Dos
acontecimientos, un nombre y una anécdota para principiar esta reflexión. El
sábado por la noche recibíamos el «varapalo» que nos expulsaba definitivamente
de la organización de los JJ.OO. por parte de Madrid, para el no cercano año de
2020. Se esfumaban muchas expectativas económicas y la posibilidad de ofrecer
al mundo la liturgia de imágenes, colores, espectáculos y sensaciones más
potente en la actualidad. Algunos lloraban, otros se lamentaban, otros veían cómo
su «tabla de salvación» se iba camino del país del sol naciente.
El
segundo acontecimiento tiene lugar con la «Diada», día nacional de Cataluña,
como lo tenemos en todas las comunidades autónomas donde ratificamos nuestra
identidad y diferencia en el respeto: Día de Aragón el día de san Jorge, Día de
Castilla en esta misma fecha aunque por motivo distinto-los comuneros-, Día de
Andalucía, con Blas Infante etc. Una ‘diada’ que ha derivado de forma patente
en una jornada reivindicativa nacionalista.
Por
nombre elegimos el de Bale, un señor requetepeinado inglés (del que dicen que
da muy bien patadas al balón) y por el que han pagado la bonita cifra de 1.000
millones de euros; el chiste es fácil: «¿Bale los vale?».
La
anécdota es una presentadora de televisión que recomendaba ayer a un compañero
de trabajo (¿trabajo?), un amuleto: «te lo recomiendo; a mí me ha ido muy
bien».
Resumiendo:
un acontecimiento deportivo litúrgico con inexcusables lecturas políticas
salvíficas; un acontecimiento festivo, histórico, social y popular con
imprevisibles consecuencias políticas; un
nombre que resuena a «ídolo» adorado; y un recurso tan antiguo como el ser
humano a la ayuda extracorporal y suprahumana.
El
ser humano es un ser religioso por naturaleza. Cuando no se «religa» a Dios, se
religa al éxtasis que supone la belleza del cuerpo humano que busca romper sus
límites: «altius, citius, fortius» (más alto, más rápido y más fuerte). El ser
humano necesita expresar públicamente y de forma bella y esplendorosa un canto
a su poder: es la liturgia de los cuerpos que se retuercen y se ponen al máximo
en una carrera de belleza, potencia y esfuerzo. Es una liturgia «prometeica».
Bella, luminosa, humana.
El
segundo punto es extremadamente delicado. Una canción juvenil de hace años cantaba
«somos ciudadanos de un mundo que fue creado como casa de todos»; los
anarquistas con pedigrí se definen como «internacionalistas», porque no admiten
fronteras. Desde un punto de vista naturalista, mi hermano me dijo un día: «si
en el aire no hay fronteras, ¿por qué las ponemos en la tierra? Los animales no
conocen fronteras…¡las ponemos los humanos!». El cristianismo es, por definición, universal:
‘id por todo el mundo y anunciad el evangelio’. ¿Los nacionalismos son un
‘adelanto’ o un ‘retraso’? ¿Vamos hacia la «casa de todos» o hacia «mi casa»?
Los nacionalismos tienen tanta fuerza que coaligan en torno a ellos toda una
simbología, una argumentación, unas liturgias de identidad, diferenciación y pertenencia…
que sólo son comparables con la religión.
El
futbolista Bale me vale (me sirve)
para hacer referencia a los ídolos y a la idolatría. Cuando no hay referencias
personales a las que seguir o por las que luchar, se imponen los «dioses de
barro». Nada nuevo; en la Biblia el pueblo de Israel se hizo un «becerro de
oro». El ser humano es «adorador». Adora lo que le propongan de forma
satisfactoria y sugerente. La fe cristiana también es adoradora; pero dice: «no
adoréis a nadie más que a él» (a Dios, y a Jesús, el Hijo de Dios).
Por
último, los amuletos. La vida no se controla: rachas de buena o mala suerte;
enfermedades; exámenes; búsquedas de
trabajo; altibajos en el amor… Los amuletos conviven con el ser humano en todas
las culturas. Los amuletos van de mano con la magia. Las religiones serias los
aborrecen (judaísmo, cristianismo, Islam-siempre las nombro por orden de
aparición en la historia). La gente sencilla (o no sencilla, pero que piensa
que pertenecer a una religión de forma confesante es un retraso), hacen
renacer, si algún día habían desaparecido, el eterno retorno de los amuletos.
Cuando
decimos «no» a Dios, el que nos sostiene y provoca; el que nos confunde porque
no siempre nos da lo que pedimos; el que se calla cuando más queremos que
hable; el Dios que no se deja manipular, porque un Dios blandiblup no sería
Dios; el Dios que se compadece de los pequeños y debilitados… cuando decimos
«no» a Dios, porque nos parece que está pasado de moda… aparecen las
«religiones de sustitución»: culto al deporte o culto al país; adoración al
ídolo con pies de barro y amuletos que nos protejan.
Siglo
XXI. Año 2013. ¿Van a desaparecer las religiones? ¿Van a purificarse las
religiones? ¿Vamos a aprender, de una vez, que cuando quitamos de nuestra vida
a Dios salen como las setas en otoño, las «religiones de sustitución»?
Pedro Ignacio Fraile Yécora
10 de Septiembe de 2013
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
No hay comentarios:
Publicar un comentario