La palabra
«crisis» es muy seria como para hacer bromas de mal gusto. Cuando nos dicen una
y otra vez que entre nosotros, aquí, en casa, cada vez hay más personas que no
pueden afrontar los gastos ordinarios… eso es muy serio. No es para «ningunear»
el problema. Por eso, sólo diré que la palabra «crisis», siendo terrible en
muchas ocasiones, tiene en su origen etimológico un aspecto positivo junto con
el negativo. El negativo es evidente; crisis es sinónimo de «ruptura», de
«fracaso», de «abandono»; en definitiva, de dolor y de frustración.
¿Cuál es el
aspecto positivo de la «crisis»? La etimología griega nos dice que viene de una
palabra que significa «juicio»; por extensión «estar en crisis» supone estar en
un estado de «enjuiciamiento», de «poner todo encima de la mesa para emitir un
juicio», de «dirimir entre valores y contravalores». Desde este punto de vista,
de la «crisis» se puede sacar luz o se pueden abrir caminos nuevos.
El evangelio de este próximo domingo, el del ciego de nacimiento que comenté ayer, cuando Jesús se encuentra por segunda vez con el ciego, ya curado, le preguntó: ‘Crees en el Hijo del hombre? El ciego le contestó: ¿quién es para que pueda creer en él? (…) Aquel hombre dijo: creo, señor, y se postró ante él (Jn 9, 36). Aunque seamos poco observadores, descubriremos que al final del relato, por tres veces aparece el verbo «creer». Jesús, en el evangelio de san Juan, pone en un compromiso a quien se cruza en su camino: «¿crees?», es la pregunta que hace a cada uno que se atreve a leer estas páginas.
Hace ya muchos
años, quince o quizá más, un sacerdote de estos clarividentes, afirmaba sin
complejos: «el gran problema de la Iglesia es la falta de fe». Los años le
están dando la razón. Otro sacerdote amigo mío, con gracejo malagueño,
sentenciaba hace más de treinta años: «cuando falla la fe, aumentan las
devociones»; lo decía porque ya entonces se cambiaban en algunos grupos los
planteamientos teológicos serios por una vuelta a devociones de bajo perfil. Un
tercer sacerdote, también amigo, dice con frecuencia cuando se entera de que
mucha gente abandona la fe cristiana para dejarse llevar por las atractivas
llamadas de la «New Age»: «si ya lo digo, con tal de no creer en Dios, creen en
cualquier cosa». Por último, mi padre, que no era sacerdote pero era un hombre
de fe repetía una frase que no era suya: «el ser humano está hecho para adorar;
si no adora a Dios, acaba adorando a las bestias».
Pongamos un
poco de orden en lo que acabo de decir. El ser humano tiene inscrito en su
corazón una huella indeleble, a fuego: la espiritualidad. Los cristianos
reconocemos en ella la huella creadora de Dios; el profeta Isaías lo dice de
forma hermosa y poética: «nuestros nombres están tatuados en las manos de
Dios».
La fe es una
respuesta afectiva, amorosa y madura de la persona que sabe reconocer las
huellas de Dios en su vida. El paso de Dios por la vida de una persona «deja
huellas», como nos dice el relato de la lucha de Jacob con el ángel de Dios. La
fe, decimos los creyentes monoteístas (Judaísmo, Cristianismo e Islam) es
personal: necesita un «tú» (Dios) al que se dirige, al que ora, al que suplica
y al que pide explicaciones el ser humano: «yo». Las religiones monoteístas se
toman muy en serio a Dios y al hombre: podemos abrirnos a él y creer en él,
pero podemos también cerrarnos a él y negarle o incluso decidir que no lo
queremos en nuestra vida.
La crisis ha
llegado desde hace tiempo a la fe. La crisis no ha llegado a Dios, que no
necesita «defensores» (en todos los siglos abundan «defensores de la causa de
Dios»). La crisis ha tocado el corazón del ser humano, como decía mi amigo
sacerdote: unos dirán que la teología es cosa de teólogos, y volverán a los
devocionarios buscando una fe de perfil bajo. Otros se adentrarán en mundos
nada definidos de espiritualidades sin nombre, con la promesa de encontrarse a
sí mismos (incluso algunos presumiendo de haber abandonado el evangelio de
Jesús por estar ampliamente superado)… Los hay que adorarán cualquier cosa: un
deportista, un cantante, el poder, el dinero… ¡las bestias! ¡Adoramos a las
bestias cuando sólo se puede adorar a Dios!
El evangelio
del ciego de nacimiento nos habla de cegueras hondas (las propias del que nunca
ha visto la luz, ni conoce los colores); de luces que faltan y de sombras que desdibujan
la realidad. Nos hablan de una vida sin luces, sin colores, sin matices ni contornos…
¡sin sentido!
La fe tiene
que ver con el sentido. Jesús nos invita a creer porque sabe que Dios no es
barrera, no es obstáculo, ni callejón sin salida, sino puente, puerta y camino.
La fe está en crisis. No es una buena noticia. El evangelio del domingo nos
invita a que demos el paso: ‘Crees en
el Hijo del hombre? El ciego se adelantó y dijo «creo».
Pedro Ignacio Fraile Yécora
28 de Marzo de 2014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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