? Y el mal ¿es evitable? ¿cuándo es voluntad de Dios y cuándo es
consecuencia del pecado del hombre? ¿Podemos afirmar que Dios nos corrige sin
palo?
4.2. La voluntad de Dios en el Antiguo Testamento
La voluntad de Dios aparece expresamente en el Antiguo
Testamento en los textos vocacionales. Tanto en el caso de Abrahán, que tiene
que poner rumbo a una vida nueva aun cuando todo le dice que siga donde está,
como en el caso de Samuel, que siendo un niño acepta lo que Dios le pida.
‘Abrán
tenía noventa y nueve años cuando se le apareció el Señor y le dijo: "Yo
soy Dios todopoderoso; procede según mi
voluntad y sé perfecto’ (Gén
17,1).
Entonces
Samuel se lo contó todo; no le ocultó nada. Elí dijo: «Él es el Señor; hágase su voluntad». Samuel creció, y
el Señor estaba con él; no dejó de cumplirse ni una sola de sus palabras. (1 Sam 3,18-19)
En la lectura continua de
la Escritura, la voluntad de Dios a veces hay que pedirla, porque no es
evidente o tarda en llegar, como en el caso de los reyes de Judá que no saben
qué decisiones toma: ‘Por favor, consulta
hoy la voluntad del Señor’. (1 Re 22,5). Sin embargo no se puede manipular
ni exigir: ‘Pero vosotros no forcéis la
voluntad del Señor, nuestro Dios, pues Dios no es como un hombre, al que se
puede amenazar y presionar. (Jdt 8,16).
En la oración de
bendición sobre el pueblo, los creyentes piden que Dios muestre su voluntad:
‘Que Dios os colme de bienes
y se acuerde de su alianza santa con Abrahán,
Isaac y Jacob, sus fieles servidores.
Que os dé a todos el deseo de adorarle
y hacer su voluntad con un corazón grande y un
ánimo generoso.
Que abra vuestro corazón a su ley y a sus
preceptos, que os conceda la paz,
escuche vuestras súplicas, se reconcilie con
vosotros
y no os deje en los momentos de infortunio.’ (2 Mac 1,2-5)
Los orantes en los salmos repiten en varias ocasiones la
necesidad de aceptar la voluntad de Dios en la vida:
‘Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas,
no pides holocaustos ni sacrificios por el pecado;
en cambio, me has abierto el oído,
por lo que entonces dije:
«Aquí estoy, en el libro está escrito de mí:
Dios mío, yo quiero hacer tu voluntad,
tu ley está en el fondo de mi alma». (Sal 40,7-9)
‘Hazme sentir tu amor por la mañana, pues confío
en ti;
enséñame el camino que tengo que seguir, pues me
dirijo a ti;
líbrame, Señor, de mis enemigos, pues me cobijo en
ti;
enséñame a cumplir tu voluntad, pues tú eres mi
Dios;
tu espíritu bueno me conduzca por una tierra
llana’. (Sal 143, 8-10)
4.3. La voluntad de Dios en el Nuevo
Testamento
a) San Mateo
Mateo nos dice en el «padrenuestro» que pidamos que se
cumpla la «voluntad de Dios» en nuestras vidas; veamos otros textos. Sólo unos versos más adelante, encontramos un
dicho famoso de Jesús alertando sobre los ‘romanceros’ que por tener todo el
día el nombre del Señor en los labios piensan que hacen lo que Dios pide: ‘No todo el
que me dice: ¡Señor! ¡Señor!, entrará en el reino de Dios, sino el que hace la
voluntad de mi Padre celestial’. (Mt 7,21)
Más fuerte es cuando entra en escena la propia familia de
Jesús. Jesús llega a anteponer como verdadera familia suya a quienes hacen lo
que Dios quiere: ‘Uno le dijo: "Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren hablar
contigo". Él respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis
hermanos?". Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: "Éstos
son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de mi Padre
celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre". (Mt 12, 47-50; par. Mc 3,35)
‘Entre el dicho y el
hecho hay un trecho’, o también ‘una
cosa es prometer y otra dar trigo’, decimos en castellano. Lo mismo pasaba
en la época de Jesús, pues es condición del ser humano la separación entre lo
que decimos con los labios y lo que hacemos en nuestra obrar cotidiano. Son las
incoherencias y son también las «falsedades». Mateo nos propone la parábola de
los dos hijos enviados a la viña. Notemos la dureza de Jesús contra los que
pretenden jugar con Dios enmascarando su verdadera voluntad.
"¿Qué
os parece? Un hombre tenía dos hijos; se acercó al primero y le dijo: Hijo,
vete a trabajar hoy a la viña. Y él respondió: No quiero. Pero después se
arrepintió y fue. Se acercó al otro hijo y le dijo lo mismo, y éste respondió:
Voy, señor; pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?".
Le contestaron: "El primero". Jesús dijo: "Os aseguro que los
publicanos y las prostitutas entrarán en el reino de Dios antes que vosotros’. (Mt 21,28-31)
Frente al hijo que quiere
engañar a su padre aparentando ser obediente, Jesús se presenta en la Escritura
como el totalmente obediente a la voluntad de su Padre. Misterio que aún hoy
nos admira y sobrepasa: ‘De nuevo, por
segunda vez, se fue a orar, diciendo: "Padre mío, si no es posible que
este cáliz pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad’. Volvió y los encontró
dormidos, vencidos por el sueño’. (Mt 26,42-43; par Lc 22,42)
b)
Evangelio según san Juan
San Juan reflexiona a lo largo de su evangelio sobre la
figura de Jesús y lo presenta como alguien que vive abierto en todo momento a
lo que su Padre le pide. Jesús no es sólo un «buen hombre», sino el «enviado de
Dios». Las «obras de Jesús» transparentan las «obras de Dios»; por eso
escuchando a Jesús escuchamos al mismo Dios.
Jesús les
dijo: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y completar su
obra. (Jn 4,34)
Yo no
puedo hacer nada por mí mismo. Yo juzgo como me ordena el Padre, y mi juicio es
justo porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. (Jn 5,30)
Jesús cumple en todo la
voluntad de Dios, que no es otra sino que los hombres, la humanidad, se salve.
Un mal planteamiento sería buscar la voluntad de Dios fuera de este plan de
salvación:
‘Todos
los que el Padre me da vendrán a mí. Al que viene a mí no lo rechazo, pues he
bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha
enviado. Y ésta es la voluntad del que
me ha enviado, que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que
los resucite en el último día. Pues es
voluntad de mi Padre que todo el que vea al hijo y crea en él tenga vida eterna
y yo lo resucite en el último día’. (Jn 6,38-40)
4.4.
Conclusión
La «voluntad de Dios» que pedimos en
la oración del Padrenuestro no es un ejercicio de «fundamentalismo» según el
cual no tenemos libertad, sino una apertura a nuestra condición de discípulos.
De la misma forma que Jesús consuma su camino en total libertad de espíritu,
así también nosotros debemos leer los signos de la vida, de la historia, para
escuchar y entender lo que nos pide Dios en cada momento.
Debemos pedir, igualmente, lucidez
para que se cumpla la voluntad de Dios, y no la nuestra.
5.
LAS CUATRO PETICIONES
Ya indicamos que el
Padrenuestro según san Mateo tiene dos partes. La primera parte (Mt 6,9-10)
invita a poner la mirada en Dios. Jesús llama a Dios «Padre» y sus discípulos
deben aprender a llamarlo y a vivirlo igual, como «Padre». Luego el orante,
pide que llegue el Reino. El tercer aspecto tiene que ver con la «voluntad» de
Dios.
La segunda parte (Mt
6,11-13) se dirige a los discípulos, que deben pedir las cosas que son
fundamentales: El pan que nos alimenta y nos sostiene. El perdón y la
reconciliación como fundamento de vida. La bendición divina para no caer en la
tentación que haga abandonar el seguimiento tras otras seducciones y para
llevar una vida a su servicio.
5.1. Danos hoy el pan cotidiano
En esta petición el orante (nosotros), suplicamos lo
necesario para vivir dignamente en un mundo superficial e injusto.
El pan necesario. Hace
poco oí esta expresión: ‘La sociedad
moderna ha socializado la superficialidad’. Sin duda es un certero
análisis.
También podemos apelar a una «sociedad de consumo» (a la que
con frecuencia se le pone el eufemismo de «sociedad del bienestar») cuyo lema
es: ‘comprar lo que no necesitamos, con
el dinero que no tenemos, para agradar a gente que no nos importa’.
Aún podemos dar un paso más: ¿vivimos por encima de nuestras
posibilidades, en una carrera por llegar a ningún sitio? ¿pensamos que el
acumular bienes es un «seguro de vida»? Si es así, entonces comprendemos mejor
la petición de Jesús: «concédenos alimentarnos con dignidad, porque somos
personas». Esta es la oración. Y podríamos añadir «concédenos compartir nuestro
pan con los que no tiene». Entonces la oración es plenamente cristiana.
Del Señor es la
tierra. El israelita tiene conciencia de que la tierra es de Dios y el
hombre sólo es su administrador:
Del Señor es la tierra
y cuanto lo llena,
el orbe y todos sus
habitantes:
El la fundó sobre los
mares,
El la afianzó sobre
los ríos. (Sal 25,1)
Por eso, porque él es el Señor, no permite que unos hombres
vivan a costa de otros. ¿No sabéis cuál es el ayuno que me agrada? Abrir
las prisiones injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los
oprimidos, romper todos los yugos;
repartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo,
vestir al que veas desnudo y no eludir al que es tu propia carne. (Is 58,6-7)
¿Qué dice Jesús? Jesús
no tiene un discurso sobre economía, pero habla de los verdaderos tesoros y de
qué hacer con la riqueza. El hombre es un ser muy importante com para medirse
por dinero; el verdadero tesoro está en el corazón, no en los bienes
acumulados. "No atesoréis en la tierra, donde la polilla y el orín corroen y donde
los ladrones socavan y roban". Atesorad, más bien, en el cielo, donde ni
la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socavan ni roban; porque donde
está tu tesoro, allí está también tu corazón". (Mt 6,19-20)
Jesús tiene también palabras muy duras contra los que
quieren dar una a Dios y otra al diablo. El corazón del ser humano está hecho
para servir, para adorar; y son imposibles las medias tintas o los enjuagues. "Nadie
puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o se apegará a
uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero". (Lc 16,13)
5.2. Perdónanos nuestras ofensas
En esta segunda petición partimos de que debemos tener
experiencia del perdón y debemos aprender a perdonar. Hoy se habla de «ser
sanados» en el cuerpo y en el espíritu. La gente que está herida no puede
perdonar.
Saberse perdonados. Para
entender la experiencia del perdón hay que partir de la experiencia de haber
sido algún día perdonados (no excusados o disculpados). Sólo así se entiende el
amor incondicional, generoso, gratuito, que supone el perdón. Esta experiencia
no es en absoluto evidente ni fácil. Para unos no se puede perdonar: «ni olvido
ni perdono», porque el sentimiento natural es la venganza. Para otros no es
comprensible el perdón porque se considera una debilidad propia de los
inferiores. Los que así piensan, los que
se creen por encima de los demás dicen: «¡yo no pido perdón!».
Sin embargo Jesús habla con frecuencia del perdón. Lucas, en
el capítulo quince, tiene tres parábolas famosas. En las tres habla de la
alegría que hay en el cielo por un pecador que hace la experiencia de sentirse
perdonado.
El perdón ¿tiene
límites? Puede ser que una, dos, tres veces perdonemos, pero ¿hasta cuándo?
El corazón humano lleva cuentas; puede ser generoso, pero tiene un límite. ‘Pedro se
acercó y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano
las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?". Jesús le dijo: "No te
digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’. (Mt 18,21).
La oración de Jesús. Jesús en la cruz perdona a los que le han
condenado. ‘Jesús decía: "Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen". (Lc 23, 34). ¿Un bonito
final feliz poco creíble? Si Jesús hubiera muerto en la cruz maldiciendo,
renegando, pidiendo venganza, la cruz hubiera sido para siempre no sólo
«patíbulo» de represión romana, sino signo de maldición. Sin embargo el perdón
de Jesús transforma la condena injusta en puerta real de salvación. En el
«perdónales» Jesús acoge a toda la humanidad necesitada de perdón.
5.3. No nos dejes caer en tentación
Las tentaciones
evidentes y las sutiles. ¿Sólo las tentaciones «evidentes», las carnales,
las pasionales? ¿No hay otras tentaciones que están en lo más profundo del ser
humano? Son las tentaciones que atraviesan tiempos, culturas y experiencias
humanas:
-
Querer ser como Dios (Adán)
-
Querer vivir de espaldas al hermano (Caín)
-
Querer alcanzar los cielos y destronar a Dios (Babel)
-
Adorar lo que no es Dios
Los tres evangelios dicen que también Jesús fue sometido a
las tentaciones, pero que resistió. Las tentaciones no son signo de debilidad,
sino de humanidad. Porque somos humanos somos tentados, si bien se puede
«resistir» a la tentación, como lo hizo Jesús. Jesús, en su misión de Mesías,
fue sometido a cuatro propuestas sutiles:
-
la tentación de ser un «benefactor» todopoderoso y
generoso que cubriera las carencias de la humanidad. Transformar las piedras en
panes, de forma que todo el mundo reconocería su condición. Es convertir la fe
en magia.
-
la tentación de hacer signos portentosos (tirarse del
Pináculo del Templo al cauce seco del río Cedrón), demostrando sus poderes. Es
convertir la fe en milagrería.
-
la tentación de ceder ante los medios habituales de
poder, de control de masas, vendiendo incluso su alma al diablo: «todo esto te
daré si me adoras». Es convertir la fe en un mecanismo más de poder y sumisión.
La tentación del
«yo». En el ritual del bautismo una de las fórmulas para las «renuncias al
mal», previas a la confesión de fe, dicen: ¿renunciáis a creeros superiores? ¿a
pensar que ya estáis convertidos del todo? En el fondo está el «egotismo», esto
es, el culto al «yo/mi/me/conmigo». Uno de los rasgos diferenciadores de la fe
cristiana es que sólo se puede vivir abierto a los demás. La prueba de la
veracidad de la fe cristiana es precisamente esta, el unir el amor a los demás
con el amor al prójimo. Dicho de otra forma, salir de uno mismo y pensar en los
demás. Una expresión religiosa, por noble que sea, que se cierre a los demás no
será cristiana. Tanto Jesús como san Pablo lo dicen expresamente.
"Maestro,
¿cuál es el mandamiento principal de la ley?". Él le dijo: "Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el principal y primer
mandamiento. El segundo es semejante a
éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se resume
toda la ley y los profetas". (Mt 22,39).
No
cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás y cualquier otro
mandamiento, todo se reduce a esto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El que
ama no hace mal al prójimo; así que la plenitud de la ley es el amor. (Rom 13,9)
Las idolatrías. No
existen los espacios vacíos; tampoco en la vida espiritual. Si no está lleno de
Dios se buscan otros sustitutos, consciente o inconscientemente. Si Dios no
ocupa el corazón del hombre, pronto vendrás otros que ocupen el lugar reservado
para él y además lo harán de forma invasiva.
Dios en la Biblia es tremendamente duro, es implacable
contra los que quieren echar a Dios del corazón humano para ocuparlo: sea el
poder, sea la avaricia, sean los falsos dioses que no liberan sino que
esclavizan. Dios no admite competencias.
5.4. Líbranos del mal
El mal es antidivino. La Biblia nos
recuerda de forma insistente de que el mal es una realidad que cubre la
historia de la humanidad desde su mismo interior, desde que el mundo es mundo;
pero que ni ha sido querido por Dios ni forma parte del designio divino. Jesús
habla de la presencia de este mal en la parábola del trigo y de la cizaña: Les
propuso otra parábola: "El reino de Dios es semejante a un hombre que
sembró buena semilla en un campo. Mientras sus hombres dormían, vino su
enemigo, esparció cizaña en medio del trigo y se fue. Pero cuando creció la
hierba y llevó fruto, apareció también la cizaña. (Mt 13,24-26)
No se trata de una justificación de una realidad que no dominamos,
ante la que no podemos sino someternos de una forma sumisa, sino de ser
consciente de la realidad. Una realidad que, en muchas ocasiones, nace de
nuestra condición de ser «criaturas» y por tanto temporales y limitados; de ser
«de barro» y por tanto débiles, o de haber sido creados «libres», y por tanto
con opción a decidir e incluso a equivocarnos.
El mal es antihumano.
San Ireneo de Lyon, un santo Padre del siglo II, decía que ‘La gloria de Dios
es que el hombre viva’. Dicho de otra forma: no podemos imaginarnos la Gloria
de Dios como la de los Pachás orientales, arrellanados en sus divanes sin
preocuparse de nada. La mejor forma de entender cómo es el Dios que se nos
revela en la Biblia es recordar al profeta Isaías. ¿Qué me importa la multitud de
vuestros sacrificios? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos de carneros y
de grasas de becerros; la sangre de novillos, de corderos y de machos cabríos
me hastía. (…)Cuando extendéis las manos, aparto mis ojos de vosotros; aunque
multipliquéis vuestras plegarias, no las escucho. Vuestras manos están llenas
de sangre. Lavaos, purificaos, alejad vuestras malas acciones de mis ojos;
dejad de hacer el mal. Aprended a hacer el bien, buscad lo que es justo,
socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la viuda. (Is 1,11-17)
El mal es
antipersona. Hoy se habla de las «minas antipersona», queriendo expresar la
dureza y crudeza de unas armas que están pensadas no para disuadir, sino para
hacer el mayor daño posible y de forma indiscriminada (soldados o civiles,
ancianos o niños) a las personas que las pisen. Pues bien, podríamos decir que
el «mal», en genérico, sin más matices es «antipersona».
6. RESUMEN
La
oración del Padrenuestro parte del hombre, como ser único, y se eleva a Dios.
La primera parte se dirige a Dios, en un «tú» que es a la vez de confianza
respetuosa, de cariño y de intimidad. La segunda repite el nosotros (el
pronombre «nos»).
No es una oración al vacío, sino al Padre; tampoco es una
oración sin contacto con la tierra, sino que nace de lo humano para entrar en
el corazón de lo divino. Es una sola pero, a la vez, está en dos esferas: la
del hombre y la de Dios. O también, tiene un doble movimiento: ascendente y
descendente.
El
Padrenuestro tiene que ver con dos aspectos fundamentales del ser humano, el de
la vida, que vista desde la plenitud, desde el misterio del hombre, en palabras
de fe tiene un nombre: «salvación». La
salvación es un camino de ida y vuelta: tiene un aspecto de logro, de «alcanzar
una meta» y tiene un aspecto de «liberación», de romper con una esclavitud. Así
en el «padrenuestro» la salvación tiene que ver con una «vida plena» y una
«vida libre». Por vida «plena» entendemos una «vida digna» (danos el pan
cotidiano) y una «vida reconciliada» (perdónanos). Por «vida libre» entendemos
una «vida desidolatrada» (no nos dejes caer en tentación) y una «vida
humanizadora» (líbranos de todo mal).
El
Padrenuestro es la oración de los discípulos que han descubierto que la vida es
Jesús y que quieren hacer camino, cada día, con Jesús.
Esfera de Dios
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(tú)
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Invocación/confesión
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¡Padre, sea santificado tu nombre!
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Confesión adorante
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Dos súplicas
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¡Venga tu Reino!
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Novedad radical
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¡Hágase tu voluntad!
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Obediencia filial
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Esfera del hombre
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(nosotros)
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Cuatro peticiones
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¡Danos el pan cotidiano!
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Vida digna/sustento necesario
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¡Perdónanos como perdonamos!
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Vida reconciliada (aprender a
perdonar)
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¡No nos dejes caer en la
tentación!
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Vida sabia (sólo Dios es digno de
adoración)
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¡Líbranos del mal!
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Lo antihumano es del maligno
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