En aquel tiempo, dijo Jesús: «Os aseguro que el que no
entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte,
ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las
ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va
llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas
las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su
voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la
voz de los extraños.» Jesús les puso esta comparación, pero ellos no
entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la
puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y
bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por
mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra
sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la
tengan abundante.»
(Juan 10,1-10)
(Juan 10,1-10)
LECTIO. Jesús se sirve de imágenes sencillas y corrientes
en aquel mundo agrícola y mediterráneo donde abundan los rebaños de ganado
ovino: el pastor, el redil, la puerta del redil, y por supuesto las ovejas y
los corderos. Son paisajes familiares. Además en la Escritura el profeta
Ezequiel ya se sirve de imágenes semejantes. Sin embargo no terminan de
entender a Jesús y éste necesita hacer una explicación detenida de su
comparación. No todos los que merodean el redil llevan buenas intenciones. Los
ladrones y malhechores evitan la puerta porque quieren robar o matar: es
accesible, está a la vista de todos; no les interesa. Por el contrario, Jesús
es buen pastor y es también la puerta de acceso, franca y visible.
MEDITATIO. Las personas que tienen algo que ocultar buscan
lo escondido, la noche, los disfraces y los engaños. El que va tranquilo y
seguro, no se esconde, sino que habla y actúa sin tapujos, con claridad. Jesús
no tiene nada que ocultar, ni de qué esconderse: él es la puerta por la que
entramos sin obstáculos ni laberintos al corazón mismo de Dios. Cuando los
accesos a Dios son retorcidos, rebuscados y complicados, cuando están escondidos o encriptados, accesibles solo a unos pocos iniciados; cuando hay que ir por la noche
protegiéndose en la oscuridad para que no nos vean, debemos recelar. Jesús nos propone una puerta clara,
que se ve, luminosa, sin obstáculos para entrar y salir, que es él mismo: Jesús es la puerta.
ORATIO. Si tú eres la puerta de acceso a Dios, ¿por qué,
Señor, nos empeñamos en mil caminos inútiles? ¿Por qué seguimos la última
propuesta, por extraña y oscura que nos parezca? Ilumina nuestro corazón y da
luz a nuestros ojos.
CONTEMPLATIO.
Repasamos con ojos críticos todas las propuestas que recibimos para adentrarnos
en Dios y en su misterio de amor. Vemos cómo muchas son complicadas,
retorcidas, que no dicen la verdad, o que proponen cosas extrañas. Decimos en
nuestro corazón: no pueden ser de Jesús. No pueden buscar nuestra libertad por
medio de vericuetos para unos pocos e inaccesibles para la mayor parte de la
gente buena.