Lectio divina de
San Juan 6, 52‑58
En aquel tiempo,
disputaban los judíos entre si: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús
les dijo: «Os aseguro que si no
coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en
él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el
que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el
de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá
para siempre.» Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en
Cafarnaún.
LECTIO. Seguimos leyendo el «Discurso del Pan de vida» que tiene lugar, como dice
el texto, en la Sinagoga de Cafarnaún. Jesús da un paso radical y sorprendente.
Pasa en su argumento del pan a la «carne» y a la «sangre». Estas dos palabras
indican toda la «persona» en expresión judía. La carne sin sangre está muerta,
no tiene vida. Jesús se nos ofrece a sí mismo, en su totalidad personal, como
«carne» y «sangre». Sus palabras son radicales y provocativas. Nos invita a
«comer su carne» y a «beber su sangre»; invitación extraña e insolente.
MEDITATIO. La fe cristiana, conforme a los
evangelios sinópticos, habla del «seguimiento» de Jesús, nunca habla de una «imitación»,
muchas veces externa y de pose, que no afecta al interior del ser humano. Juan
va más lejos en su evangelio; dice no sólo hay que «seguir» a Jesús, sino que
hay que entrar en comunión plena con él. El que cree en Jesús comparte su
estilo de vida, su suerte, su causa, todo su ser. En lenguaje bíblico «comer su
carne» y «beber su sangre» es identificarse con Jesús, con sus proyectos y con
sus decisiones. Los judíos no lo entienden porque están en «clave
materialista»; para los judíos es cuestión alimentaria y alimenticia, incluso
de ¡antropofagia!, pues habla de comer carne y beber sangre. Los judíos se
escandalizan, solo los creyentes entienden la radicalidad de la propuesta.
ORATIO. No quiero ser como los mimos que imitan. No quiero hacer remedos de tu
vida. Quiero ser de los tuyos, ponerme en tus huellas y comulgar contigo y con
tu suerte, Jesús. Ayuda mi debilidad, aumenta mi fe.
CONTEMPLATIO: Traigo a mi memoria los grandes creyentes
de ayer y de hoy que no se han escandalizado de Jesús, sino que le han seguido.
Diferencio entre los «imitadores» burdos de Jesús que escapan a la mínima
dificultad y sus discípulos que viven la fe con sencillez y valentía cristiana. Doy gracias por los
primeros y pido distinguir siempre entre la imitación engañosa y la verdad
necesaria.
Pedro Ignacio Fraile