La
palabra «ayuno» en español se aplica a la persona que no ha comido todavía.
Pero el diccionario (consulto el de la gran erudita aragonesa María Moliner) nos
dice, como segunda acepción, que «ayuno» significa también «carente o falto»,
aplicado a la ausencia de principios, instrucción o educación», por ejemplo en
la frase «está ayuno de instrucción religiosa». Aún nos regala María Moliner
una tercera acepción, la de «ajeno o ignorante», diciéndose del que no sabe
nada de cierto asunto; por ejemplo: «estoy ayuno de lo que se está tratando».
Mañana
comienza un año más la Cuaresma, con el miércoles de ceniza, y la Iglesia nos
convoca a un día de «ayuno y abstinencia». Normalmente lo entendemos en el
primero de todos los sentidos, en el de abstenernos de manjares, caprichos,
comidas abundantes, hipercalóricas, innecesarias, excesivas etc. También le
damos un sentido espiritual, el de «ayunar para compartir con los neesitados»,
el de «ayunar de pensar mal de los demás», «ayunar de ofender», «ayunar de ser
injustos y violentos» etc. Todo esto está muy bien, y es necesario. Algunos
ayunan por razones higiénicas o saludables; está muy bien, pero no me refiero a
este tipo de ayuno, que sin duda también hace bien en su justa medida.
Yo
quiero reflexionar en este día anterior a la entrada en la Cuaresma, en el
segundo y tercer sentido del «ayuno» que nos regala la lengua española. «Ayuno»
entendido, en sentido siempre negativo, como «carencia, falta, ignorancia o
despreocupación» de algo importante. Descubrimos que nuestra sociedad no
practica el «ayuno», (el de privarse de alimentos como signo de penitencia, una
práctica a punto de desaparecer), sino que más bien lo denigra. Sin embargo,
como una de las contradicciones en las que vive, nuestra sociedad está inmersa en
un gran «ayuno», el de la «carencia, falta, ignorancia o despreocupación» por
el sentido de las cosas, de la vida, de la trascendencia.
Estos
días pasados hemos asistido, participando activamente o desde fuera, en las
fiestas de Carnaval. El Carnaval sin Cuaresma es como una moneda sin «reverso»
(¡imaginaos que las monedas solo tuvieran una cara, un «anverso»); como el
«ying» sin el «yang», que dicen los orientales. Pues bien, hemos sido capaces
de inventar el Carnaval/diversión sin medida, sin su necesario anverso, la
Cuaresma/Penitencia. Es como si dijéramos: solo hay que divertirse, pero no hay
que hacer penitencia. Solo hay que celebrar la vida, pero no hay que llorar la
vida. Solo vamos a buscar lo positivo de la existencia humana, pero vamos a
ignorar su lado oscuro. Es una opción, sin duda, pero no es la verdad de la
vida. Es querer exaltar una parte de la condición humana, evitando la otra. No
digo que no haya que celebrar Carnaval; digo que hay que tener en cuenta las
«dos» condiciones humanas, no solo una. Podríamos decir que tras esta
«reducción sociocultural» hay una «reducción» del sentido. ¿Cómo ser plenamente
feliz en esta vida, sin dejar ninguna dimensión del ser humano, tanto la
festiva y explosiva como la austera e íntima?
Estos
días estamos asistiendo a una escenificación del «mundo al revés». Me refiero a
lo sucedido en Madrid, cuando en Viernes de Carnaval unos titiriteros contratados
por el Ayuntamiento hicieron una representación para niños en la que, ante el
público infantil, y ante sus horrorizados padres, los que movían los hilos de
los títeres representaron la ejecución en la horca de un juez; la violación de
una monja y gritos a ETA (banda terrorista de recorrido muy largo y muy
doloroso en España). Los padres de las criaturas llamaron a la policía y
detuvieron a los actores que ponían voz y argumento a la pretendida obra de
títeres; la alcaldesa ha tenido que pedir perdón porque no era una obra para
niños; las asociaciones de víctimas del terrorismo están indignadas; la
concejala de cultura de Madrid ni pide perdón ni piensa dimitir; muchos
conmilitones de la concejala la apoyan y piden la inmediata libertad de los
muchachos en nombre de que la «libertad de expresión» no es un delito. Se ha
formado un buen follón con motivo de este lamentable hecho, que ha pasado de
ser un pretendido «teatrillo infantil» de Carnaval a toda una exposición
pública de nuestros odios, miedos, violencias, amarguras, complejos, deseos…
Esto es una exposición pública de nuestra «falta de sentido»; estamos «ayunos
de sentido». Esta es la gran tragedia a la que se enfrenta el ser humano en los
inicios del siglo XXI.
¿Ayunos de qué
sentido? De sentido común, de gusto por las cosas bien hechas; de ganas de
ayudar a vivir y de agradar; de buscar salidas para una convivencia en paz y en
libertad para todos. De dar oportunidades, de ser profundamente humanos. El
«buen sentido» no es propiedad de nadie, como tampoco lo es el «buen humor» o el
ser «buena gente». Todos tendríamos que ser «buenas gentes», mejor aún si
tuviéramos «buen humor» y mucho mejor si no estuviésemos «ayunos de sentido».
Un deseo para
esta Cuaresma que comienza. Que busquemos sentido a todo lo que hacemos, lo que
somos y lo que soñamos ser.
Pedro Ignacio Fraile
9 de febrero de 2016
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