Ayer
escuchábamos en la liturgia dominical de la Iglesia católica el evangelio, y
consiguiente catequesis de san Juan sobre la luz: el ciego de nacimiento. El
próximo domingo escucharemos el evangelio, y consiguiente catequesis joánica
sobre la vida: la resucitación de Lázaro. De esta forma concluimos el ternario
humano: «sed-luz-vida». O si lo preferís, vistos los tres domingos desde la
perspectiva del ser humano y de la vida, podemos hacer la siguiente secuencia:
los deseos vitales; el sentido de la
vida y la vida en sus límites. Los tres vistos desde la perspectiva de Jesús,
es decir, de Dios.
En
esta semana volveremos al evangelio del próximo domingo, el de Lázaro. Hoy sólo
una breve reflexión que sirva como introducción. Podemos partir de una
experiencia humana, por tanto universal, que alcanza a ricos y pobres, cultos e
incultos, nobles y plebeyos: la experiencia de los límites.
La
samaritana nos hacía conscientes de los límites que tenemos cuando contemplamos
que todos nuestros deseos no son satisfechos: queremos otra cosa que sea más y
mejor.
El
ciego nos mostraba cómo el ser humano se choca de frente con los límites de la
luz o de la oscuridad ante la vida que se extiende en cada momento: ¿sabemos
qué hacemos y por qué lo hacemos? Los límites del sentido o del sinsentido.
Por
último, el evangelio de Lázaro nos pone ante los límites de la naturaleza
humana. Somos creaturas, por tanto sometidos a unas leyes biológicas que
llevamos inscritas desde el día que nacemos.
¿Qué
puede decir o hacer Jesús? ¿Qué puede decir o hacer Dios? ¿Qué puede o no puede
la fe? Empezando por la última pregunta: la fe mueve montañas, dice Jesús. Con
frecuencia calculamos nuestras posibilidades basándonos en argumentos
mensurables y explicables y ahí nos paramos; pero ¿y la fuerza de la confianza,
de la ilusión, del amor, del sentido, de la esperanza, acaso no vale nada, es
un «cero»?
La
segunda pregunta nos mete en el misterio de Dios. Si Dios es un «misterio-
misterioso-mistérico», mal vamos, porque nos dará miedo o repelús. Si Dios es
«misterio de amor que acoge, reconcilia y lleva todo a su plenitud» nos ponemos
en buenas manos. ¿Notas la diferencia?
La
tercera pregunta nos pone en relación directa con Jesús. La gran duda, a la vez
que la gran aportación, de la fe cristiana a las religiones es que Jesús murió;
es más, murió en una cruz. ¿Es seria y creíble una fe cuyo fundador muere? ¿No
es ridícula una fe cuyo iniciador y mentor acaba como un delincuente? Así es:
Jesús murió, y no «jugó a dormirse un poquito», ni hizo «magia potagia» con
algo tan serio como la muerte. Ahora bien; si nos quedamos en esta primera
parte, que Jesús murió, no contamos más que la historia de un
«hombre-bueno-con-mala-suerte». Pero los cristianos decimos y creemos: «murió
con sentido y el Padre le dio la vida para siempre». Muerte y resurrección son
las dos caras de una misma moneda, no son dos monedas con dos caras.
Los
límites humanos tienen una puerta abierta a la vida gracias a la fe: a la «fe
viva» (con ilusión y esperanza), de la «vida» (vida ya aquí y ahora, y vida en
plenitud con Dios).
Pedro Ignacio Fraile
Yécora-http://pedrofraile.blogspot.com.es/
Quinta semana de Cuaresma 2014
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