06 septiembre, 2013

EL ELOGIO DEL SILENCIO (Vigilia de oración por la paz en Siria)

   
            La religión cristiana, en general, es una religión muy ruidosa. Los popes orientales que desgranan sus salmos, plegarias, anáforas y prefacios en la «Divina liturgia» cantan sin parar, sin dejar huecos. Los jóvenes armenios apuntan a lo alto en tonos agudos, donde sólo unos pocos privilegiados pueden llegar, en las liturgias que guardan celosamente los primeros cantos cristianos con sabor a los montes caucásicos. Los pentecostales norteamericanos mezclan las invocaciones al Espíritu Santo con espasmódicos gritos aleluyáticos. Los coros de gospel evangélicos hacen de los cantos litúrgicos un modo de soul medio africano, medio barriobajero norteamericano, que se puede cantar tanto en las iglesias de Mississipi como en el cine, como en los teatros de todo el mundo. Los luteranos han hecho del órgano un instrumento que nos lleva, casi sin querer, al Deus tonans (al Dios tronante) de las divinidades paganas. ¿Qué decir de la liturgia católica? Que es extremadamente ruidosa. Unos apuestan por el monástico y cadencioso canto gregoriano, muy nuestro, muy «católico»; otros prefieren la solemnidad del órgano; otros los compases desgarrados y repetitivos de la guitarra; otros optan por los tonos metálicos de la guitarra eléctrica; y por la batería si se tercia; otros católicos danzan y bailan al estilo pentecostal; otros entonan horribles melodías que no desaparecen de las liturgias dominicales con el pretexto de que «son las únicas canciones que la gente se sabe».

            Me confirmo en lo dicho; la Iglesia católica ofrece al mundo una «religión ruidosa». A veces vas a una Iglesia a rezar, y el párroco pone música de fondo ¡cuando lo que buscas es silencio! Otras veces vas a una oración comunitaria, y el presidente no hace sino hablar, ¡no calla!… En muchas celebraciones eucarísticas dominicales el que preside la celebración católica por excelcnia, no hace sino echar homilías: homilía antes de empezar, homilía antes del perdón, homilía antes de la lectura, homilía como homilía, homilía antes del padrenuestro, homilía antes de los avisos finales y homilía después de los avisos finales…. ¿Cuándo se está en silencio? Si va a haber silencio, rápidamente alguien entona un canto… «Que no haya sensación de vacío acústico, aunque sea penoso; hay que cantar, aunque cantemos mal», parece que piensan…

            Los católicos tenemos que aprender a rezar en silencio. La verdad es que forma parte de nuestra tradición: adoración eucarística en silencio; Iglesias abiertas para rezar sin música de fondo; capillas recoletas donde se puede escuchar el sonoro ruido del silencio; rezar en la naturaleza; rezar haciendo silencio interior en medio de unos grandes almacenes comerciales; rezar silenciando los ruidos externos en el bullicio de una ciudad.

            El silencio es «la voz de Dios». Con frecuencia decimos «vamos a rezar», y ponemos música, o hacemos lecturas, sean las que sean, vengan a cuento o no; ¡que alguien lea algo!; todo por no guardar silencio. ¿Será miedo a lo que Dios nos quiera decir? ¿Podemos escuchar a Dios si estamos continuamente habitados por pensamientos ruidosos, por rumores persistentes, por gritos insolentes, por deseos no acallados? Los católicos necesitamos urgentemente revisar nuestras liturgias y nuestras oraciones para dar cabida al silencio: para escuchar la palabra de Dios en silencio, para comulgar el cuerpo de Cristo en silencio, para adorar en silencio. Muchas veces pensamos que si el sacerdote o alguien cualificado no comenta el texto evangélico que se proclama… ¡no vale la oración! Dejemos que Dios, por medio de su palabra, diga lo que tiene que decir…No le digamos a Dios lo que no quiere decir…

            Este «elogio del silencio» lo escribo un día antes de las vigilias que ha convocado por todas partes el Papa para rezar por la paz en Siria y, por extensión, en todos los países en guerra. Por eso propongo que en las vigilias de oración no haya canciones de ningún tipo. Que nadie cante.

            Propongo comenzar escuchando el estallido de bombas y de sirenas que anuncian bombardeos; los asistentes a la oración callan. Puede seguir sonido de disparos de fusil, o de ametralladoras (taca, taca, taca, taca…). Un grito de fondo desgarrador, le han dado a alguien… Luego llantos de niños y de adultos… La fachada de una casa se derrumba… Entre estos sonidos, que sean reales, tomados de reportajes a las que se les han quitado las imágenes, sólo silencio… Que no haya ni música de guitarra, ni de órgano, ni de batería; tampoco de violas y violines. Dios está hablando. Dios habla para decir que él no quiere guerras. Dios habla para decir que las guerras no las ha creado él.

            Un solo relato bíblico para judíos, musulmanes y cristianos: Caín y Abel. ¿Dónde está tu hermano? Y la respuesta de Caín: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? La violencia, nos dice el Génesis, no ha sido creada por Dios; Dios no es el origen de la violencia; Dios no quiere violencias.

            Señores políticos del mundo; cuando estén solos en su habitación, sin que nadie les hable, ni les moleste, pidan una Biblia y lean de nuevo el relato de Caín y Abel. ¡En nombre de Dios decimos: no a ninguna guerra! Lo lean… en silencio.

 

Pedro Ignacio Fraile Yécora

6 de Septiembre de 2013,

víspera de la Vigilia de Oración convocada por el papa Francisco para pedir la paz en Siria