31 octubre, 2014

SED SANTOS, SED PERFECTOS, SED MISERICORDIOSOS. GANAS DE VIVIR


            El cristianismo no es una religión de mínimos, sino de máximos. El cristianismo no te invita a que seas mediocre, prescindible, superfluo, evitable. Tampoco te invita a que seas aguafiestas, refunfuñón, aburrido y previsible. El cristianismo es religión de superación, de crecimiento, de sorpresa, de ilusión, de vida. ¡Y de vida eterna!
            Hay una secuencia bíblica en la que se invita a «ser algo». Más que una invitación es casi un ruego, una orden, una súplica: «¡Sed…!». En el libro del Levítico se nos dice «sed santos» (Lev 20,7). En el evangelio de Mateo, un texto con resabores judíos, se nos dice «sed perfectos» (Mt 5,48). El evangelio de Lucas, que escribe con el trasfondo cultural de la implacable justicia de los dioses paganos que construía una civilización muy dura, nos dice «sed misericordiosos» (Lc 6,36).
            La invitación a la santidad, a la perfección y a la misericordia tienen en común que nacen del mismo Dios. Del Señor Dios que se revela a su pueblo en la etapa de Israel, y el Señor Jesús que nos habla en esta etapa de la historia.
            Tiene una segunda lectura. Las tres invitaciones son positivas. La santidad siempre es meta sublime a alcanzar; no es propuesta banal ni rastrera, sino todo lo contrario. La perfección es camino a recorrer por quien no se queda en las dificultades, en los recodos del camino. La misericordia es virtud sublime, propia de personas maduras y magnánimas.
            La Iglesia católica celebra en los próximos días la Solemnidad de todos los santos y al día siguiente la memoria de todos los fieles difuntos. ¡No celebramos la muerte, sino la vida! ¡No celebramos la aparición de fantasmas, sino el encuentro con Dios! ¡No celebramos la oscuridad, sino la luz! ¡No celebramos el fracaso, la corrupción, la fealdad, sino el triunfo, la resurrección, la hermosura! No es lo mismo. No tienen nada que ver.
            En nuestra sociedad, despistada como pocas, que renuncia a las tradiciones propias, llenas de sentido, marchando tras tradiciones ajenas, y encima horrendas, se ha empeñado en celebrar lo feo, lo macabro, lo horripilante, lo aborrecible. No quiero decir esa palabra, porque hasta la palabra es fea.
            ¿Cuándo vamos a despertar los cristianos y decir con voz muy clara, que creemos en la vida, en la hermosura, en la alegría, en la luz… y que creemos en todo esto porque creemos en Dios y en su hijo Jesús, el Señor Resucitado? Igual nos dicen que somos ‘cursis’, o ‘retrógrados’. No. Somos simplemente cristianos.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
31 de Octubre de 2014