La vida es comedia, y
es drama y es tragedia. La primera es necesaria, pero en exceso nos cansa. El
drama forma parte de nuestro quehacer
y quevivir diario; convivimos más o
menos serenamente con él. La tragedia nos asusta, nos hunde, nos emboca al
grito más desesperanzado, o al silencio más ruidoso, o a la maldición incluso
de lo más bendito.
Ayer, en las vísperas
de la Solemnidad del Apóstol Santiago, Patrón de España, se produjo una
tragedia de las que quitan el aliento, estrechan por detrás y delante sin
atreverse siquiera a decir una palabra más alta que otra. ¿Y qué dice Dios de
estas y de otras tragedias? Pareciera que el ser humano occidental prescinde en
su vida de Dios (muchos de ellos, no todos, evidentemente) hasta que llega la
tragedia y vuelve su mirada y su grito a Dios. Como este blog es religioso
quiero hacer una serie de reflexiones sobre la tragedia y Dios.
(1) Para las personas
que recibieron una formación religiosa en su infancia/adolescencia y que se han
ido desplazando progresivamente hacia el mundo de la «no creencia», la fe en Dios
no soluciona nada. En sus cabezas el dilema entre la fe en un Dios bueno que lo
puede todo, pero que no hace nada, no tiene salida. Pierde la fe en Dios en
aras de un enraizamiento creciente en este mundo: la aceptación serena de
nuestra inmanencia. Es la «instalación en la finitud» de Tierno Galván.
(2) Para las personas
que nunca han sido religiosas, y que tienen formación filosófica, Dios no deja
de ser una «solución antropológica» del pasado que hay que superar. Para ellos
la palabra Dios no tiene valor; o todo lo más, un valor nominativo, conceptual,
cultural, hipotético, pero no tiene capacidad de responder a nada porque
consideran que es una palabra vacía de contenido real, de vida y efectividad.
(3) Las personas
sencillas y buenas, sin mucha formación religiosa, que creen en Dios de forma
espontánea, natural, no entienden la tragedia, pero tampoco se atreven a juzgar
a Dios. Ni entienden, ni protestan. Callan.
(4) Las personas
justicieras y engreídas, que se atreven a poner pleitos a todo el mundo, pide
que se haga un «juicio a Dios», y si sale culpable, hay que echarlo de nuestras
vidas. Nunca más hay que pronunciar su nombre.
(5) Las personas «new
age», panteístas (Dios no es personal), sino que «todo es divino», que creen en
«energías», en «destinos» que nadie controla, donde el ser humano está al albur
de lo que la fortuna le haya preparado, sólo pueden pensar: ¡Cuánta energía
negativa se ha concentrado en ese tren! Pero ni explican nada ni dan esperanza.
Porque no pueden.
(6) Las personas de
corte humanista recuerdan: «lo mejor es acompañar con el silencio»; «no decir
nada»; «la mejor palabra es la que no se dice». Nada, nada, nada… ¿Y el
consuelo? ¿También es «nada»?
(7) Las personas que
quieren creer y luchan con Dios, como Jacob, como Abrahán, como Job, como
Jeremías, le dicen cara a cara: «no te entiendo», «no tienes defensa», «no sé
qué quieres», «no sé adónde quieres llegar», «no puedo anunciarte». «Quiero que
algún día me lo expliques».
(8) Los creyentes de
matriz humana, trágica, insumisa y poética, gritan como Dámaso Alonso en su
poema ‘Insomnio’: ‘Paso largas horas
preguntándole a Dios,
(…) ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?’. Aceptan con hondo silencio como Antonio Machado ante la muerte de su esposa, ‘tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía; ya estamos solos mi corazón y el mar’. Teresa de Jesús aporta su brillante ingenio iluminado por la fe: ‘¿Así tratas a tus amigos? Por eso tienes tan pocos...’
(…) ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?’. Aceptan con hondo silencio como Antonio Machado ante la muerte de su esposa, ‘tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía; ya estamos solos mi corazón y el mar’. Teresa de Jesús aporta su brillante ingenio iluminado por la fe: ‘¿Así tratas a tus amigos? Por eso tienes tan pocos...’
(9) El predicador de oficio tira de tablas y
afirma: ‘Con Dios, no lo entiendo; sin Dios, me desespero’. Y añade, ‘estamos
amenazados sí; pero desde la Vida plena de Cristo, no estamos amenazados de
muerte, sino de Resurrección’.
(10)
El creyente cristiano, ¿qué dice?, ¿qué hace? Se abandona pero a la vez
pregunta; protesta y a la vez deja que Dios sea Dios; renuncia a decir «nada»,
porque la palabra de Dios es de Vida; reza por los difuntos y por los vivos.
Calla y reza, con dolor, pero un dolor esperanzado. La cruz de Cristo, para el
creyente, se hace presente en la vida (no es el destino); no es la sentencia de
un Dios cruel; no es el capricho de un Dios que juega con los frágiles humanos.
Dios está llorando en Santiago. Santiago Apóstol está llorando en Santiago de
Compostela. Jesús, el Señor, crucificado y Resucitado está llorando con
Santiago en Santiago. Volvemos a la vida, la de cada día… y nos decimos… el
hombre busca a Dios y Dios sale al encuentro del hombre. Con recuerdo, con
mucho amor y con esperanza.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
Solemnidad de Santiago Apóstol (25 de Julio de
2013)
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