No es fácil
encontrar en la Biblia una escena donde las dos protagonistas sean mujeres, sin
que aparezca la figura masculina, aunque las haya. Una de ellas, poco conocida,
es la de Sara con su esclava Agar. La narración principal sigue el hilo de un
matrimonio anciano, cabezas de un gran clan: el de Abrahán y Sara. En todas las
culturas, mucho más en las antiguas, la descendencia y procreación es un honor,
un deber, una responsabilidad y un medio de subsistencia y de asegurar el
futuro. Sara, la esposa legítima, no puede tener hijos (ancianidad, esterilidad…
sea lo que sea); Agar, la esclava, es mujer fértil que lleva en sus entrañas el
fruto del anciano Abrahán. Sara siente envidias, celos, ira, coraje… y busca la
«solución» expulsando a la esclava Agar al desierto con su niñito, Ismael.
Esta historia es tremenda, pero no
es ni la única en la Biblia que hable de mujeres, ni la definitiva. Bueno, lo
primero: ¿Cómo acaba la historia de Agar e Ismael? La narración nos dice que
Dios no abandona a la joven Agar con su hijito, sino que los protege; no en
vano, el niño Ismael será el padre de los futuros ismaelitas. Recordemos que
los musulmanes se remontan en sus tradiciones a Ismael, y que los hijos del
Islam reciben también el nombre de «agarenos».
Esta historia, como decía, no es la
«ejemplar» en la Biblia, sino que es modelo de la condición humana sujeta a la
envidia y la violencia, que sin embargo,
tiene una salida feliz. La narración que más me interesa a mí hoy es la de
otras dos mujeres: Isabel y María. Son «primas», pues ambas tienen sus orígenes
en las montañas de Judá, si bien la familia de María se había desplazado al
norte del país, a Nazaret. Sabemos por la historia que los reyes judíos «asmoneos»,
siguieron todo un plan de «judaización» de la poco piadosa Galilea enviando
familias de los alrededores de Jerusalén.
La escena es ahora sólo de dos
mujeres. Una, Isabel, es la mujer madura
que ha esperado durante mucho tiempo tener un hijo; ya en su «vejez/madurez» lo
recibe y lo acoge como un «regalo de Dios». La otra, María, es la doncella de
Israel que ha visto su joven vida virginal abierta a la vida de un futuro
nacimiento. Cuando María se entera de que Isabel está encinta, sale corriendo
al encuentro con su prima. La narración nos dice que se funden en un «abrazo».
Encuentro con abrazo; abrazo que se encuentra; abrazo encontrado; encuentro
abrazado.
¿Sólo se abrazan dos primas? ¿Sólo
se encuentran dos mujeres? No. Se encuentran y se abrazan las dos mujeres que
llevan en su seno el plan amoroso de Dios. Isabel lleva en su seno a Juan
Bautista. María lleva en su seno a Jesús. Isabel lleva en sus entrañas al
profeta que culmina las promesas de Dios, manifestadas en el Antiguo
Testamento, y el que asegura el tránsito al nuevo profeta, Jesús. María lleva
en sus entrañas al hombre-profeta Jesús, que lleva a plenitud la revelación del
Dios de Israel y de la historia. No sólo se abrazan dos mujeres, sino que se
abrazan dos eslabones de una única historia, la historia de la salvación de
Dios, que culmina en Jesús.
¿Qué dice Isabel? Lo primero,
bendice a su prima: «¡Pero qué requeteguapa estás! ¡Pero qué bien te sienta el
embarazo! ¡Pero qué requetesalada y requetebonita que eres!» O en lenguaje
bíblico, para que nadie se me enfade: «¡Bendita tú entre las mujeres!».
¿Qué dice María? María nos salió
«revolucionaria». Comienza bendiciendo a Dios («¡Qué grande eres, Dios mío!
¡Cuánto te quiero!», o literalmente: ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor!).
Luego dice que Dios hace sus planes, que no coinciden necesariamente con los
criterios de los hombres; a unos, los potentados egoístas y soberbios; malencarados,
maleducados y aburridos... Dios les hace caer de su «altura» y les pone a
servir la mesa. ¿Ahí queda todo? No; Dios se fija en los sencillos con buena
cara; a los que aman sin poner medida; a los que entienden lo inimaginable sólo
por amor; a los que son capaces de perder sólo para que una persona débil se
beneficie… Son las cosas de Dios, y María las canta en un himno a la libertad.
Hay un «pequeño» problema para los
hombres y mujeres de hoy. El problema está en que hoy cuando decimos «libertad»,
lo primero que nos quitamos de encima, como si de un mal compañero de viaje se
tratara, a Dios. María nos salió humilde a la vez que valiente; sencilla a la
vez que lista; despierta a la vez que atrevida; y además, creía con todo el
corazón en Dios, en el Dios de sus padres. Que María fuera una «mujer creyente»
eso ya no lo lleva tan bien una parte de nuestra sociedad, pero… eso es lo que
hay… Una mujer libre y creyente; creía con libertad; era libre para creer. Era
una «revolucionaria que creía en Dios».
Hoy, 31 de Mayo, es la Visitación.
Allí, en la Montaña de Judea hay un Santuario en la ciudad de Ain Karen, a las
afueras de Jerusalén. El corazón se nos va allí… y el corazón se nos queda con
todas las mujeres que entonan su «Magníficat» a Dios, su «canto de libertad de
mujer».
Pedro
Ignacio Fraile Yécora
31
de Mayo de 2013; Fiesta de la Visitación de María a su prima Santa Isabel.
Otros artículos
de Pedro Fraile los puedes encontrar en http://viajesatierrasanta2013.blogspot.com.es/
o buscando en
Google: ‘Tierra Santa, Tierra de Jesús, por Pedro Fraile’
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