07 marzo, 2016

NI ODIO, NI INDIFERENCIA, NI SILENCIO. Ante el asesinato de cuatro Misioneras de la Caridad

             El año 1996 fue asesinado por ETA Fernando Múgica Herzog. Su hermano, Enrique, entonces ministro de justicia del PSOE, que fue también Defensor del Pueblo, dijo: «ni olvido ni perdono». Dos «níes». Otro uso habitual de la conjunción copulativa negativa «ni», es el que se puso de moda hace unos años en España con valor de sustantivo: los «ninis» designaba a aquellos, principalmente jóvenes, que «ni estudiaban ni trabajaban». Yo quiero reflexionar no sobre dos, sino sobre tres «níes» a propósito del asesinato de cuatro Misioneras de la Caridad, más conocidas como las de la «Madre Teresa de Calcuta» en Yemen, hace unos pocos días.
            Ni odio. Enrique Múgica habló con el corazón y dijo lo que pensaba él y lo que piensa mucha gente. El odio es un sentimiento, una pasión, que no podemos controlar. ¿Quién no ha sentido odio alguna vez, aunque luego lo haya racionalizado y controlado? El odio no es un sentimiento cristiano. Jesús en su evangelio nos dice claramente que «devolvamos bien por mal», y que lleguemos incluso a «amar al enemigo». ¿Imposible? ¿Bonitas palabras? La historia de la Iglesia está llena de casos de personas, muchos de ellos anónimos, que cuando los estaban matando, ellos les perdonaban. Yo estoy convencido de que estas cuatro hermanas, que servían a los pobres del Yemen, por puro amor, no pudieron odiar a quienes les mataban. Los cristianos no podemos predicar el odio, de la misma forma que Jesús en la cruz dijo: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Enrique Múgica era natural de San Sebastián, con ascendencia judeo-polaca (el apellido Herzog así lo delata). Probablemente sus palabras, dichas con el corazón, adolecían del perdón necesario que recuerda Jesús en la cruz y que nos pide a los que hoy queremos seguirle.
            Ni indiferencia. El Papa Francisco se quejaba, cuando se enteró de la noticia, de que para la mayor parte de la prensa mundial, había sido un hecho más, no noticiable. Se dolía de la indiferencia. No quiero corregir al papa Francisco, pero sí que quiero decir con voz clara que la «indiferencia» de muchos de estos medios es solo con algunos. Es verdad que las Misioneras de la Caridad asesinada no buscaban aplausos humanos, pero qué menos que se reconozca que han sido asesinadas cuatro personas que trabajaban con los pobres, y que se condene públicamente. Dios hace justicia, la suya, la buena, lo sabemos; y con esto nos debería bastar; pero los humanos también necesitamos que alguien denuncie los atropellos, los abusos, las injusticias. Estas mujeres han sido asesinadas, y no podemos quedarnos indiferentes. Como tampoco podemos quedarnos indiferentes ante otra mujer asesinada hace una o dos semanas en Honduras, por defender también a los pobres.
            La indiferencia es una segunda muerte. Primero te quitan la vida. Luego te quitan el derecho a que se reconozca o se diga públicamente que te han matado. Te esconden, para que no se sepa, para seguir con la gran mentira del «mundo feliz». Hay que reivindicar la vida y la muerte de estas cuatro mujeres; reivindicación sin odio, pero sin miedo a que se sepa la verdad.
            Otra suerte, más grave de indiferencia, es que hayan matado a cuatro mujeres. ¿Dónde están las feministas que en estos días pasados atacaban sin piedad en España contra los sentimientos de la Iglesia católica, precisamente sirviéndose de la figura de la mujer? La dignidad de la mujer en los titiriteros que dramatizaban la violación de una monja en los carnavales de Madrid, defendiéndose con el argumento de la «libertad de expresión», y que más tarde justificaba curiosamente una mujer, la edil del distrito donde habían actuado (barrio de Tetuán), diciendo que era normal en los títeres que las «brujas mataran monjas, jueces y policías» (¡lo dijo ella, yo no!).  La dignidad de la mujer en el poema anti-cristiano del padrenuestro recitado en la entrega de los premios Ciudad de Barcelona, con presencia y aplauso de la alcaldesa, donde a Dios se le asignaban toda suerte de epítetos sexuales femeninos groseros, como si el llamar a Dios «Padre» fuera una ofensa para las mujeres, o más aún, fuera «machista»; la dignidad de las mujeres creyentes que entienden su vida abierta al misterio de Dios y le dicen un «sí» humilde y obediente como María, y ven cómo en Sevilla se les ríen y les ofenden en la procesión del «Santísimo c. insumiso», en la que se mofan de las mujeres que «obedecen a Dios». ¿Dónde están las feministas en este ataque a cuatro mujeres? Mujeres, además, que no son ni blancas (pues son indias), ni son ricas (pues son pobres), ni son «pijas», pues están con los últimos, con los que no quiere nadie, sirviéndoles a cambio de nada.
            Ni silencio. Estamos en un mundo donde los «medios de comunicación social» hace tiempo que se han trastocado en «medios de opinión». No dicen lo que hay que decir, sino lo que interesa decir, o lo que conviene decir. En este campo de opinión, no interesa que se sepa que han matado a cuatro monjas que trabajaban con los más pobres. Interesa más pegarle fuerte a la Iglesia católica repitiendo y aireando sus vergüenzas, ¡que las tiene!: los casos de pederastia, los casos de abusos, los curas autoritarios etc. Eso que se sepa y se repita; pero si han matado a cuatro religiosas, ¡ah!, se siente, no es noticia que interese a la gran mayoría.
            Es tremendamente doloroso que cuando asesinaron a los dibujantes del semanario antirreligioso (anticristiano, antimusulmán y antijudío) ‘Charlie Hebdo’ (¡atención, no hay que matar a nadie, tampoco a ellos, por mucho que aborrezcamos lo que hacen o dicen), la gente salió a la calle a gritar: «je suis Charlie», o a ponerlo en las redes sociales. Yo no salí a la calle ni me adherí a la mayoría mediática entregada y emocionada por su solidaridad en las redes, porque nunca me he sentido cercano a personas que se ríen de la fe de los demás. La gente se escandalizó porque habían asesinado a cuatro, o cinco, o seis, dibujantes: ¡Han matado la libertad de expresión! Esos dibujantes vivían en París; probablemente (no lo sé seguro), llevarían una vida burguesa, descreída… que les permitía hacer broma de todo. ¡Occidente se rasgó las vestiduras porque habían asesinado a cuatro librepensadores! (repito, nadie puede matar a nadie). Pero me pregunto: ¿dónde está occidente, el occidente bien pensante, bien comido, bien dormido…, en el asesinato de estas cuatro mujeres? El silencio es de cobardes. Yo no quiero guardar silencio. Como eran religiosas, y seguro que agradecen el poder de la oración, mi plegaria al Buen Dios, por ellas. Doy gracias por su vida, y en este año de la Misericordia, le pido a Dios que nos enseñe a todos, a ser más misericordiosos.

Pedro Ignacio Fraile
7 de Marzo de 2016