Supongo
que algunas profesiones, ocupaciones y vocaciones como maestros, filósofos,
historiadores, escritores, artistas,
incluso jueces y abogados, se pueden quejar de algo parecido. Dicen frases
como: «no estamos reconocidos», «nos han quitado la autoridad»; «la sociedad no
nos valora», «no nos hacen caso…». ¡Malos tiempos para la lírica! El caso que
nos ocupa podría ser semejante, pero no es lo mismo. Querría hablar del
teólogo, con motivo de su santo patrón, Santo Tomás de Aquino y, por extensión,
del oficio de la teología.
El
de «teólogo» es un oficio extraño. Uno puede ser «psicólogo» o «filósofo»; hoy
en día puede ser «técnico en coaching»
y en «terapias alternativas», ¿pero ser «teólogo?».
Aquí viene bien la anécdota que cuentan de un torero que se encontrró con Don Eugenio D'Ors; El torero le preguntó a Don Eugenio que a qué se dedicaba, contestando el sabio pensador catalán que era 'filósofo'. El torero respondió: "¿filósofo? Hay gente pa tó". Pues eso, ¿teólogo? Hay gente "pa tó".
La primera objeción va directa al ojo: el pedagogo tiene como objeto el estudio sistemático y la ayuda a la educación en sus distintas fases; bien; el filósofo nos explicará las grandes corrientes de pensamiento en las que se mueve el ser humano y se atreverá a dar un diagnóstico de la situación actual, incluso se aventurará sobre el futuro, bien; ¿Pero cómo es posible que un hombre, el teólogo, se atreva a hablar de Dios?
Aquí viene bien la anécdota que cuentan de un torero que se encontrró con Don Eugenio D'Ors; El torero le preguntó a Don Eugenio que a qué se dedicaba, contestando el sabio pensador catalán que era 'filósofo'. El torero respondió: "¿filósofo? Hay gente pa tó". Pues eso, ¿teólogo? Hay gente "pa tó".
La primera objeción va directa al ojo: el pedagogo tiene como objeto el estudio sistemático y la ayuda a la educación en sus distintas fases; bien; el filósofo nos explicará las grandes corrientes de pensamiento en las que se mueve el ser humano y se atreverá a dar un diagnóstico de la situación actual, incluso se aventurará sobre el futuro, bien; ¿Pero cómo es posible que un hombre, el teólogo, se atreva a hablar de Dios?
Muchos
objetarán que no está claro ni definido el objeto de estudio: ¿qué es eso de
Dios? ¿Quién es Dios? Lo primero que deberíamos hacer es discutir su existencia
o, al menos, su plausibilidad. La «teodicea» y la «teología fundamental» ocupan
casi todo el tiempo. Cuando una discusión, un debate o una disciplina deben
gastar casi todas sus energías en justificar que es razonable, posible e
incluso necesario discutir sobre ese asunto, mal vamos. Una vez que aceptemos
que no es una insensatez un discurso sobre Dios, hay que hincarle el diente. Y
las perspectivas no son mejores.
Están
los que reducen la teología a una «historia comparada de las religiones». Se
exponen todas de forma descriptiva, sin hacer juicios de valor. Es un gran mapa
de las «creencias» con sus coincidencias y divergencias. Pero claro, ¿el
teólogo es solo un experto en la fenomenología de las religiones o tiene un
pensamiento que aportar hoy para iluminar, criticar, hacer crecer y avanzar?
¿El teólogo es solo el «técnico en creencias»? Si esto fuera así, podría
suceder que un «teólogo-técnico-en-creencias-ajenas», pudiera ser un gran
especialista, pero no sería necesario que tuviera fe.
Están los que opinan sobre el tema, aunque no tengan mucho fundamento. ¿Quién no ha asistido a debates
furibundos sobre la fe? (teniendo en cuenta que en tierras católicas se mezcla
la fe con Jesús, con los curas, con las monjas, con la Iglesia, con las
experiencias infantiles). Todos opinan,
pero ¿todos saben de qué hablan? Hace muchos años un compañero de claustro se
quejaba: «mis hermanos son médicos, y cuando ellos hablan yo callo y les
escucho. Yo soy teólogo, y cuando hablo mi argumento es una simple opinión que
no tiene más valor que la que exponen ellos, que no han estudiado teología». En
un mundo del «respeto» entendido como «di lo que quieras, sin insultar», se
pueden oír las opiniones más peregrinas, muchas veces sin fundamento; pero el
«teólogo» tienen que callar, porque «hay que respetar», aunque el señor de
enfrente esté diciendo una barbaridad sonora. «Eso es opinable, y tu opinión no vale
más que la mía –dicen-».
Están los
beligerantes. Todo el discurso religioso es nocivo y nefasto. A la teología
no le conceden más valor que al
fanatismo. Hay que acabar de una vez con este estado oscuro de la humanidad. La
teología no debería existir, ni como disciplina, ni como opción a tener en
cuenta. El teólogo forma parte de los «oficios medievales» que deben
desaparecer. En muchas películas españolas que pretenden ser «históricas», el
teólogo es el «inquisidor» malencarado, baboso e incluso cruel.
Están
los «neoespirtualistas» que propugnan trabajar la dimensión trascendente de la
persona humana pero sin Dios nominal. Volver a la meditación, pero sin Dios, ni
Jesús, ni Alá, ni Yhwhh; nada. Volver a la espiritualidad, pero centrada en el
hombre y en sus posibilidades de crecimiento interior. Ayer me hablaron de un
colegio religioso católico, digo el pecado pero no el pecador, donde han optado
por no hablar de Dios, sino de «trascendencia». ¿Qué dice el teólogo católico
en este colegio católico? Nada; tiene que asentir o callar.
Ante
esta condición de ser «extraño» en la sociedad, ¿cabe abogar por esta extraña
disciplina, por su necesidad, y por aquellos que la ejercitan? Evidentemente yo
sostengo que sí.
Teólogo
es el que cree en el hombre y en Dios. O en Dios y en el hombre. Quizá cambien
los acentos según la perspectiva en que lea a uno y a otro, pero el teólogo sabe que ambos son
irrenunciables. Si Dios habla al hombre, el teólogo tendrá que pensar una y
otra vez quién es el hombre; si el homo
technicus y technologicus del
siglo XXI, es el mismo que el homo sapiens
de la prehistoria. Si el homo
urbanita, consumista, desapegado, universal y teledirigido del siglo XXI tiene
la misma experiencia de Dios que el homo
rural, tradicional, familiar, provinciano, con necesidades básicas, de siglos anteriores. Pero también tendrá que
pensar que al hombre que se intercomunica por medio del teléfono móvil, que
interactúa con la tele, que ha hecho del mundo su «aldea», que conoce culturas
y religiones ajenas, no le vale una imagen «rural», «cultural» y «raquítica» de
Dios. La labor teológica es necesaria. Hay que «trabajar» la teología.
Teólogo,
cristiano, es el que lee la Escritura (la Biblia como Palabra de Dios) no para
hacer «arqueologísmos», sino para entrever y entrepensar qué dice Dios al ser
humano actual que vive, sueña, sufre, se desespera, grita, proyecta. ¿O acaso
ya no tiene nada que decir Dios al hombre del siglo XXI que ve como renace el
fanatismo religioso cruel, o los millones de desplazamientos humanos? ¿Acaso el
Dios que se revela se calló y tenemos que seguir viviendo de los recuerdos?
Teólogo
es el que, como los profetas del Antiguo Testamento, se atreve a leer los
signos de los tiempos a la luz del evangelio y decir lo que hace daño al
hombre, lo que deshumaniza, lo que nos lleva a nuestra frustración. ¿Cómo
bendecir todo el esfuerzo armamentístico o todo el desarrollo de fuerzas
destructivas cuando creemos en un Dios Padre de Misericordia que lleva la
historia a su cumplimiento final? ¿Cómo no hablar cuando se trata al ser humano
como moneda de pago o como números renunciables? El teólogo tiene la misión de
ser el vigía del respeto por la dignidad de la persona humana ante
manipulaciones e ideologías de todo tipo.
Teólogo
es, también, el que desde una «teología arrodillada» sabe contemplar la
hermosura de Dios y contársela con sencillez y alegría a los que quieran
escuchar. Felicidades a todos los que ejercen/ejercemos este «extraño oficio».
Pedro Ignacio Fraile Yécora
Santo Tomás de Aquino 2016