Esta
fiesta del pueblo de Dios, del pueblo creyente que une a Palestina con España,
tiene marchamo de fiesta bien mítica, bien política, o las dos. No se puede
evitar. Para muchos, para miles de personas, mañana es el punto de llegada del
«Camino de Santiago». Para otros muchos miles, mañana es el «Patrón de España».
Por
mi afición a la historia, no hace mucho compré y leí una revista de divulgación
(seria, no de «historia ficción» o de «misterios extraños»), que se dedicaba de
forma monográfica al camino de Santiago. Cuándo nació, los reyes que lo
favorecieron, las vías que siguieron… Un auténtico placer de erudición de datos
de ciudades, de personas, de anécdotas. Es verdad que dedicaban solo un artículo,
de pasada, al aspecto religioso. El «Camino de Santiago» ya es «Patrimonio espiritual
de la humanidad», aunque me parece que la UNESCO no le haya concedido este
título. A nadie se le ocurre negar la
evidencia, cerrar los ojos al hecho de que personas de todos los lugares del mundo
transitan caminos y veredas, atraviesan montes y bosques, pasan calamidades
para llegar a la Ciudad Santa y dar un beso o un abrazo al Santo. Ni el más
necio del lugar se atrevería a despreciar este hecho. Es verdad que para muchos
es un «reto a conseguir» de distinto tipo, no necesariamente espiritual;
también puede ser una «medalla» que colgarse… pero no importa demasiado. Para
muchos, para muchísimos, ir a Santiago es ir a encontrarse con el apóstol de
Jesús. Con el evangelio. Y eso está ahí.
Para
otros muchos el día de Santiago, con la ofrenda al Patrón de España por parte del
Rey o en su defecto de un alto cargo del Gobierno, tiene una evidente lectura
política. No solo por lo que significa que se haga la ofrenda en nombre de España, sino también por
la unión que supone entre la fe católica y el Estado. A mí, personalmente, no
me molesta.
Pero
creo que para los católicos, la fiesta de mañana es mucho más. Nos vamos a
Galilea. Jesús acaba de ser bautizado por Juan Bautista en el Jordán. Regresa a
su tierra, pero no vuelve a Nazaret, sino que va al Lago de Tiberíades. Una
mañana acude a un grupo de pescadores, dos familias, que están recogiendo las
redes. Jesús es de «tierra adentro», es campesino; Nazaret está lejos de la
costa del Mediterráneo. Jesús se acerca a aquellos hombres y les habla. Cómo
sería la conversación, que sienten «llamados» y le «siguen». Los evangelistas
nos hablan de una verdadera llamada, que con el tiempo denominaremos
«vocación». Los hermanos son Pedro y Andrés por una parte; Santiago y Juan por
la otra. Desde este momento, ya no dejan nunca solo a Jesús. Le acompañan en
los mejores y en los peores momentos. A veces meten la pata, como cuando
quieren ocupar puestos importantes en el futuro «reinado» de Jesús. No terminan
de entender. Pero no le abandonan. Santiago no solo estuvo hasta el final, sino
que además estuvo en los albores del anuncio del evangelio. Es «apóstol».
Celebrar
a Santiago es recordar que estas tierras nuestras, desde el Mediterráneo al
Atlántico, fueron un día «evangelizadas» por hombres y mujeres de coraje, de
corazón, valientes. Para mí, celebrar a Santiago es celebrar la primera evangelización,
la de hace siglos; a la vez que me arde una pregunta: ¿cómo anunciar hoy, aquí,
ahora, esta buena noticia de Jesús? Los siglos nos separan, la urgencia y la
belleza de la misión nos une.
Pedro Ignacio Fraile
25 de Julio. Solemnidad de
Santiago Apóstol. Patrón de España.
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