En esta semana pasada he podido recoger hasta ocho intervenciones, todas distintas, sobre el hecho religioso. Construyo una semana artificial, ¡de ocho días!, para seguir mejor el relato.
El domingo por la tarde, viendo una película
insulsa en la televisión, una terapeuta norteamericana judía (la magnífica Meryl
Streep), decía a una paciente: «la religión es muy importante. Es bueno
profesar una religión». El lunes nos recordaban el debatido y discutido hasta
la confrontación, papel de la religión en la escuela, conforme a la nueva ley
de la LOMCE. El martes nos desayunábamos con que el nuevo partido político
PODEMOS, en campaña para las elecciones andaluzas, proponía la expropiación de
la Giralda de Sevilla. El miércoles, recordando el 11-M, el expresidente José
Luis Rodríguez Zapatero declaraba al final de un acto laico de recuerdo de las
víctimas, que ‘las religiones tenían mucho que ver con la intolerancia’ (luego matizó
añadiendo que el islamismo debía hacer un esfuerzo). El jueves, ante un
artículo mío sobre las matanzas de cristianos en Irak alguien comentó que ‘las
religiones tenían que ser más respetuosas unas con otras’ (eso decía, metiendo
en el mismo saco a verdugos y víctimas).
El viernes yo estaba traduciendo un libro de ensayo a medio camino entre la
filosofía y la ciencia política que reflexionaba así: «¿merece la pena que el
ser humano se siga reproduciendo si no tiene claro que merezca la pena vivir?».
El sábado ojeé una revista donde se hacía propaganda de un libro que proponía
una «espiritualidad no religiosa»; nada nuevo, por otra parte, pues desde que
el mundo es mundo siempre han propuesto esto bajo mil nombres. El domingo, por
fin, en la misa dominical escuchábamos el texto de Juan: «Dios no envió su Hijo
al mundo para condenarlo, sino para salvarlo».
Hagamos un recuento de los temas enunciados: es bueno profesar una religión; enseñanza
de la religión en la escuela a debate; expropiación de lugares de culto
religioso; tolerancia de las religiones y su papel en la sociedad; violencia de
unas religiones contra otras; sentido último de la presencia del ser humano en
la tierra; búsqueda de una espiritualidad sin credos; confesión de fe en un
Dios que no condena, sino que salva.
Apetece darle un orden a estos temas y escribir un
opúsculo, unas cien páginas, no más, reflexionando sobre el papel y la
necesidad, o no, de la religión en la vida de las personas. Como este artículo
no suele pasar nunca de una página, no lo voy a hacer. Pero al menos propongo
algunas ideas.
La religión ha acompañado al ser humano desde que
dejó su condición de «homínido» para pasar a ser «humano». Los antropólogos
encuentran junto a los grandes depósitos de huesos, utensilios y restos de los
primeros seres animales a quienes llaman «homo» («homo sapiens», «homo faber»…),
lugares de enterramiento (¿por qué se entierra a alguien si no se cree en
nada?) o incluso lugares muy toscos de culto (objetos, adornos, posición de los
enterrados). Esto, en realidad dice muy
poco. Solo dice que el ser humano siempre se ha visto a sí mismo con la
necesidad de «dar un paso adelante» en esta vida, que es breve e
insatisfactoria. Dice, eso sí, que la preguntaba por ahí rondaba.
Los filósofos han reflexionado continuamente.
Recuerdo que en mi época de estudiante nos explicaban a don Augusto Comte, que hablaba
de los «estadios sucesivos» de la sociedad humana; decía: «cuando lleguemos al
estadio positivo, el estadio religioso desaparecerá». Señor Comte, no sé en qué
estadio estamos, pero desde luego, en pleno siglo XXI la religión nos está
dando muchos dolores de cabeza. Que se lo digan, si no, a todos los que hoy en
día, en nombre de dios (lo pongo con minúscula a idea, para no confundirlo con
Dios) dicen que hay que matar. La religión no desaparece porque sí. Hay que
educarla, hay que matizarla, hay que relativizarla, hay que compararla con otras
religiones, con la cultura, con la ciencia, con la filosofía, con la política ¡Pero
no se puede ignorar o decir que no se habla de ella y ya está! Como diría el
castizo, «muerto el perro, se acabó la rabia». Torpeza de los que así piensan,
que si no hablamos de la religión o si la ignoramos, no existe. El hecho
religioso existe y hay que afrontarlo de frente (valga la redundancia).
La religión sana es buena y da sentido a la vida.
La pregunta del filósofo francés sobre la continuidad del ser humano, en el libro
que estoy traduciendo y que pronto verá la luz, tiene una respuesta positiva:
el ser humano se reproduce, busca su permanencia, porque en el fondo cree que
la vida es buena, que tiene sentido. Es bueno ser persona y es bueno vivir. La
religión da sentido a la vida y nos dice que es bueno que vivamos.
No quiero concluir estas palabras sin una
referencia al evangelio de san Juan. La razón del ministerio de Jesús, nos dice
el evangelista, es que tengamos vida y vida en abundancia. Dios no quiere ni
amargarnos, ni que vivamos a medias. Cuando san Juan habla de «salvar» nos
habla de «vivir plenamente» aquí, ahora, y con él, siempre.
Hay mucho camino que recorrer. Hay muchas aristas
que limar. Hay muchas conversaciones que trabar. Hay muchas horas que rezar.
Pero merece la pena, porque la Religión no es un «sombrero» que se le pone artificialmente
al ser humano, de quita y pon. Estamos «marcados a fuego» por Dios… y antes o
después lo reconocemos.
Pedro Ignacio Fraile
16 de Marzo de 2015
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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