Reconozco
que me gustan las combinaciones imposibles. Es algo así como si tuviera que
hablar de fútbol, redención y mercadotecnia; parece que no tienen nada que ver,
pero siempre se encuentra un hilo conductor.
En
esta ocasión, como en muchas otras, ha sido la calle la que me ha dado las
palabras. Yo quería hablar del bautismo, ya que este próximo domingo los
católicos celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, con la que concluimos
las fiestas de Navidad.
No
sabía cómo afrontar un tema tan manido, el del Bautismo, y a la vez tan actual
en esta vieja civilización europea que no se quiere despedir del todo, aunque
los hechos digan lo contrario, de su matriz cristiana.
No
sabía cómo arrostrarlo cuando he visto en una pared un anuncio de ‘biodanza’.
Son de esos anuncios de los que cuelgan unos trocitos de papel con un teléfono
de contacto para las personas interesadas. De los diez trocitos que habían
preparado para arrancar, faltaban siete. O sea, que hay personas interesadas en
la ‘biodanza’, máxime cuando hojitas como esas seguro que estaban repartidas
por toda la ciudad. La hojita prometía que por medio de la ‘biodanza’ ibas a
encontrar una «armonía contigo y con el ambiente que te rodea». He pensado: si
en vez de ‘armonía’ ponemos ‘perdón’, o ‘reconciliación’, o incluso ‘redención’;
si en vez de «contigo y con el ambiente» ponemos «contigo, con la sociedad, con
Dios», tenemos en el fondo un mensaje religioso no confesante. Nuestra sociedad
sigue gritando por todos sus poros que necesita un mensaje religioso y un
mensaje de «sentido». Antes, en la vieja civilización occidental, este mensaje
salvífico y este sentido de redención estaba asegurado por el «bautismo», que
nos incorpora a Cristo y a la comunidad de los creyentes en él, a la Iglesia.
Hoy en día, se evitan estas palabras demasiado «fuertes» (Cristo, Iglesia, bautismo
etc.) y preferimos convocar y asistir a unas sesiones de «biodanza», más
suaves, más «light», menos agresivas, pero que en el fondo gritan lo mismo: «el
ser humano necesita un mensaje y un sentido profundo, lleno, sanante, para su
vida». La ventaja de asistir a un curso de «biodanza» es que no te «apuntas» a
ninguna Iglesia; por el bautismo, sin embargo, te incorporas a una confesión de
fe: eres mimbro de la Iglesia, teniendo que cargar con su historia, sus errores
y aciertos, su leyenda negra y sus pecados. Muchos, esto no lo «soportan».
Seguía
envuelto en mis pensamientos por la calle cuando he visto a una niña de unos
diez años que iba al colegio. No me hubiera llamado la atención si no hubiera
sido porque la niña era de rasgos orientales (probablemente china) y llevaba
colgada al cuello una medalla. En los años 50, 60 ó 70, la niña hubiera llevado
una medallita de la Virgen; de la Virgen Niña, o de la Virgen del Carmen, o del
Pilar … La niña de rasgos orientales llevaba una medallita con la bandera
independentista catalana. Por supuesto que puede llevarla. Yo voy por otro
sitio: el sentido de la «pertenencia». Esa niña, que con casi toda seguridad es
adoptada (son muchos los casos en la actualidad), llevaba al cuello el signo de
una identidad muy particular: decía que ella quería ser «catalana pero no
española». La cuestión es más ardua si tenemos en cuenta que, casi con toda
seguridad, la niña era adoptada y sus orígenes estaban en el Lejano Oriente. He
pensado: todos necesitamos tener unos rasgos identitarios, una pertenencia;
saber de dónde venimos y a quién
pertenecemos.
Sólo los
anarquistas de «pro», los de verdad, no los que juegan a protestar de todo y
contra todo; sólo los «anarquistas de corazón limpio», sostengo, pueden ser «ciudadanos
de un mundo sin fronteras». Los demás, somos identitarios, necesitamos una
pertenencia. A los cristianos el bautismo nos da esa «pertenencia».
Pertenecemos a Cristo y pertenecemos a la Iglesia. Precisamente por eso los que
renuncian al bautismo en el que un día fueron «incorporados» a Cristo y a la
Iglesia, lo que dicen es que «reniegan de esa incorporación»; no quieren «pertenecer
a la Iglesia».
El
próximo domingo celebramos la fiesta del «Bautismo del Señor». Jesús se hizo
bautizar por Juan en el Jordán. Los cristianos, los que confesamos a Jesús como
Señor, como Redentor, como Salvador, queremos tener una «pertenencia» a Jesús y
a la comunidad de los creyentes, a la Iglesia.
Son
palabras «duras» en esta sociedad de la biodanza; pero esto es lo que hay. Cada
vez tenemos más caminos a seguir. Unos son buenos, anchos, espaciosos,
luminosos. Otros no conducen a ningún sitio, porque aunque tengan un punto de
salida, no tienen una meta. Otros caminos son confusos, complicados, con el
riesgo real de perderte sin llegar nunca a la meta. Otros caminos son
estériles, yermos, intransitables, y pierdes una enorme energía para no obtener
nunca los frutos deseados. Para los cristianos, Jesús es el camino; nunca dijo
que fuera para todos, ni que fuera fácil, ni que fuera comprensible a la
primera. Jesús ofrece un camino con orientación, con sentido, con punto de
partida y
con meta; Jesús ofrece también
una pertenencia, la de ser de sus «discípulos», la de ser de los «suyos».
En
los albores aún del siglo XXI, sólo hemos consumido poco más de la primera
decena de años, el bautismo se presenta como un «signo discutido». ¿Merece la
pena ser cristiano? Más aún ¿hay que ser cristiano en una Iglesia? Más en
concreto ¿se puede ser cristiano en esta Iglesia católica en el siglo XXI? Yo digo
que sí; ¿y tú?
Pedro Ignacio Fraile Yécora
8 de Enero de 2014
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