Me
voy con el corazón, la memoria y el alma al Monte Carmelo. Allí, en un
promontorio de la ciudad israelí de Haifa, asomándose a la hermosa bahía, se erige
el santuario de Stella Maris, cuna de los carmelitas y de la devoción a la
Virgen del Carmen. Debajo del altar mayor de la Iglesia hay una gruta donde se
recuerda al profeta Elías. Los peregrinos fijan sus ojos en la imagen de la
Virgen del Carmen, pero la mayoría de ellos no saben qué hace allí Elías. Son
dos mundos paralelos, sin que se toquen. El guía va desgranando sus
explicaciones: muchos siglos antes de que allí se establecieran los primeros
varones cristianos consagrados a la Virgen, en aquel lugar había memoria viva
de ser un monte santo, donde el profeta Elías defendía la causa de Dios. Los
primeros religiosos tomaron su nombre del monte bíblico: ellos eran los nuevos
adoradores de Dios, religiosos cristianos, consagrados a Nuestra Señora del
Monte Carmelo. Había continuidad en lo esencial con Elías, la consagración total
a la causa de Dios («el celo por Dios me consume»), si bien los tiempos eran
distintos: Jesús, el Cristo, había irrumpido en la historia.
Elías
había pasado a la historia bíblica como «defensor de Dios» frente a los dioses
vecinos, que no eran nada, que engañaban a la gente. El nombre mismo del
profeta era un mensaje: Elías significa «Yahveh es Dios»; o sea, que no son
dioses todos los diosecillos de juguete, variables, blandos, moldeables, que se
hacían a su medida los habitantes del lugar. Pero Elías era un profeta duro,
irascible; no tenía cintura con los que no pensaban como él.
Los
nuevos habitantes del Carmelo, los carmelitas, también defendían la causa de
Dios, pero lo hacían con la ternura, la sencillez, la hermosura, la
magnanimidad, la cordialidad, la hondura que da la figura de María. Ella nos
lleva de la mano a la salvación que nos ha traído su hijo Jesús.
En
estos tiempos confusos, en donde si
dices que eres creyente los más «in» te miran como a un australopitecus de tiempos remotos; donde si dices que eres
cristiano, algunos te miran con pena no disimulada, como si de un débil mental se tratara; donde si dices
que la fe en Dios es nuclear en tu vida, piensan que es mejor no escuchar mucho
tus razonamientos porque adolecen de «fundamentalismo o dogmatismo»; donde Dios
ha pasado de ser un «huésped» querido del corazón a un objeto antiguo que se
recoge en el desván de los recuerdos. En este tiempo, hay que volver a lo
esencial: «Dios es Dios, no un producto de mis insatisfacciones o
frustraciones»; «el Señor es Dios; no los diosecillos de juguete, de quita y
pon»; « Sólo Dios basta, como nos dirá la Carmelita por excelencia, Teresa de
Jesús».
Hay
que volver al Monte Carmelo de la mano del profeta Elías, pero sobre todo de
María, y dejarnos adentrar en los caminos trillados a la vez que novedosos;
oceánicos a la vez que caseros;
profundos a la vez que seguros, que es siempre la experiencia de Dios. Santa
María, Madre del Monte Carmelo, ruega por nosotros.
Pedro Ignacio Fraile Yécora,
Víspera de la Virgen del Carmen 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario