De las peores que cosas que te pueden decir es que
«eres viejo». Eso es peor aún que si te dicen que «eres antipático» o que eres
«una raspa». La palabra «viejo» es antónima de «joven». Sabemos lo triste que
es que una persona huela a «viejo», porque lo que deseamos es que el olor sea «fresco».
También tiene que ver con el «valor» de las cosas: un sillón «viejo» se tira;
un sillón «antiguo» se restaura.
En los acontecimientos de estos días en España
(tanto las elecciones al Parlamento europeo como la abdicación del rey), muchos
han leído que «estamos viejos». Han pasado cuarenta años (casi) desde el inicio
de la democracia (Franco muere en el 1975; la constitución es de 1978); pero,
ahí quería llegar, estos cuarenta años hay que sumarlos a los veinteañeros o
treintañeros de entonces; hoy están en los sesenta, setenta, ochenta… Otra
generación. Otros recuerdos. Otras perspectivas. Otros esquemas mentales. ¿Son
mayores o viejos? ¿Aquella es una generación mejor o peor preparada que los de
ahora? ¿Con más valores o con otros valores que los de hoy? ¿Con más sentido de
la responsabilidad o con menos que los jóvenes que empujan?
Hace ya un tiempo, al hablar de los años setenta con
el corazón en la boca, los años de la transición, un chaval joven me decía:
«Pedro, ¡que yo he nacido en el 82, cuando el triunfo del PSOE!, ¡que no sé de
qué me hablas…!». ¡Era verdad! ¡Él oía cosas del pasado! Me acordaba de cuando
nuestros superiores en el Seminario nos hablaban de los años del Concilio: lo
que esperaban, cómo se movilizaban, cómo leían con avidez todo lo que llegaba
de las aulas conciliares… y nosotros decíamos: «pero, Tino, cuando tuvo lugar
el Concilio… ¡yo estaba naciendo…! ¡yo no he vivido eso!». Los veinteañeros y
treintañeros de ahora han nacido en la democracia (para ellos Franco y su
dictadura pertenece a la historia); los veinteañeros y treintañeros de ahora ni
han cantado nunca, ni conocen el «Cara al Sol», tampoco la «Internacional», ni
tampoco el «Venid y vamos todos con flores a María». Son otra generación para
todo.
Jesús dice en el evangelio «no se puede poner un
remiendo en un vestido viejo, ni se puede echar vino joven en unos odres
viejos». Jesús sabía mucho y decía mucho. No nos podemos empeñar en usar medios
viejos, expresiones viejas, incluso estructuras viejas, para algo que es nuevo,
emergente, fuerte, imprevisible. Como no soy «ácrata» (nunca lo he sido), no
quiero hacer un alegato de la «anarquía», sino de la novedad, de la fuerza, de
la frescura, de la ilusión y sabiduría que nace en Pentecostés.
Dicho con imágenes. En la era del «AVE», no
podemos proponer un viaje en «ferrocarril». Puede ser que el ferrocarril sea más
nostálgico y romántico; las nostalgias no nos sirven para nada, más que para
paralizar; aceptamos ser románticos, pero con moderación y solo en momentos
puntuales, no como «norma».
En la era de las «redes sociales» (inmediatez,
agresividad, internacionalidad), no podemos proponer «octavillas» como medio de
comunicación social (esta idea no es mía, la oí el otro día en la tele cuando
hablaban de los cambios palpables y evidentes). Aquí ya no se puede ser ni
nostálgico ni romántico, sino práctico y operativo.
En la era de la participación y de la autonomía
del individuo, no se pueden dar argumentos de cuartel: «porque yo lo digo», o
«porque yo lo mando», o «esto es así y basta». Hace ya tiempo que la
«autoridad» se distingue del «autoritarismo». Están diciendo «una persona, una
voz, un voto»; ¿dónde queda el «no se preocupe, señora María, que yo hablaré
por usted?».
Lo más difícil, sin duda, es el lenguaje. No
hablamos el mismo lenguaje; bueno, no hablamos el mismo lenguaje porque tampoco
tenemos los mismos esquemas antropológicos, morales, sociales, políticos y
religiosos. Es como un «teléfono roto». Para muestra, un botón. Nosotros
decimos que «Cristo nos salva del pecado y de la muerte». Los jóvenes
veinteañeros-treintañeros nos dirán: 1. ¿quién es Cristo y por qué Cristo y no
otro? 2) ¿qué es eso de «salvar»? ¿qué he hecho yo para que nadie tenga que
venir a salvarme? Más que de «salvar» hay que hablar de «salud», que es lo importante
y lo que queremos. 3) ¿Qué es el pecado? En todo caso cometo «errores», pero «yo no
peco». 4) Por último, nuestra sociedad ya hace tiempo que ha renunciad a hablar
de la muerte y dice que alguien «se ha ido»… ¡y hasta le aplauden!
El próximo domingo es PENTECOSTÉS. A los
veinteañeros y treintañeros, por desgracia, no les dice nada, o casi nada. A los
que creemos en el Dios de Jesús, a los que invocamos al Espíritu Santo para que
nos «renueve», PENTECOSTÉS es sinónimo de «frescura impregnante», de «ilusión
renovadora», de «fuerza arrolladora», de «novedad en el pensamiento, en las
actitudes y en el lenguaje». El batiburrillo
y el guirigay que se formó en Babel, se transforman en PENTECOSTÉS en diálogo,
en propuestas, en ganas de salir a la calle, en abrazos. Para todos los
creyentes de todas las generaciones, también para los veinteañeros y
treintañeros que tienen el reto difícil pero apasionante de dar forma y
lenguaje a la fe cristiana, ¡feliz Pascua de Pentecostés!
Pedro Ignacio Fraile Yécora
Pentecostés 2014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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