La
cruz es un patíbulo. En la historia cruenta de la humanidad, los ajusticiados a
muerte han ido pasando, en momentos diversos, por el «filo de la espada o del
alfanje», por la «guillotina» francesa, por el «garrote vil» ibérico, por la
«horca» primero , la «silla eléctrica» o la «inyección letal», después, de los
sheriffs americanos; por el disparo de fusilería de los paredones; por los «hornos
crematorios», los «gulags» y los «campos de reeducación» de los asesinos institucionalizados
del siglo XX… y por la cruz…. La cruz de los imperialistas romanos.
La
condena a muerte es abominable, como todas las condenas a muertes. Pareciera
que a muerte se condenan sólo a asesinos reincidentes confesos, a violadores
sin escrúpulos, a delincuentes muy peligrosos, a revoltosos y sublevados…
También la historia nos dice que la pena de muerte se ha aplicado a reyes
burgueses que vivían a espalda del sufrimiento secular de su pueblo. También
que se han matado a personas cuyo único delito era «el no ser de los nuestros»
o «no pensar como nosotros». La
historia recoge el grito de muerte de muchos condenados a muerte. La historia
recoge también la ejecución de un «rey pacífico y compasivo; humano y
coherente; duro con los poderosos y misericordioso con los débiles; un rey inocente».
Mañana es «Cristo Rey y Señor del Universo». La Iglesia nos invita a celebrar
en una gran fiesta que la historia de la humanidad no está desbocada como un
caballo sin rumbo; que la historia tuvo un comienzo en el acto creador de Dios
(Alfa) y que se dirige a su consumación final en la nueva creación de Cristo (Omega).
La historia tiene principio y fin: todo viene de Dios y todo se dirige a Dios.
Jesucristo, el rostro humano de Dios, ocupa todo el arco dándole dirección y
sentido. Ahora bien. La tentación perenne de la humanidad es hacer de este
Cristo un «emperador» poderoso al estilo humano: violento, justiciero,
vengativo, duro, inmisericorde… ¡Cuánto daño se ha hecho con esta imagen de
Dios, que se ha traspasado de forma injusta y dañina a la de Cristo!
El
evangelio de este domingo de Cristo Rey del Universo apunta en la dirección correcta:
Jesús es rey en la cruz. Sí, en un patíbulo. Jesús muere como un condenado a
muerte. Para entender quién es el Cristo-rey-crucificado no podemos acudir a
las imágenes de los reyes de la antigüedad (¡tampoco de los reyes de hoy!).
Solo podemos entender a Cristo-crucificado poniendo nuestra mirada en el Siervo
de Yahvé que no abría la boca cuando le insultaban, que ofrecía su espalda para
llevar culpas ajenas, cuyas heridas nos han curado.
Jesús
sí que es rey; así lo dice el cartel que corona el palo vertical «Jesús
nazareno, rey de los judíos». Tiene corona, pero es de espinas. Lleva cetro,
pero es una caña; sus ropas no son una hermosa capa de armiño, sino un paño de
pureza; su trono no es un hermoso sillón dorado, sino una cruz de dos palos
entrecruzados; sus manos no llevan anillos, sino clavos de herrero… Con todo,
no caigamos en la descripción sentimentalista. Jesús es rey en la cruz, pero es
rey misericordioso; no grita venganza, sino perdón; no inicia un camino de
violencia, sino que sella un camino de coherencia.
Jesús
en la cruz es rey, y lo es en solidaridad con todos los crucificados del mundo:
los niños asesinados en Siria; los que han visto perder todo en el tifón de
Filipinas; las niñas perseguidas a muerte de Afganistán; los desahuciados por
los bancos después de haber sido alevosamente engañados… Los crucificados de
hoy tienen muchos nombres. No creemos en un «rey emperador» que banquetea con
la «crème» de este mundo, sino en un «rey crucificado».
Pedro Ignacio Fraile Yécora
Solemnidad de Cristo Rey y Señor
del Universo
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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