¿QUÉ NOS
QUEDA
CUANDO NO NOS QUEDA NADA?
(San Antonio de Padua)
Malos tiempos para la lírica. Malos
tiempos para la economía. Malos tiempos para las familias. Malos tiempos para
los parados de edad media y para los que buscan su primer empleo. Malos tiempos
para los que sueña con su primer contrato laboral. Malos tiempos para los
estudiantes de «carreras» que han dejado de ser «carreras».
Las
noticias no dejan de ser preocupantes; ayer mismo en la radio enlazaron más de
ocho casos seguidos de corrupción en los políticos, mandatarios y delincuentes
de «cuello blanco» sólo en España; y el locutor añadió que únicamente citaba
algunos casos, los más señalados ¿Qué nos queda? Si salimos de España, también
en esta semana que aún no ha acabado, nos desayunamos con tres noticias preocupantes.
En los Estados Unidos de América ha salido un joven cerebrito respondón (tiene
sólo 29 años) que trabajaba para la CIA y ha contado al mundo la red de
espionaje informático que tienen montada con el beneplácito del gobierno; el
joven, lógicamente, se ha perdido intencionadamente en Hong Kong; China mira a
otro sitio; una infinidad de agentes lo están buscando… No se trata de una
entrega de «Rambo», sino que es verdad. ¿Qué nos queda? Si nos vamos a los
antiguos enemigos de los EE.UU, la gran Rusia, asistimos sorprendidos a que al
chiquitín de Putin le da por ser «Zar», ¿por dónde nos saldrá este enigmático y
peligroso personaje? ¿Qué nos queda? En Grecia se lo toman a las bravas; la
civilización que dio origen a la democracia nos regala ¡un cierre sin avisar de
la Radio Televisión pública! ¿Qué nos queda cuando no nos queda «casi nada»?
Sería
demasiado fácil decir que «nos queda Dios». Eso lo podemos decir sólo los
creyentes, y no todos, porque más de uno se lo pensaría. La hermosa y recurrida
frase de Santa Teresa, «sólo Dios basta», hay que pensarla, meditarla, rezarla
y pronunciarla con los labios y con el corazón. Bueno, ¡al menos nos queda la
religión como aliciente o sedante! Respecto a esto último también quiero decir
algo. El otro día, viendo una película
«serie B o C», entre sueños de siesta, de esas que ponen los sábados por
la tarde después del telediario, el protagonista se estiró con un «la religión
es el opio del pueblo» que no venía a cuento. «¡Bueno!, pensé dando un bote en
el sofá, el guionista ha querido meter con calzador bien un trauma personal,
bien los recuerdos de una lección de filosofía de su juventud». Desde luego que
estaba «fuera de onda» y «fuera de época», porque hoy estamos asistiendo en
este mundo complejo y cambiante a un renacimiento de las formas religiosas. Que
se lo digan, si no, a la expansión creciente del Islam, también en Europa, o a
los despistados occidentales que dan la espalda al cristianismo y buscan
socorro espiritual, como náufragos, en Oriente.
La
religión, bien entendida, es saludable. Esa es la tesis que defiendo. También
digo que la religión, mal explicada y mal asimilada, puede ser fuente de más de
un trauma difícil de superar, porque la religión toca los fundamentos de la
persona… y hay cosas que es mejor no tocar, o tocarlas con cariño, sentido
común y mucho, mucho tiento.
En
esta sociedad tan extraña a sí misma, tan diversa y retorcida, tan plural y a
la vez tan conservadora en según qué cosas, nos sorprenden manifestaciones
populares religiosas. Hoy es San Antonio de Padua. En muchas iglesias de
España, Italia, Portugal (recordemos que los portugueses lo reclaman como santo
propio, San Antonio de Lisboa)… hoy miles de personas irán a los santuarios de
San Antonio. ¿Por qué es tan popular? Recordemos las tradiciones: San Antonio
es bueno para buscar novio (las mozas casaderas recurren a él); es famoso por
su caridad con los pobres (el «Pan de los pobres» es anterior a cualquier ONG);
por último, es muy recomendable para encontrar cosas perdidas. Como soy hombre
acostumbrado a resumir conceptualmente los fenómenos que observo diré que San
Antonio es bueno para el amor, para el sustento diario y para la esperanza. ¿Qué
más podemos pedir en nuestras sencillas vidas que alguien nos quiera, que
podamos alimentarnos con honestidad y que mantengamos viva la ilusión y la
esperanza?
San
Antonio era un buen franciscano que entusiasmó a los hombres y mujeres de su
tiempo. Esta es mi oración: San Antonio, ayúdanos a crecer en el amor; a
compartir nuestros bienes y a ser personas de esperanza. ¿Qué nos queda cuando
no nos queda nada? La fe, la esperanza y el amor.
Pedro
Ignacio Fraile Yécora. 13 de Junio, San Antonio de Padua.
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