Estamos
asistiendo entre incrédulos y asustados al «asalto» (así dicen los reporteros y
presentadores de televisión) de la valla que separa Ceuta y Melilla de
Marruecos por parte de «subsaharianos» (o sea, negros africanos).
Hace
muchos años estuve en el corazón de África y vi la pobreza y el sufrimiento de
aquella gente. África no es el continente de la esperanza, sino el continente
del sufrimiento. En este mundo «aldea global» que decimos que es el nuestro,
hay muchos mundos, y submundos, e inframundos. No es verdad que todos vivimos
en el primer mundo (países supercapitalistas), ni en el segundo mundo (los
países que queremos ser capitalistas aunque no podamos); ni siquiera en el
«tercer mundo» (África, grandes zonas de Asia y América del Sur); existe un
«cuarto mundo», el de las bolsas de pobreza de las grandes ciudades
occidentales, pero existe también un «quinto mundo»: el de los hombres y
mujeres del Éxodo del siglo XXI.
La
noche de Pascua tanto judíos como cristianos leemos el relato del libro del
Éxodo. Un país (Egipto); un pueblo en marcha (Israel); un obstáculo (el mar
Rojo); un destino (la tierra prometida); un ejército que quiere impedirlo (los
soldados de Egipto), un guía (Moisés, encargado por Dios). Hagamos la
trasposición: un continente (África); un pueblo en marcha (la negritud
hambrienta africana); un obstáculo (el estrecho de Gibraltar); un destino
(Europa).
La
noche de Pascua tanto los judíos como los cristianos actuales leemos el texto
de nuestra liberación como emblemático: fuimos esclavos, y nuestra meta, la que
Dios mismo nos ha trazado desde toda la
eternidad, es la der ser libres: «hemos sido creados para la libertad». Los
cristianos sabemos que el paso del mar rojo es sólo un anticipo de la verdadera
libertad, la que nos consigue Cristo en la cruz.
Ahora
resulta que los viejos cristianos de occidente jugamos el papel de los soldados
egipcios que trataban de impedir el paso a la libertad de los israelitas;
también nosotros tratamos de impedir el paso de la esclavitud a la libertad de
estos hombres y mujeres, de estos ¡hijos de Dios!
Ya
sé, no hace falta que me lo digan, que este discurso mío es «buenista»,
«infantil», «poco realista», «ingenuo», «propio de alguien que no tiene
responsabilidades políticas», «utópico»,
«políticamente insostenible y demagógico en sus planteamientos», un «peligro
para la estabilidad mundial» etc. El problema está en que este argumento mío es
profundamente religioso y profundamente cristiano. Estamos pidiendo a Dios que
nos ayude a nosotros a salir de la crisis y… ¿los africanos que quieren saltar
la valla no son «hijos de Dios»? ¿o son menos «hijos de Dios» que nosotros
porque son pobres y negros? ¿o son, como algunos salvajes se atreven a decir en
voz alta, esa parte «inservible y «prescindible» de la población mundial»?
A
mí solo se me ocurre una cosa. O bien dejamos de leer en la noche de Pascua, la
noche más santa del año, la liberación del pueblo de Israel al pasar el Mar
Rojo, o hacemos una lectura (efectiva, eficaz, eficiente) de este texto bíblico
(¡palabra de Dios, decimos los creyentes!), y nos ponemos manos a la obra. Los
«asaltantes» son «un nuevo éxodo». Una pregunta, no por molestar, sino por si
queremos atrevernos a discurrir desde la fe: ¿estaremos asistiendo a un nuevo
éxodo en el que Dios mismo nos está hablando, porque Dios está con los que
saltan la valla?
Pedro Ignacio Fraile Yécora
19 de Septiembre de 2013
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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