Como empieza el tiempo de Adviento y TODOS tenemos que 'ponernos las pilas' para preparar bien la NAVIDAD, quiero compartir con vosotros cuatro retiros que preparé hace unos años. Si os sirven a vosotros o sirven para hacer el bien, ¡bendito sea Dios!
Lo único que no quiero es que los 'copien' como si fueran propios; eso es deshonesto, pero no me importa que algunas ideas se puedan usar en retiros, charlas, reuniones etc.
Son cuatro seguidos. Hay que leerlos 'poco a poco'. A veces se repiten, pues el material de un año sigue siendo válido para otros; pero los planteamientos son distintos, complementarios, nuevos.
1) Estoy haciendo algo nuevo, ¿no lo notáis?
2) Isaías y Jesús: de las expectativas a la esperanza
3) La esperanza tiene nombre propio: Jesús
4) Cuando llega el tiempo de Adviento: lectura esperanzada desde el corazón de la crisis
Un saludo ESPERANZADO en JESUS, DIOS QUE VIENE, a todos.
(1) ESTOY HACIENDO ALGO
NUEVO, ¿NO LO NOTÁIS?
4 de Diciembre de 2010
Introducción: Volver a empezar otra vez
Los
cristianos cuando volvemos nuestra mirada hacia Dios en el tiempo de Adviento,
repasamos nuestra vida desde la perspectiva de la esperanza.
-
¿tenemos esperanza?
-
¿en qué o qué esperamos?
-
¿a quién esperamos?
-
¿acaso no confundimos esperanzas con expectativas?
Solemos
decir ‘dime cómo vives y te diré en qué Dios crees’. En efecto, si
vivimos en una rutina paralizante, si vivimos en una languidez pesante, si
estamos sometidos al ‘laissez faire, laissez passer’, de una sociedad
que nos pide no comprometernos, estamos poniendo a prueba nuestra fe en Dios.
En Adviento es necesario
recordar, al menos, dos cosas fundamentales:
(1) que el cristiano
mira al futuro porque sabe que la historia le pertenece a Dios
(2) que la
esperanza tiene nombre propio, y ese nombre es Jesús.
(1) La historia le
pertenece a Dios
Lo propio
del cristiano no es la fe ‘opiacea’ que ya denunció en su día Marx; ni
ponernos en manos de una voluntad de poder que de entrada echa de la historia a
todos los débiles, como profetizó Nietzsche; tampoco es un vagar en el
sinsentido, de los filósofos existencialistas; ni tampoco recuperar el ‘carpe
diem’ de los romanos, en una relectura postmoderna que dice: ‘lo quiero
todo, y lo quiero ya’.
Esta forma
de pensar, muy extendida entre nuestra gente, es tremendamente anticristiana. Una
de las diferencias entre vivir ‘a lo cristiano’ y vivir ‘a lo pagano’
es la forma de afrontar la vida diaria, el quehacer diario, y la historia en su
conjunto. El ‘carpe diem’ (‘aprovecha el momento’) de los romanos hoy se
traduce como ‘saca todo el partido al momento presente porque no sabemos si
existe el futuro. La sociedad moderna lo dice de otra forma; dice ‘lo
quiero todo y lo quiero ahora’, porque no sabemos si existe el mañana. No
creemos que mañana será mejor. Pero el cristianismo no se «doblega» a estas
propuestas:
1º) El
cristianismo mantiene siempre ese punto de ‘contracultualidad’ (¡es
contracultural!). Si entendemos que la cultura actual ha abandonado los
‘grandes discursos’ para refugiarse en el fragmento, nosotros seguimos hablando
de un Dios que tiene un proyecto de amor para toda la humanidad. Un Dios que no
es del pasado, sino del presente y del futuro. Dios es el Señor de la historia,
y esta fe tiene consecuencias en la vida diaria del creyente. No estamos
abandonados a nuestra suerte, náufragos en un mundo desnortado.
2º) El
cristianismo cree que otro mundo es posible. no se contenta con lo mucho o poco
que le da la vida, en un abandono total de cualquier tipo de compromiso, o de
transformación. El cristianismo cree en las posibilidades del hombre porque es
Dios mismo quien nos lo garantiza. Nos lo garantiza en su palabra, nos lo
garantiza en su vida entregada y actualizada en la Eucaristía, nos lo garantiza
en la vida de tantas personas que manifiestan que es posible vivir creyendo en
los hombres.
3º) El
cristianismo no cede ante la dejación de responsabilidades, ni ante los cantos
de sirena de un mundo que llama a la deserción general. El evangelio nos dice:
‘estad vigilantes’, ‘despertaos del sueño’. La crisis que estamos viviendo, en
su tremenda tragedia, es una oportunidad para que volvamos a revisar tanto
nuestra forma de vida, como la calidad de nuestro compromiso, como en quién
ponemos la fe que salva.
(2) La esperanza
cristiana tiene un nombre: Jesús
¿Un deseo infantil o una ensoñación adolescente? La esperanza
cristiana no es un ‘ramillete’ de buenos propósitos, queriendo cambiar nuestra
vida y el mundo a golpe de voluntad; tampoco es un estado psicológico de
‘ingenuidad infantil’ o de sueños de adolescente, pensando en un mundo de
ilusión.
La esperanza cristiana es una «vigilancia
activa», con sentido (el sentido lo da el evangelio) y con nombre propio, Jesús.
La esperanza es Jesús. Jesús no es un
personaje tomado de la alacena o de los grandes personajes de la historia.
Jesús es el mismo ayer, cuando caminaba por los senderos de Palestina, y hoy,
caminando con nosotros. Además, no sólo es ‘el que vino’, sino ‘el que viene’
hoy.
Yo soy el
alfa y la omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que viene, el
todopoderoso. (Ap 1,8)
Adviento de Jesús hoy. La
Iglesia, en su pedagogía, nos va marcando los tiempos de gracia, como una madre
se preocupa de que sus hijos vayan creciendo y madurando. Cada uno a su ritmo.
Está el hijo nervioso y activo que quiere llegar el primero, y el hijo
tranquilo que no tiene prisas en llegar. Está el hijo miedoso que no sabe si
será capaz y será digno, y el hijo despreocupado que no ve dificultades.
El Adviento es «tiempo de gracia»
que nos regala Dios en la Iglesia, con la Iglesia, por medio de la Iglesia.
a) El adviento es tiempo de gracia porque es «tiempo propicio». Dios tiene
un ‘tiempo oportuno’ para cada uno de nosotros. Es la gran oportunidad de ‘volver
a casa’. No como los anuncios de turrones, que se supone que luego se vuelven a
ir, sino para quedarse.
b) El adviento es tiempo de espera activa. Vemos la ceniza encima de
las brasas humeantes. Podemos esperar a que se apague el fuego; o que otro
venga a soplar; o podemos nosotros mismos quitar las cenizas de nuestras brasas
casi apagadas; podemos volver a soplar con la convicción de que es Dios mismo
quien renueva nuestra esperanza.
c) El adviento es tiempo de encuentro. «Adventus» significa «llegada».
Pero es una ‘llegada personal’. Al que ‘llega’, no se le espera sino que se le
acoge. Si Jesús llega, la actitud es la de ‘dejar que entre’.
Jesús tiene un enorme respeto por
las personas, por todos y cada uno de nosotros. Él llama a la puerta y dice con
humildad, sin avasallar, ‘¿puedo pasar?’. Si le decimos que no, no fuerza… pero
sabemos que volverá a intentarlo.
Es Adviento, Jesús llama a la
puerta… ¿esperaremos hasta el año que viene?
Os propongo
dos puntos de reflexión. El primero sobre la palabra de Dios en nuestra vida;
el segundo sobre la capacidad que tenemos para acoger lo nuevo.
1. LA PALABRA DE DIOS NO PASA
Podríamos
hacer un juego de palabras moderno diciendo que en esta sociedad todo es
caduco: los alimentos, las medicinas, los documentos, las modas, hasta las
ideologías. También los políticos y sus políticas. Todo tiene ‘fecha de
caducidad’ menos la Palabra de Dios.
Se seca la hierba,
se marchita la flor,
pero permanece para
siempre
la palabra de
nuestro Dios (Is 40,8)
1. Palabra de Dios y crisis
La palabra
de Dios se sirve de las crisis para avanzar. Es la paradoja permanente de la
Sagrada Escritura: Dios saca vida y hace el bien de donde aparentemente no se
puede sacar nada o es incluso negativo. El Antiguo Testamento nace en dos
grandes crisis: la primera, la de la esclavitud inhumana. La segunda, la de la
deportación que llevaba a la desaparición.
Esclavitud. La primera crisis, la de la
esclavitud en Egipto, dio lugar a la experiencia liberadora del Éxodo. El
pueblo de Israel descubrió que su Dios no estaba con los opresores, sino con
ellos. Hoy nosotros decimos de forma ‘escueta’, casi telegráfica, que ‘Dios
toma partido’ por los pobres. Ellos lo escribieron de forma hermosa e hicieron
una epopeya.
La palabra de
Dios no se limita a relatar noticias del pasado, como si de un telediario de
los tiempos pasados se tratara o como si fuera un canal de historia de la
humanidad. La crisis de la esclavitud, que acaba en liberación, es arquetipo
para toda la historia y toda la teología: Dios no está con cualquiera, mucho
menos con los que son antihumanos. Dios está con los humanos, con lo que
humaniza, con lo que levanta al hombre de su postración. Al revés: Dios no está
ni con los esclavizadores, ni con los faraones que se sirven de los débiles
para edificar megalómanas construcciones.
Desaparición. La segunda crisis, la de
la deportación y desaparición en Babilonia. La opción era: o desaparecer allí
en medio de una ‘plácida vida de deportados’, o rebelarse y volver a la tierra
de donde habían venido. Es verdad que no se ‘sublevaron’, pues fue Ciro quien
derrotó a los babilonios y propició de este modo su retorno, pero es verdad
también que la mayor parte de ellos no se quería mover: ‘estaban
inmovilizados’, estaban ‘drogados’. ¿Hay que dejar la buena vida para ir a
vivir a una ciudad árida? ¿no se puede servir a Dios en Babilionia? La
respuesta que da la Biblia es «no». En efecto, no se puede servir a Dios en
medio de la dejación y del abandono paralizante.
Abandono. Si hoy miramos nuestra vida
cristiana, podemos decir que estamos en crisis. Unos hablan de ‘sociedad
postcristiana’, indicando así que el cristianismo ha pasado al cuarto de los
trastos viejos, que se sacan en carnaval o para disfraces, pero que nadie se
viste con ellos. Es verdad que nos falta «frescura»; la mochila pesada de la
historia no nos la podemos quitar, pero tampoco sabemos recuperar un
cristianismo «con frescura»: la «frescura» de lo nuevo, de lo reciente, del pan
recién horneado o del buen olor de los niños pequeños. Tenemos el riesgo de
«oler a rancio», de proponer ideas «casposas» que por sí mismas se
desautorizan.
Otros optan
por el ‘abandono progresivo’ o una especie de ‘apostasía callada’. El número de
practicantes cae de forma progresiva. No podemos cerrar los ojos. Es el
abandono silente de los que se dejan seducir por los falsos profetas
anticristianos: ‘la Iglesia es inquisición, son las cruzadas… la Iglesia es
antiprogreso’. Muchos, sin ser conscientes, participan de esta nueva forma de
opinión.
Otros
hablan de ‘nuevos paradigmas’. Hay que cambiar los «modelos»; pero no sabemos
bien en qué consisten las nuevas propuestas y tampoco si estos nuevos «marcos»
o «modelos» tienen que ver con el evangelio de Jesús y de la Iglesia.
Pues bien, en
este panorama de ‘movilidades’, donde todo parece inestable y pasajero, donde
«nada es para siempre», sigue estando
como testigo vivo la Palabra de Dios. Ella fue capaz de engendrar vida en dos
momentos graves de crisis; ella engendrará vida, sin duda, en los momentos
actuales.
2. La pedagogía del desierto
La
Escritura habla mucho del desierto, pero no siempre con el mismo valor. Puede
tener distintas apreciaciones según desde donde se lea. Es tiempo y lugar de paso,
de transición, de maduración, de soledad, de abandono, de prueba, de
discernimiento, de tentación…
Siguiendo
con los dos modelos bíblicos arriba indicados, podemos pensar en el desierto
como oportunidad y como pedagogía que usa el mismo Dios.
El desierto en el Éxodo: prueba y discernimiento
Cuando
Israel sale de Egipto, el pueblo se adentra en un espacio y en un tiempo
terrible dominado por las carencias de todo. Es un tema amplio, pero sólo nos
fijamos en dos aspectos: la tentación de ‘volver a la esclavitud’ y la
tentación de la ‘idolatría’.
El
pueblo de Israel no está dispuesto a pasar por el desierto de las
carencias. Prefieren tener que comer
siendo esclavos, que ser libres y pasar necesidad. 4 La gente que se les
había unido tenía tanta hambre que los mismos israelitas, contagiados, se
pusieron a llorar, gritando: "¡Quién nos diera carne que comer! 5
Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, de
los melones, de los puerros, de las cebollas, de los ajos.
6 Ahora nos morimos de hambre y no vemos más que maná". (Num 11, 4-6)
No
estamos hablando, como bien sabemos, de una exaltación de la pobreza. Estamos
hablando de algo más importante: vender la libertad a cambio de una estabilidad
y de una seguridad que incluye tener cubiertas las necesidades mínimas. Esto
también nos paraliza hoy: callar a cambio de vivir decentemente.
El
segundo aspecto, terrible, es el de la idolatría. Dicen que «adoran», pero no
adoran a Dios, sino a una figura hecha por sus manos. Cambian al Dios de la
libertad por un becerro de oro. (Ex 32, 1-35). El Dios de la historia, el que
hace camino con nosotros, es sin duda mucho más exigente que el ‘diosecillo de
oro’ que queremos controlar. El desierto es un lugar de discernimiento ¿a quién
queremos servir? No basta con decir «somos religiosos, somos piadosos». El
pueblo de Israel quería adorar un becerro, quería se piadoso. ¿Queremos servir
a los ídolos o al Dios de la libertad y de la alianza?
El desierto en el Exilio: caminos en la estepa
El desierto que
nace de Babilonia y va camino de Jerusalén es distinto. El Segundo Isaías
anuncia ‘torrentes en la estepa’. Ahora se trata de una fiesta, pero hay que
atravesarlo, y para atravesarlo hay que ponerse a caminar.
La dificultad del Israel exiliado era,
precisamente, que no querían dejar Babilonia. La travesía quizá era lo de
menos, lo de más era la comodidad y el miedo al futuro. ¿Merecía la pena ese
viaje? ¿Y si después de dejar Babilonia no había nada que mereciese la pena?
3. La eficacia y la firmeza de la
palabra de Dios
El conjunto de Is 40-55
ofrece una mayor sensación de unidad y coherencia que el resto del libro de
Isaías. Su autor, magnífico teólogo, es también un destacado poeta que domina
los recursos de la lengua (amplias construcciones, efectos sonoros, variedad de
imágenes) y los géneros proféticos (oráculos de salvación, anuncios de
salvación, himnos, pleitos judiciales, diatribas, cantos etc.). En todo el
conjunto de su obra es posible identificar una sólida estructura bipartita
enmarcada por un prólogo y un epílogo en perfecta inclusión:
A
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PRÓLOGO (40,1-11):
Anuncio de un nuevo
éxodo.
|
La palabra de Dios es firme. (Is 40,8)
|
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B
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PRIMERA PARTE (40,12-48,22):
Liberación de Babilonia.
Retorno a Jerusalén.
Primer poema del
Siervo
|
Las palabras de los ídolos son vanas
(Is 41,26)
La palabra de Dios se
cumple (Is 44,26) y es irrevocable (Is 45,23)
|
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|
|
B’
|
SEGUNDA PARTE (49,1-55,5):
Restauración de Jerusalén.
2º, 3er y 4º Poema del Siervo
|
Palabra que sostiene al débil (Is 50,4)
Palabra que es de
Dios (Is 51,16)
|
|
|
|
A’
|
EPÍLOGO
(55,6-13).
Salida de Babilonia: nuevo éxodo.
|
La palabra de Dios es fecunda.(Is 55,11)
|
El Segundo
Isaías Sigue la línea del profeta del siglo VIII, del que toma el nombre, pero
a la vez aporta una teología novedosa. Uno de los rasgos de esta teología es,
precisamente, que es el primero que reflexiona sobre el valor propio de la
‘palabra de Dios’.Podríamos decir, incluso, que ‘personifica’ la palabra: ella
es débil porque se proclama y deja de existir, pero es fuerte porque se cumple.
Ella es débil porque el hombre puede fallar, pero es fiel porque Dios no falla
nunca.
El segundo Isaías marca tres
rasgos de la palabra: es fiel y se cumple siempre porque tiene como
garante al mismo Dios. Por otra parte insiste en su condición de eficacia fecunda, de fertilidad:
Hay esperanza
Las estructuras bíblicas piden
ser leídas con coherencia interna. Eso es lo que vamos a intentar siguiendo las
dos partes, con sus correspondientes prólogo y epílogo, en el que hemos
dividido el texto.
El hilo conductor es que hay
esperanza porque Dios mismo garantiza ese futuro y porque su palabra es firme y
no falla.
A) Prólogo: la palabra de Dios es firme
La palabra de Dios no es ‘flor de
un día’, ni tiene «fecha de caducidad», sino que permanece para siempre porque
es Dios mismo quien la sostiene:
Se seca la hierba,
se marchita la flor,
pero permanece para
siempre
la palabra de
nuestro Dios (Is 40,8)
Hoy estamos inmersos en
la cultura de lo efímero: «nada es para siempre». Todo es revocable. Sin
embargo, la palabra de Dios se presenta como estable, permanente, segura.
También estamos en la
cultura del «usar y tirar», del «kleenex». Las cosas duran lo que dura su uso o
su utilidad. La Palabra de Dios no se somete a esta ley, sino que fue palabra
para el pasado, lo es para hoy lo será para el futuro.
B) Primera parte: Palabra que se cumple de forma
irrevocable
La palabra
de Dios es «veraz», por contraposición a los dioses que son «falsedad». Dios le
pone un «pleito» a los dioses. El Señor reivindica con insistencia que sólo él
es Dios y que los dioses y los ídolos no son nada. En un pleito contra los
ídolos, Dios, el Creador, el Libertador, el Go’el de Israel, les echa en
cara a los ídolos que sus palabras son vanas, y que nadie les presta atención:
¿Quién
lo anunció desde el principio
Para que
pudiéramos saberlo?
¿Quién
lo predijo de antemano
Para que
se pueda decir «es verdad»?
Nadie lo
anunció, nadie dijo nada
Nadie
oyó vuestras palabras (Is 41,26)
Palabra que se cumple
Yo
realizo la palabra de mi siervo
Cumplo
el plan de mis mensajeros
(Is 44,26)
El profeta
Jeremías tiene un texto semejante: ‘Yo velo por mi palabra, para que se
cumpla (dice el Señor)’ (Jer 1,12)
En una época en que todo parece
ser ‘sí pero no’, la palabra de Dios es irrevocable; permanece para siempre.
Esto dice el Señor, el que creó los cielos, el que es Dios, el que formó la tierra y la
creó, el que la estableció y no la creó vacía,
sino que la formó para ser habitada (…) Volveos a mí y os
salvaréis, confines todos de la tierra,
porque yo soy Dios y nadie más. Por mí mismo lo juro; de mi boca sale la verdad, una palabra
irrevocable: Ante mí se doblará toda rodilla, toda lengua jurará por mí, diciendo: ¡Sólo en
el Señor está la salvación! (Is
45,18-24)
B’) Segunda parte:
Palabra que sostiene, palabra que es de Dios
En el
Tercer poema del Siervo aparece la palabra de Dios que sostiene al débil. Los
pueblos que se dirigen a Sión están formados no por ejércitos poderosos y
nobles, sino por los pobres que confían en Dios. Dios, con su palabra, le
sostiene en su marcha.
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo
para que yo sepa sostener
con mi palabra al cansado.
Cada mañana me despierta el oído
para escuchar como un discípulo (Is 50,4)
Como en la
vocación de Jeremías, el texto bíblico nos recuerda que la palabra no es del
hombre, no brota de sus deseos, sino de Dios mismo. La fórmula se repite de
nuevo.
He
puesto mis palabras en tu boca
Te he cobijado
al amparo de mi mano (Is 51,16)
A’) Epílogo: Palabra fecunda
El Epílogo vuelve a recoger el
tema del «Segundo Éxodo». Es un grito que proclama que es posible renacer como
Pueblo de Dios, que Dios mismo es el que guía a su pueblo, y que Dios lo promete.
La Palabra de Dios no se puede tomar a broma, sino que es fecunda. Hay que
dejarse «mojar», «empapar»; hay que «calarse» de la palabra de Dios y ella no
dejará de ser fecunda.
Esto
dice el Señor:
Como
bajan la lluvia y la nieve desde el cielo,
y no
vuelven allá, sino después de empapar la tierra,
de
fecundarla y hacerla germinar,
para
que dé semilla al sembrador
y pan
al que come,
así será mi palabra que sale
de mi boca:
no
volverá a mí vacía,
sino
que hará mi voluntad
y
cumplirá mi encargo. (Isaías 55, 10‑11)
Isaías hace un elogio de la palabra
de Dios, pero somos conscientes igualmente de la fragilidad inherente a al
palabra: la palabra es «fuerte» porque es de Dios y es «débil» porque quien la
escucha y la acoge es un hombre.
PALABRA
FUERTE
|
PALABRA
DÉBIL
|
Duradera, permanece para siempre
|
El hombre está sujeto a la
caducidad
|
Se cumple. Dios no falla nunca
|
El hombre la escucha, pero puede
callar
|
Dios la pronuncia y es
irrevocable
|
El hombre la pronuncia y
desaparece
|
Es fecunda: empapa la tierra
|
La tierra debe estar mullida para
aceptarla
|
2. OS DARÉ UN CORAZÓN NUEVO (Ez 36)
1. La realidad.
Tres
posibilidades:
1)
Negar la novedad
2)
Pretender engañar
3)
Disyuntiva ¿retroceder o avanzar?
No hay nada nuevo. El libro del
Eclesiastés es terrible en su crudeza, pero es totalmente actual. Es un baño de
‘realismo’ escéptico que nos cura de nuestras ingenuidades:
9 Lo que fue, eso mismo será; y lo que se hizo, eso
mismo se hará; no hay nada nuevo bajo el sol.
10
Si hay una cosa de la que dicen: "Mira, esto es nuevo”, esa cosa existió ya en los siglos que nos
precedieron. (Ecl 1,9-10)
Hay que
decir que esta forma de pensar es tremendamente anticristiana. Si no existe la
novedad, no existe la vida nueva del Espíritu; no existe la posibilidad de
cambio ni personal ni comunitariamente. Estamos condenados al determinismo.
Hay que
decir también que este toque de ‘escepticismo’ es saludable para quienes se
arrojan en los brazos de las «últimas novedades del mercado». En el mercado del
mundo, cada temporada se cambia de moda… y la persona en su estabilidad
emocional y espiritual no puede estar cambiando de moda. ‘Nada es nuevo’ o al
menos ‘nada es tan nuevo como quieren hacernos creer’.
Lo «viejo» camuflado. La Escritura nos presenta un caso a tener en
cuenta. Un «faraón» al que se califica de «nuevo». Sería «nuevo» según la
sucesión, pero no en forma de ejercer el poder. Un «faraón», llamémoslo como lo
llamemos, siempre será un «faraón»; nunca es novedoso: ‘Surgió en Egipto un «nuevo faraón» que no había conocido a José’ (Éx 1,8). Es el engaño de querer vender como
nuevo lo «caduco», lo que ya no sirve, lo que no funciona.
¿Retroceder o avanzar? Cuando entra el
vértigo de lo novedoso, siempre está el riesgo de volver atrás. En el desierto,
Dios advierte contra la abandonarle a él y sus exigencias, con el riesgo real
de desandar el camino. El libro del Deuteronomio, después de pedirle al pueblo
a que cumpla escrupulosamente la Ley, Dios le advierte de las consecuencias de
que no lo haga:
1º)
Exterminio en su propia tierra
2º)
Dispersión
3º)
Peligros, miedos
4º) Volver
a Egipto
58 Si no pones en práctica todas las palabras de esta ley, escrita en este
libro; si no respetas este glorioso e imponente nombre del Señor, tu Dios, (…) 68
El Señor te llevará de nuevo a Egipto
por el camino del que yo te había dicho: No lo volverás a ver más. Allí os
ofreceréis a vuestros enemigos en venta como esclavos y no encontraréis
comprador. 69 Éstos son los términos de la alianza que el Señor
mandó hacer a Moisés con los israelitas en Moab, aparte de la alianza que hizo
con ellos en el Horeb.
La otra posibilidad es avanzar. Ante
el riesgo de retroceder, siempre queda la llamada a seguir. Hay que mirar hacia
delante. Pero no es un ‘andar por andar’, (que no vale la pena el andar por
andar) sino que hay que convertirse «de nuevo». (Dt 30). Para la escritura el
«volverse» a Dios y «convertirse» es lo mismo.
2 si de nuevo te vuelves hacia él y le obedeces, tú y tus hijos, con todo
tu corazón y toda tu alma, según todo lo que yo te mando hoy,
3 él cambiará tu suerte, tendrá
misericordia de ti y te reunirá de nuevo de todos los pueblos, en medio de los
cuales te había arrojado.
4 Aunque tus desterrados estuvieran
en el confín del cielo, de allí iría a buscarte
5 para llevarte de nuevo a la tierra
que poseyeron tus padres, darte posesión de ella, hacerte feliz y más numeroso
todavía que ellos.
6 El Señor, tu Dios, circuncidará tu
corazón y el de tus descendientes para que le ames con todo tu corazón y toda
tu alma, y así vivas. (…)
9 y él te hará prosperar en todas tus empresas, en el fruto de tus
entrañas, en el fruto de tus ganados y en el producto de tu tierra. El Señor se
complacerá de nuevo en tu prosperidad, como se había complacido en la de tus
padres (Dt 30)
2. Los profetas de
la novedad
a) Segundo Isaías: abrir las
puertas a la novedad
Isaías
anuncia que no estamos condenados a repetir lo mismo. Primero nos dice que
«algo nuevo está naciendo» y luego que «todo es posible» para Dios.
‘Os voy
a anunciar algo nuevo’ (Is 42,9)
No recordéis las cosas pasadas,
no penséis en lo antiguo.
Mirad, yo voy
a hacer una cosa nueva;
ya despunta,
¿no lo notáis?
Sí, en el desierto abriré un camino,
y ríos en la tierra seca.(Is
43,19)