El cristianismo no es una
religión de mínimos, sino de máximos. El cristianismo no te invita a que seas
mediocre, prescindible, superfluo, evitable. Tampoco te invita a que seas
aguafiestas, refunfuñón, aburrido y previsible. El cristianismo es religión de
superación, de crecimiento, de sorpresa, de ilusión, de vida. ¡Y de vida
eterna!
Hay una secuencia bíblica
en la que se invita a «ser algo». Más que una invitación es casi un ruego, una
orden, una súplica: «¡Sed…!». En el libro del Levítico se nos dice «sed santos»
(Lev 20,7). En el evangelio de Mateo, un texto con resabores judíos, se nos
dice «sed perfectos» (Mt 5,48). El evangelio de Lucas, que escribe con el
trasfondo cultural de la implacable justicia de los dioses paganos que
construía una civilización muy dura, nos dice «sed misericordiosos» (Lc 6,36).
La invitación a la
santidad, a la perfección y a la misericordia tienen en común que nacen del
mismo Dios. Del Señor Dios que se revela a su pueblo en la etapa de Israel, y
el Señor Jesús que nos habla en esta etapa de la historia.
Tiene una segunda lectura.
Las tres invitaciones son positivas. La santidad siempre es meta sublime a
alcanzar; no es propuesta banal ni rastrera, sino todo lo contrario. La
perfección es camino a recorrer por quien no se queda en las dificultades, en
los recodos del camino. La misericordia es virtud sublime, propia de personas maduras
y magnánimas.
La Iglesia católica
celebra en los próximos días la Solemnidad de todos los santos y al día
siguiente la memoria de todos los fieles difuntos. ¡No celebramos la muerte,
sino la vida! ¡No celebramos la aparición de fantasmas, sino el encuentro con
Dios! ¡No celebramos la oscuridad, sino la luz! ¡No celebramos el fracaso, la
corrupción, la fealdad, sino el triunfo, la resurrección, la hermosura! No es
lo mismo. No tienen nada que ver.
En nuestra sociedad,
despistada como pocas, que renuncia a las tradiciones propias, llenas de
sentido, marchando tras tradiciones ajenas, y encima horrendas, se ha empeñado
en celebrar lo feo, lo macabro, lo horripilante, lo aborrecible. No quiero
decir esa palabra, porque hasta la palabra es fea.
¿Cuándo vamos a despertar
los cristianos y decir con voz muy clara, que creemos en la vida, en la
hermosura, en la alegría, en la luz… y que creemos en todo esto porque creemos
en Dios y en su hijo Jesús, el Señor Resucitado? Igual nos dicen que somos ‘cursis’,
o ‘retrógrados’. No. Somos simplemente cristianos.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
31 de Octubre de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario