04 junio, 2014

PENTECOSTÉS Y LOS VEINTEAÑEROS



De las peores que cosas que te pueden decir es que «eres viejo». Eso es peor aún que si te dicen que «eres antipático» o que eres «una raspa». La palabra «viejo» es antónima de «joven». Sabemos lo triste que es que una persona huela a «viejo», porque lo que deseamos es que el olor sea «fresco». También tiene que ver con el «valor» de las cosas: un sillón «viejo» se tira; un sillón «antiguo» se restaura.
En los acontecimientos de estos días en España (tanto las elecciones al Parlamento europeo como la abdicación del rey), muchos han leído que «estamos viejos». Han pasado cuarenta años (casi) desde el inicio de la democracia (Franco muere en el 1975; la constitución es de 1978); pero, ahí quería llegar, estos cuarenta años hay que sumarlos a los veinteañeros o treintañeros de entonces; hoy están en los sesenta, setenta, ochenta… Otra generación. Otros recuerdos. Otras perspectivas. Otros esquemas mentales. ¿Son mayores o viejos? ¿Aquella es una generación mejor o peor preparada que los de ahora? ¿Con más valores o con otros valores que los de hoy? ¿Con más sentido de la responsabilidad o con menos que los jóvenes que empujan?
Hace ya un tiempo, al hablar de los años setenta con el corazón en la boca, los años de la transición, un chaval joven me decía: «Pedro, ¡que yo he nacido en el 82, cuando el triunfo del PSOE!, ¡que no sé de qué me hablas…!». ¡Era verdad! ¡Él oía cosas del pasado! Me acordaba de cuando nuestros superiores en el Seminario nos hablaban de los años del Concilio: lo que esperaban, cómo se movilizaban, cómo leían con avidez todo lo que llegaba de las aulas conciliares… y nosotros decíamos: «pero, Tino, cuando tuvo lugar el Concilio… ¡yo estaba naciendo…! ¡yo no he vivido eso!». Los veinteañeros y treintañeros de ahora han nacido en la democracia (para ellos Franco y su dictadura pertenece a la historia); los veinteañeros y treintañeros de ahora ni han cantado nunca, ni conocen el «Cara al Sol», tampoco la «Internacional», ni tampoco el «Venid y vamos todos con flores a María». Son otra generación para todo.
Jesús dice en el evangelio «no se puede poner un remiendo en un vestido viejo, ni se puede echar vino joven en unos odres viejos». Jesús sabía mucho y decía mucho. No nos podemos empeñar en usar medios viejos, expresiones viejas, incluso estructuras viejas, para algo que es nuevo, emergente, fuerte, imprevisible. Como no soy «ácrata» (nunca lo he sido), no quiero hacer un alegato de la «anarquía», sino de la novedad, de la fuerza, de la frescura, de la ilusión y sabiduría que nace en Pentecostés.
Dicho con imágenes. En la era del «AVE», no podemos proponer un viaje en «ferrocarril». Puede ser que el ferrocarril sea más nostálgico y romántico; las nostalgias no nos sirven para nada, más que para paralizar; aceptamos ser románticos, pero con moderación y solo en momentos puntuales, no como «norma».
En la era de las «redes sociales» (inmediatez, agresividad, internacionalidad), no podemos proponer «octavillas» como medio de comunicación social (esta idea no es mía, la oí el otro día en la tele cuando hablaban de los cambios palpables y evidentes). Aquí ya no se puede ser ni nostálgico ni romántico, sino práctico y operativo.
En la era de la participación y de la autonomía del individuo, no se pueden dar argumentos de cuartel: «porque yo lo digo», o «porque yo lo mando», o «esto es así y basta». Hace ya tiempo que la «autoridad» se distingue del «autoritarismo». Están diciendo «una persona, una voz, un voto»; ¿dónde queda el «no se preocupe, señora María, que yo hablaré por usted?».
Lo más difícil, sin duda, es el lenguaje. No hablamos el mismo lenguaje; bueno, no hablamos el mismo lenguaje porque tampoco tenemos los mismos esquemas antropológicos, morales, sociales, políticos y religiosos. Es como un «teléfono roto». Para muestra, un botón. Nosotros decimos que «Cristo nos salva del pecado y de la muerte». Los jóvenes veinteañeros-treintañeros nos dirán: 1. ¿quién es Cristo y por qué Cristo y no otro? 2) ¿qué es eso de «salvar»? ¿qué he hecho yo para que nadie tenga que venir a salvarme? Más que de «salvar» hay que hablar de «salud», que es lo importante y lo que queremos. 3) ¿Qué es el pecado?  En todo caso cometo «errores», pero «yo no peco». 4) Por último, nuestra sociedad ya hace tiempo que ha renunciad a hablar de la muerte y dice que alguien «se ha ido»… ¡y hasta le aplauden!
El próximo domingo es PENTECOSTÉS. A los veinteañeros y treintañeros, por desgracia, no les dice nada, o casi nada. A los que creemos en el Dios de Jesús, a los que invocamos al Espíritu Santo para que nos «renueve», PENTECOSTÉS es sinónimo de «frescura impregnante», de «ilusión renovadora», de «fuerza arrolladora», de «novedad en el pensamiento, en las actitudes y en el lenguaje».  El batiburrillo y el guirigay que se formó en Babel, se transforman en PENTECOSTÉS en diálogo, en propuestas, en ganas de salir a la calle, en abrazos. Para todos los creyentes de todas las generaciones, también para los veinteañeros y treintañeros que tienen el reto difícil pero apasionante de dar forma y lenguaje a la fe cristiana, ¡feliz Pascua de Pentecostés!

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Pentecostés 2014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/


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