No
soy persona de ironías. De hecho no las uso nunca en mis escritos. Dicen que la
ironía no se entiende ni en la radio ni en la tele, que es propia de los textos…
no sé. ¿Esto es una ironía o una verdad, que los «belenes son contrarrevolucionarios»?
Ayer
por la tarde fui a la «Feria de Santa Lucía» de Barcelona, delante de la Plaza
de la Catedral y observé cómo poco a poco las casetas dedicadas a «Papá Noel»
iban ganando terreno a las «antiguas» casetas dedicadas a vender figuras de
Navidad, portales, y todos los aderezos y minuciosos detalles que se pudieran
imaginar. Me pareció que había menos casetas que otros años dedicadas al mundo
de los «belenes» y que había menos gente interesada en ellos. Sin embargo, las
dedicadas a los «papanoeles» en bicicleta, que subían y bajaban por escaleras,
de todo tipo de tamaños y formas posibles acaparaban la atención de la gente.
Esto
es un detalle sin importancia, pero ahí está. Más preocupante son las noticias
en las que se nos advierte de que grupos «extremistas» han lanzado una campaña,
no sé si orquestada o no, contra la «navidad cristiana» que va allende nuestras
fronteras. Los alcaldes franceses han prohibido que se pusieran belenes en
zonas públicas para no molestar a una población musulmana que aumenta, en
nombre de los «valores republicanos». En el norte de Italia han intentado, por
motivo similar, desterrar los belenes, y el mismo presidente Renzi ha dicho que
la navidad pertenece a la tradición italiana (no en vano, los «belenes» se
remontan al patrón de Italia, San Francisco de Asís). Aquí en España se repiten
los intentos de quitar a la navida
d su carácter religioso; la alcaldesa de
Barcelona, con todo el descaro, ha avisado de que quiere cambiar el nombre de
«Navidad» (ella sabe que es un nombre cristiano –nacimiento de Jesús- por el de
Solsticio de invierno). ¿Lo veremos?
Si
pensamos un poco vemos que esto no es de ahora, sino que tiene muchos años de
recorrido. No hay nada más «anticristiano» que el capitalismo salvaje. Para
muchos la Navidad se ha reducido a «comprar-vender-regalar», o a
«consumir-comer-gastar», pero sin sentido, o casi. Los regalos tenían su
sentido en un contexto de «fiestas populares»; la gente expresaba la belleza y
la alegría de estos días en detalles, en mesas compartidas, en reuniones
familiares, en villancicos… Todo tenía su equilibrio. Para muchos eran días «religiosos»,
pues se celebraba el «nacimiento de
Jesús», la gran alegría para el mundo necesitado de un salvador.
Los
grandes gurús internacionales del consumo vieron un motivo de hacer pingües
negocios, rebajaron la Navidad de su contenido religioso, y se la cambiaron por
el de Christmas (que no sé qué tiene que ver con el «nacimiento» de Jesús). A
Jesús lo cambiaron por un señor gordinflón que no dice «nada»; bueno sí, su
mensaje es «Ho,ho,ho», y los villancicos los cambiaron por sonidos de campanas
chispeantes: ¡la nada con sifón! Parecía que ya estábamos contentos con unas
navidades reducidas al consumo, donde los niños de hoy ya no tienen casi referentes
religiosos, cuando le quieren dar el «golpe de gracia»: ¡fuera los belenes!
Para
unos hay que quitarlos para no molestar a los «musulmanes», tamaña necedad,
pues se supone que tenemos que caminar hacia el respeto mutuo, no hacia la exclusión
de los otros. Para otros son «restos de un pasado a superar»; tamaña
contradicción, pues ¿no nos empeñamos en recuperar nuestras tradiciones, y esta
tradición se remonta al siglo XIII con san Francisco de Asís? Para otros es
molesto porque es cristiano; pues mire usted, las Navidades, le guste o no, son
fiestas cristianas. Los que prohíben aún no se han enterado de que es el mejor
aliciente para hacer precisamente lo prohibido. Pues lo dicho, ¡pongamos un
buen y hermoso Belén en casa!
Pedro Ignacio Fraile
6 de Diciembre de 2015
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