Cuando
se aprende la instrucción en el ejército (se «aprendía», más bien), el cabo
primero gritaba marcando bien las dos sílabas: «¡pa-so!», y todos repiqueteaban
el suelo con dos golpes de pie (y de bota), la orden repetida del soldado mil
veces reenganchado: «bum-bum». Así una y otra vez: «¡pa-so!»!- «bum-bum»; «¡pa-so!»…
Horas de instrucción para que en el día de la «jura de bandera» las compañías
compitieran entre ellas a ver quiénes iban más acompasadas. Había que aprender
a «marcar el paso». La instrucción era, en buena medida, aprendizaje de ir
todos uniformes y uniformados con un paso al unísono.
Hoy
es el «día de la Candelaria». El jesuita que ha presidido la Eucaristía nos ha
dicho que debemos descubrir el «paso de Dios» por nuestras vidas, porque solemos
estar a veces despistados: Dios pasa, y no nos damos cuenta. La cosa iba por
los buenos de Simeón y de Ana, que subieron como todos los días al Templo de
Jerusalén, y cuando vieron aparecer a aquella familia de pocos posibles (¡sólo
llevaban dos tórtolas, lo mínimo que exigía le Ley pa
ra no ir de vacío al
Templo!), dijeron: «acaba de entrar en estos atrios el Mesías de Dios». Sólo
ellos, dos ancianos cansados de ver gente, vieron que en aquel niño acompañado
por sus padres pobres (¡que no «pobres padres»!), estaba Dios mismo en plenitud.
Supieron ver y entender el «paso de Dios».
Dios
«pasa» pero no marca el paso. Dios
«pasa» por nuestra vida, pero no se fija en los que marcan el paso. Dios
prefiere los que van con el paso libre, o suelto, con gracia, con gracejo, con
simpatía y desparpajo.
Muchas
veces decimos que a Dios no le gustan los «caminos hechos, trazados, cerrados»,
sino que prefiere adentrarse por caminos sin trillar, porque Dios no tiene
miedo y espera mucho de cada hombre.
Hoy
podemos decir que a Dios no le gusta la gente que «marca el paso», si bien le
gusta que descubramos que él «pasa» por nuestra vida. ¿Tiene que ver esto con
la providencia y su tensión dramática con la libertad? Probablemente sí, porque
Dios camina con nosotros, a veces sin hacerse notar, a veces dándonos un tirón
de orejas, a veces llorando con nosotros, a veces llamándonos la atención, a
veces cuando estamos «felices» (en uno de esos «sorbos» de felicidad que no
sabemos de dónde salen, pero que sabemos que son de verdad).
El
«paso» de Dios tiene que ver con la «providencia y su tensión dramática con la
libertad», y tiene que ver con nuestras superficialidades y profundidades, con
nuestros hondones y nuestros vuelos rasantes. ¡Cuántas veces no vemos que Dios
pasa porque «no vemos», o «no oímos», o no «escuchamos», o no «sentimos»! Quizá
haya que empezar por ahí, por aprender a «escuchar y no sólo oír»; a
«contemplar y no sólo mirar»; a «sentir y no sólo analizar». Probablemente
entonces descubriremos cómo Dios pasa por nuestra vida, aunque nunca, nunca,
nunca, nos «haga marcar el paso».
Pedro Ignacio Fraile Yécora
2 de Febrero de 2014
Fiesta de la Presentación del
Señor en Templo
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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