21 junio, 2016

DIOS ES NUESTRA FELICIDAD Y BENDICIÓN. Salmo 128

Comparto con vosotros esta exégesis, sencilla y breve, del salmo 128. Espero que os sirva.

Salmo 128

1 a       Canto de peregrinación

1b        Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.

2          Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien;
3          tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
            tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa:

4          Esta es la bendición del hombre que teme al Señor.
5          ¡Que el Señor te bendiga desde Sión!
            ¡Que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida!
6          ¡Que veas a los hijos de tus hijos! ¡Paz a Israel!


            1. Notas textuales. El salmo empieza en el 1 b. Forma parte de la colección de salmos conocida como «Salmos de peregrinación» (120-134).
            2. Aspectos literarios: Es un salmo muy sencillo con dos partes muy claras. La primera es una «bienaventuranza» (dichoso aquél que…), la segunda una «bendición». En la «bienaventuranza», formulada en el tiempo verbal del futuro (serás, te irá…) se desarrolla en una doble imagen de fecundidad vegetal: mujer como «parra fecunda», los hijos como «renuevos de olivo». La bendición se amplía en otras tres que hacen referencia a la presencia de Dios en Sión/Jerusalén; a la prosperidad de Jerusalén; y de forma más cercana, que el orante vea su descendencia.
            El poeta se sirve de la repetición de una misma palabra en dos versos contiguos: «dichoso/dichoso» (v. 1 b y 2); «bendición/bendiga» (v. 4 y 5). Las dos partes del salmo están perfectamente relacionadas con la misma estructura:

            1 b       Dichoso el que teme al Señor
            4          Esta es la bendición del (…) que teme al Señor       
           
            3. Antropología teológica: Estamos ante un salmo sapiencial. Los dos términos clave que destacan son la «dicha» y la «bendición». El primero, el de la «bienaventuranza» está unido al de «temor de Dios», que en muchas traducciones versionan el sintagma hebreo como «respeto» u «honra» para evitar la palabra «temor». Con este sintagma, «temor de Dios», el sabio quiere resumir toda la experiencia religiosa de presencia ante Dios, que es cercana y a la vez inasible, que es de alegría y a la vez de santidad, que es de cariño y a la vez de respeto. El verdadero  creyente no hace burlas de Dios, ni pretende jugar con él, sino que le ama y le respeta. Por otra parte aparece de nuevo la imagen recurrente de los «caminos», propia de los consejos del sabio. La persona cabal transita por los «caminos» que le marca el Señor. La insensata los ignora o se sale de ellos.
            El segundo término clave es «bendición». Dios «bendice» a sus elegidos. Ahora bien, esta «bendición«, en estos momentos, se mueve en un ámbito puramente terrenal. Se manifiesta en una familia extensa, fecunda, y en una vida prolongada que permite ver a los «hijos de los hijos». La bendición incluye dos referencias a Jerusalén, que pueden parecer en principio extrañas. Para el judío creyente, la Gloria de Dios habita en el monte santo de Sión; Jerusalén es la ciudad santa. Ambas cosas van de la mano. Cuando Dios se retira del Templo, por ejemplo en el Exilio, Jerusalén fracasa. Viceversa, la prosperidad de Jerusalén está unida a la presencia de la Gloria de Dios en su Templo.

            4. Lectura espiritual. La experiencia de Dios de algunas personas es de no poder amar a Dios porque le ven como «rival», como «vigilante», como «acusador», como «déspota», o como «tirano». Son imágenes distorsionadas y muy dañinas que, sin embargo, no terminan de desaparecer. Este texto nos presenta a Dios como aquel que nos «bendice» y que es nuestra «dicha/felicidad». La perspectiva cambia radicalmente.
            El sabio (hoy diríamos el «acompañante» de nuestra vida espiritual), nos remite a Dios y al respeto amoroso que le debemos; de ahí se sigue una vida recta, acorde con nuestra experiencia de Dios. El que cree en Dios le «teme/respeta/honra» en todos momentos de su vida y «sigue sus caminos».

            En una sociedad agrícola, la multitud de hijos era una bendición, pues todos ayudaban en las tareas del campo y aseguraban la prosperidad de la casa. Hoy tendríamos que dar un giro a esta expresión, sin dejar de lado la bendición que supone acoger la vida en su lozanía, en su riqueza y hermosura, como regalo de Dios.