Esta semana
pasada he pasado unos días por mi ciudad natal, Tarazona. Una de las mañanas me
acerqué con unos familiares al Santuario de la Misericordia de Borja, donde
hace ya cuatro años asistimos al mayor fenómeno viral de las tierras del
Moncayo. La imagen de un «ecce homo» que un pintor piadoso había realizado en
una pared de la capilla del Santuario, que estaba disolviéndose en la pared a
causa del salitre y la humedad, había sido repintada hasta mostrarse como
irreconocible. Lo que en un primer momento fue considerado como un «desastre»,
fue derivando a algo que no me atrevería a calificar. Cuando vas al Santuario y
ves el mapa mundial de la repercusión de este dislate, te preguntas por el
mundo en el que vivimos. ¿Cómo es posible que haya alcanzado las tierras de
Nueva Zelanda, de Japón, de Canadá e Islandia? ¿Cómo es posible que hayan hecho
bailes, cortos cinematográficos, botellas de vino, álbumes, cojines de coche…
en un merchandising obsceno? ¿Cómo es posible que hayan dedicado una sala del
precioso Santuario, testigo de la fe y de la cultura popular de la zona, a un
«Centro de interpretación» de este fiasco? ¿Pero acaso alguien sabe qué
significa «ecce homo»? ¿Pero alguien sabe qué supone pronunciar estas palabras,
ante las que solo nos quedaría callar, rezar y llorar?
Leemos el
evangelio de san Juan: Y salió Jesús llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Pilato
les dijo: Ecce homo -¡Este es el hombre!- (Jn 19,5).
La expresión latina ecce homo se
refiere a Jesús. Pero no a un Jesús triunfante, divertido, socarrón o
prepotente; no. El ecce homo es el
Jesús débil, impotente, sufriente y foco de todas las burlas de la soldadesca y
de los allí presentes. Pilato, sin querer, hizo teología. Al señalar a ese
hombre destrozado y decir que en él estaba «el hombre», lo que estaba diciendo
es que el ser humano no es solo poder, belleza, admiración, fuerza y potencia.
El ser humano se nos dice en plenitud en su debilidad, fragilidad, pequeñez y
necesidad. En su saberse débil y necesitado de abrazo, de perdón, de apoyo. Las
personas somos muy frágiles; somos muy débiles. Esta es nuestra verdad. El ser
humano omnipotente, violento y socarrón no dice la verdad de la condición
humana.
Esta misma semana hemos asistido a un capítulo más de la violencia del ser
humano. Sigue la guerra en Siria y sigue la guerra en la ciudad de Alepo. Nos
acostumbramos a ver esta guerra de la misma forma que no nos extraña que haya
tormentas en verano. Parece que decimos, «esto es lo que hay». ¡Qué terrible! ¿No
somos cada vez un poco menos humanos, cuando nos acostumbramos al horror?
Una pregunta directa a ti que lees estas líneas ¿qué has pensado cuando has
visto en los medios de comunicación la foto del niño-ecce homo Omrán? ¿Has gritado contra la violencia del ser
humano? ¿Has dicho en el fondo de tu corazón que tú no quieres ser violento?
¿Has protestado contra todos los brabucones, sanguinarios, prepotentes y sin
alma que no dudan en que la guerra sea un negocio?
El ecce homo de Borja es una tristeza,
porque no es justo que el rostro de Jesús se haya transformado en motivo de
burla y chanza. El ecce homo del niño
Omrán es una denuncia de todos nosotros. Hoy, en el siglo XXI, los nuevos
Pilatos siguen presentando a la atención pública la verdadera condición humana:
la fragilidad y el dolor sin límites.
Pedro Ignacio Fraile
Yécora
19 de Agosto de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario