He pensado mucho si escribir o no acerca de lo que ha acaba de suceder en
París. Me ha movido el escuchar muchas opiniones, algunas ciertamente
sorprendentes, otras con una visión parcial o miope de la realidad. Sólo voy a
hacer unas cuantas reflexiones en voz alta, por si a alguien le sirven.
Lo primero de todo es condenar la violencia, venga de donde venga. No
sólo por la fe cristiana, de matriz judía que prohíbe explícitamente «no
matarás» (Éx 20,13; Dt 5,17), y que Jesús lleva al límite: «no insultarás a tu
hermano» (Mt 5,22), indicando claramente «amad a vuestros enemigos y orad por
los que os persiguen» (Mt 5,44). También por humanidad: nadie es dueño de la
vida de nadie; nadie puede decidir que una persona va a morir. Digo esto para
que nadie se llame a engaño: ¡NO A LA VIOLENCIA! ¡DIOS ES VIDA!
Lo segundo tiene que ver con la
fe en Dios. ¿Cómo se puede matar en nombre de Dios? Más de un lector me
recordará la historia de la Iglesia (cruzadas, inquisición). Más de una vez he
reconocido que la Iglesia católica tiene que cargar de por vida con estas
acusaciones, que son ciertas, y que continuamente le traen unos y otros a la
memoria. Es verdad, la Iglesia con más frecuencia de la que podemos pensar, ha
usado la violencia para defender la causa de Dios. Estamos en el siglo XXI. La
Iglesia católica ha revisado una y otra vez su historia; ha pasado por Sínodos
y Concilios; ha pedido públicamente perdón. Humildemente, nos recuerda que la
fe cristiana no permite la violencia en nombre de Dios. Dios no necesita
defensores. Recordemos el título de un libro que decía simplemente «Dejad a
Dios ser Dios». El creyente se pone humildemente, con un corazón sencillo y
grande, a escuchar lo que Dios nos dice en la historia de las personas, en los
acontecimientos sencillos, en los signos de vida, en las propuestas de futuro,
en una palabra que siempre nos supera y nos lleva más allá. Los cristianos
leemos a Dios en Jesús, personificación del Evangelio, de la Buena Noticia del
«Dios amor».
Lo tercero
tiene que ver con la «libertad de expresión». Las manifestaciones populares han
salido a la calle con un lápiz en la mano. ¡Libertad de expresión! Sí, pero
quiero traer a colación una anécdota y una reflexión. Hace ya más de veinte
años, siendo yo seminarista, un conocido mío se «cagó» (perdón) en Dios. Yo le
afeé la conducta, y él, lejos de sonrojarse o de pedir excusas, me dijo que era
«libertad de expresión». Si yo insulto a una persona, me puede dar un puntapié o
un puñetazo en el ojo, o sencillamente devolverme el insulto, o nada… Si una
persona se ríe de los sentimientos religiosos de otra persona… hay que callarse
porque eso es «libertad de expresión». Estoy a favor de la libertad de
expresión pero recordemos el dicho «mi libertad se acaba donde comienza la del
otro». Yo no puedo ofender a una persona y decirle, «¡ah, se siente!, libertad
de expresión…! ¿No deberíamos ser más «tolerantes» y «respetuosos» unos con
otros, todos con todos? Los delitos hay que denunciarlos, los abusos hay que
publicarlos, pero ¿alguien se puede reír de mí porque sea creyente?
Después de la anécdota, una reflexión: ¿qué
podemos considerar que sea «absoluto»? Una vez un sacerdote católico me dijo
que para él sólo había dos «absolutos»: Dios y el hombre; el argumento tiene su
debilidad pues para un no creyente, Dios no es absoluto, principalmente porque
no cree en él. Otra persona, en este año 2014, hablando de mil cosas, comentó
que la vida no es en sí un «absoluto». Yo pronto le rebatí desde mis
planteamientos cristianos. Pronto me dijo: la vida no es un «valor absoluto
universal», que todos reconozcan, pues a veces unos estados (EE.UU: sin ir más
lejos), defienden la «pena de muerte», otras veces se ha defendido la «guerra
justa» como mal menor, o incluso el «tiranicidio» para evitar tragedias de
dimensiones incalculables, o incluso la «bomba atómica» para parar la segunda
guerra mundial, que se iba de las manos. Si la «vida», que es lo más sagrado,
no es «un valor absoluto», sino que tiene sus «excepciones», ¿la libertad es un
«valor absoluto»? ¿Dónde comienza y dónde acaba la libertad? ¿Por qué otra
persona, sujeto de una libertad como la mía, tiene que sufrir mis enojos, mis
manías, mis incoherencias o mis opciones ideológicas? ¿Todo vale en el campo de
la libertad? No es un tema fácil. Que cada uno piense.
Lo cuarto
tiene que ver con la sociedad moderna y la religión. La sociedad moderna ha
optado, consciente o inconscientemente, por la «laicidad» (se dice
oficialmente), por el «laicismo», decimos otros. Queremos construir una
sociedad sin referencias religiosas; la New Age no es una religión, es una
amalgama informe de experiencias, sentimientos, consumismo, muy al gusto de la
sociedad norteamericana, pero no es una religión. El budismo no es una
religión, sino una filosofía de la vida, pero atea, pues no confiesa a Dios. El
judaísmo, el cristianismo y el Islam sí que son religiones.
Nuestra sociedad laica y laicista quiere construir
una sociedad sin Dios. ¿Legítimo? Sí, sin duda es legítimo, pero ¿es inteligente? Creo que no tanto. Los
hechos están ahí. Una importante porción de ciudadanos europeos, de ascendencia
musulmana, viven en una sociedad moderna pero no dan la espalda a su religión.
La inmensa mayoría son pacíficos, pero una minoría, tocada por el virus
terrible de la ideología fanática, no están dispuestos a que la sociedad
moderna campe a sus anchas en estos temas. El Islam no es el cristianismo;
primera lección que los sesudos filósofos deberían aprender. El cristianismo
puede sentarse a dialogar, muchos temas, aunque no siempre dé la razón a la
razón laica (por otra parte lógico, pues no es lo mismo creer en Dios que no
creer). El diálogo con el Islam es más complicado; lo primero que cuestionan es
nuestro sistema democrático; no olvidemos que siguen en el esquema (superado
por el cristianismo), de la «teocracia». El Islam es religión y política,
inseparables.
Nos hemos empeñado en una sociedad laica donde no
haya «noticias de Dios» (al menos del Dios cristiano). En los colegios va
desapareciendo la religión año tras año; nuestros niños y jóvenes no saben ya
ni qué dice la Biblia, ni qué dice el evangelio, ni quién es Jesús. Nuestros
niños y jóvenes suspenderían un examen mínimo de comparación entre las tres
grandes religiones monoteístas: «judaísmo, cristianismo e Islam». Otro conocido
mío con estudios universitarios, tengo muchos, me confesó una vez: «yo no sé
qué soy, si cristiano, si musulmán, o nada…». Así es; tenía razón.
Nuestra sociedad avanza sin cesar en el mundo de la
tecnología: ya vamos por los «aipad
7», ya nos prometen «impresoras láser» donde se reproduce todo (o casi todo)….
Pero llegan unos desalmados fanáticos; dicen que quieren «vengar a Mahoma»
(recordemos que Dios no necesita defensores ni mucho menos vengadores), y nos
«derrumban». Nos dejan outside, sin
argumentos. Una mujer decía en la tele: «¿Por
qué? ¿Por qué en Francia, que es el país de la libertad?» Por eso; porque
la libertad no es un «valor omnímodo y absoluto»; hay que saber ejercerla con
prudencia; hay que respetar a todos.
¿No tendríamos que tomarnos en serio el «hecho
religioso», aprender a convivir los diferentes credos, aprender a respetar a
quien es creyente sin mofarse de él, aprender a construir un mundo mejor para
todos, sin expulsar la religión? Creemos que dominamos el mundo, que lo sabemos
todo… ¡qué necios somos! Todos nos debemos poner a trabajar por una sociedad
humana, respetuosa, verdaderamente libre. Yo, por mi parte, voy a intentar ser
un buen ciudadano y un buen cristiano.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
8 de Enero de 2015
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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