15 mayo, 2014

¿HACIA DÓNDE VA EL CRISTIANISMO?



            En el último mes he coincidido con varias lecturas que apuntan en una misma dirección. Son fuentes distintas, si bien, se me puede reprochar, todas siguen una misma línea. Prefiero no citarlas explícitamente porque me gustaría redactar algo más pensado, más sesudo, y más pasado por el corazón, en un futuro. Entonces las citaré.
            El argumento que se repite una y otra vez es la crisis del cristianismo en la cultura occidental. Estamos, dicen, en una «sociedad postcristiana». Bueno, ¡no hay que ser un lince para descubrirlo! Basta con hacer una descripción pormenorizada de una serie de constantes: asistencia a la misa dominical en continua caída, desapego de las enseñanzas de la Iglesia, ausencia de vocaciones a la vida religiosa, desplazamiento a otras religiones o religiosidades no cristianas etc. Lo difícil no es el «diagnóstico», sino las vías de solución o, al menos, las posibles «hojas de ruta» a seguir. En todos los artículos y libros que he leído hay una serie de constantes:
- Desafecto afectivo y efectivo con la Iglesia. La Iglesia, como Institución, está pasando por malos momentos. ¿Consecuencia de errores pasados? ¿Carga de dos mil años de cristianismo, con responsabilidades enormes de gobierno? La Iglesia tiene que «cargar» con un peso que muchas veces supera el de sus frágiles espaldas: cruzadas, inquisición, papado-emperador, coaliciones con poderes dictatoriales, curas y religiosos nada ejemplares etc. Parece, por otra parte, que la «otra historia», la positiva, se desconoce: fundadores de colegios de enseñanza y de universidades, fundadores de hospitales, misiones entre los más pobres, trabajos liberadores de esclavos, casas de acogida a marginados e inmigrantes. Es triste pero es verdad: las noticias de la Iglesia, sobre todo en los últimos años, pasan por un «filtro mediático» muy interesado. No es justo.
- Cambio de «paradigma» en la transmisión de la fe. Los sesudos articulistas nos recuerdan que la «sociedad de cristiandad» hace tiempo que ha desaparecido; y nosotros, «erre que erre», queremos transmitir la fe en un medio social que, sencillamente no existe: la sociedad no es cristiana, las familias no son cristianas, los colegios no son cristianos, la moral de la sociedad no es cristiana. Habría que pasar, dicen, de una «transmisión de la fe» a un «nuevo engendramiento»; o sea, hay que hacer «nuevos cristianos», no «pasar la fe» a una gente que no le interesa.
- Recuperación de lo «religioso», una vez superada la crisis de hace años que renegaba de la fe cristiana como una «religión» asociada al judaísmo (Templo, sacerdotes, normas, control de conciencias, credos etc.), hoy en día se apuesta de nuevo por lo «religioso». En este caso es un «sentido religioso» amplio, espacioso, más unido a lo humano: autonomía del individuo, pluralismo en las opciones, revalorización de lo «auténtico» más que de la confesión de una «verdad de fe», etc..
- Lo «crístico» sin Jesús. Los analistas de la religión nos advierten del nacimiento de grupos que son «crísticos», o sea, que creen en un sentido «complexivo», «holístico», «universal, «divino», «armónico», «íntimo», «cósmico», del ser humano; pero sin perfiles concretos. Son experiencias religiosas individuales, difuminadas, desdibujadas. Son las «religiones sin rostro». Más en concreto, desde nuestro punto de vista, son «religiones» que no miran ni se dejan mirar en el rostro de Jesús. Para los cristianos, Jesús es «el rostro humano de Dios»; es el «Dios con nosotros-Emmanuel»; dicho de forma más compleja, es la «encarnación del Logos de Dios». Dicho de forma más sencilla: «creemos en el Dios de Jesús»; «Jesús revela quién es y cómo es Dios». Ahí queda la pregunta: ¿cristianismo sin Jesús?
Vuelta a Jesús. Quizá este sea uno de los aspectos más positivos de los nuevos análisis. Hay que «volver» a las fuentes; lógico por otra parte. Después de dos mil años de cristianismo, nuestra referencia «última» no puede ser tal concilio por lúcido que haya sido; o tal teólogo, irrenunciable para un grupo concreto de creyentes; la referencia no puede ser otra más que Jesús, muerto y resucitado, fundamento último de la fe cristiana. Recuperar la frescura del mensaje, la radicalidad de sus acciones, la ilusión que provocaba en la gente sencilla, las ganas de vivir de otra forma que iban de la mano en todo lo que hacía.
No sé si recojo bien el sentir de muchos de estos pensadores. Yo, por mi parte, retomo el título de este artículo: «¿Hacia dónde va el cristianismo?» Personalmente suscribo la «vuelta a Jesús» como base del nuevo giro que debe dar la fe cristiana; es más, creo que los cristianos debemos aportar en esta nueva etapa de la religión a escala mundial, la especificidad de la fe «con rostro, el rostro de Jesús». Esa es nuestra «gozosa herencia»: ser «testigos de Jesús».
Recojo igualmente la revalorización de lo «religioso» de forma positiva. Todos sabemos que el trajín diario nos lleva a las prisas, a los agobios, a las ansiedades: Todos somos conscientes de que los que «teledirigen» nuestros hábitos consumistas, sociales, e incluso nuestras opiniones, no quieren «gente que piense», gente con «opinión propia». Estamos, por fin, en un momento de la historia en que la «diosa razón» sabe que tiene que convivir con la «sensibilidad», con la «empatía», con la «ternura» y la «misericordia» (conceptos todos del ámbito religioso más que del argumentativo). No podemos cerrar los ojos a las peticiones de tantas personas, aunque no lo sepan decir, de una necesidad de expresión de su vida interior, porque o la tienen o la quieren tener.
El punto a discutir tiene que ver con la Iglesia. Aparece en muchos casos como la «mala» de la película; hoy en día es la «pagana» de muchos platos rotos. Parece que todas las sociedades necesitan un «chivo expiatorio» sobre el que cargar las culpas. En nuestra sociedad occidental (dejamos el oriente lejano, el oriente ortodoxo,  y las zonas islámicas), la que hoy por hoy tiene que sobrellevar en buena parte esta «carga» es la Iglesia. Unas veces la crítica severa es con razón; otras sin ella. También la Iglesia (entendida en su condición de «institución»), tiene que «volver», tiene que «convertirse» a Jesús. Nuestra sociedad, y en especial la gente más joven, no está dispuesta a concederle muchos créditos.
Por último, el tema más candente: los nuevos cristianos o los cristianos del futuro. ¿Basta con transmitir la fe que a su vez otros nos transmitieron? ¿Tenemos que hacer un esfuerzo por «engendrar» a la fe «nuevos cristianos» conforme a la situación real de la sociedad que vivimos?
A mí me parece apasionante. Hay que «recrear» lo que pensábamos que ya estaba «archivado» para siempre. Hay que «relanzar» lo que estaba guardado en nuestros almacenes. Hay que «reimaginar» los modelos que son arquetipos de otras sociedades. Hay que «reconstruir» unos símbolos y un lenguaje que entiendan las personas de esta sociedad. No se trata de «maquillar», ni de «suavizar», ni «vender barato» el evangelio de Jesús, sino dejar que la fuerza transformadora del evangelio, bajo la acción del Espíritu Santo, recree nuestras comunidades cristianas.

Pedro Ignacio Fraile
15 de Mayo de 1014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/