04 mayo, 2015

«MINISTROS DE LA NUEVA ALIANZA» El ministerio sacerdotal a la luz de la Palabra de Dios


Ante la proximidad de la fiesta que celebra a San Juan de Ávila como "Patrono del clero diocesano español", quiero recuperar los apuntes de una ponencia que redacté y pronuncié el año 2009 en la diócesis de Coria-Cáceres.

Hoy presento solo la introducción.  En días sucesivos publicaré los capítulos siguientes.
Como en otras ocasiones, no solo es público, sino que está a disposición de aquel a quien pueda interesar.


«Os daré pastores según mi corazón,
que os apacentarán con inteligencia y sabiduría» (Jer 3,15)

«Dios nos ha capacitado para ser «ministros de una alianza nueva»,
basada no en la letra de la ley, sino en la fuerza del Espíritu» (2Cor 3,6)

"Yo soy el buen pastor.
El buen pastor da su vida por las ovejas.
(Jn 10,11)


Los años posteriores al Vaticano II

Tomamos como punto de partida el Decreto conciliar «Presbiterorum Ordinis». En los años posteriores, década de los 70, se discutió, dicho de forma esquemática, si la fundamentación del sacramento del Orden, había que ponerlo en relación con Cristo «corriente cristológica»[i] derivando de ello tanto el ser como el ejercicio o la espiritualidad, o con la Iglesia, «corriente eclesiológica».[ii] En ambos casos, desde una postura moderada, se evitó el riesgo monístico: una fundamentación sólo en Cristo («cristomonismo») o una fundamentación sólo en la Iglesia («eclesiomonismo»). Sobre la mesa había dos puntos importantes:
Primero, qué se debía entender por el término «sacerdocio». Algunos exageraron la preferencia del Vaticano II por el término «presbítero», con una crítica desmesurada al término «sacerdote». Las razones que daban eran:
1) No se puede aplicar a Cristo porque fue un «laico». De hecho, el término i`ere,uj (sacerdote) sólo se aplica en el Nuevo Testamento a los sacerdotes paganos o a los judíos, nunca a Jesús
2) En la primera generación no se aplicó nunca a los oficios cristianos. A éstos se les calificaba como «episcopoi» (inspectores), «diakonoi» (servidores), y otros títulos secundarios tales como «hegoumenoi»
3) Sólo como «ocupación» del espacio dejado por las religiones paganas, se dio este paso que es, en sí, ilegítimo y equívoco.
4) Este paso supone un retroceso en la Iglesia al Antiguo Testamento.

En 1971 se celebra el Sínodo de Obispos, convocado por Pablo VI, sobre el «Sacerdocio ministerial» que recoge en su documento la posición cristocéntrica matizada[iii].  En segundo lugar la pregunta era qué papel ocupa el «Espíritu Santo». Se hizo una lectura dialéctica entre «carisma» y «ministerio», concibiendo este último como «institución». El Espíritu Santo sería el único protagonista (Jesús sólo «puso en marcha» un movimiento, sin relación de continuidad con él), de forma que la Iglesia se concibe como la acción del Espíritu manifestada e identificada con la dinámica del grupo de creyentes[iv].

Década de los 80 a los 90. En estos diez años proliferan en España los estudios acerca de la figura del sacerdote. En los 80, la Conferencia Episcopal Española había trabajado repetidamente una serie de temas y aspectos relacionados con el ministerio sacerdotal. Primero fue la reflexión conjunta sobre la vida y ministerio de los sacerdotes, expresada en el Simposio (1986). Un año más tarde la Comisión Episcopal quiso reflexionar sobre la vida apostólica de los presbíteros, con la publicación del documento «Sacerdotes para evangelizar», en 1987[v]. De nuevo, sólo con dos años de diferencia, la Comisión Episcopal del Clero celebró un Congreso de espiritualidad sacerdotal (1989).[vi]

Siguió en 1990 el Sínodo convocado por Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes, cuyo fruto será, dos años más tarde, la Exhortación «Pastores Dabo vobis».

De nuevo la Comisión del clero convocó a un Simposio, esta vez sobre la formación permanente de los sacerdotes[vii]. Siete años más tarde, en 1997 la Comisión Episcopal del clero celebra de nuevo un Simposio, esta vez con el título «Presbiterado y secularidad».[viii]

El Sínodo de 1990: «Pastores Dabo vobis»

El debate postconciliar, doloroso y rico, se puede considerar culminado en el Sínodo de 1990 y en su consiguiente Exhortación post-sinodal «Pastores Dabo vobis» (1992) del papa Juan Pablo II.
El documento da prioridad a la relación con Cristo en la determinación de la naturaleza y misión del ministerio sacerdotal. Es evidente que quiere recuperar el aspecto cristológico en la comprensión del ministerio sacerdotal, si bien busca una articulación entre los dos aspectos, el cristológico y el eclesiológico. 
Reflexionando en el número 12 sobre la «identidad específica» del sacerdote y de su ministerio afirma:

‘La referencia a Cristo es la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales’ (PDV 12)

‘El presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual como Cabeza y Pastor de su pueblo se configura de un modo especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo’ (PDV 12)

          Un poco más adelante, en este mismo número, comenta:

‘La eclesiología de comunión resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo. La referencia a la Iglesia es pues necesaria, aunque no prioritaria, en la definición de la identidad del presbítero’. (PDV 12)

El número 16 de la Exhortación presenta al sacerdote no sólo «en la Iglesia», sino «al frente de la Iglesia». [ix]


Pero íntimamente unida a esta relación está la que tiene con la Iglesia. No se trata de relaciones simplemente cercanas entre sí, sino unidas interiormente en una especia de mutua inmanencia (…) La relación con la Iglesia se inscribe en la única y misma relación del sacerdote con Cristo, en el sentido de que la «representación sacramental» de Cristo es la que instaura y anima la relación del sacerdote con la Iglesia (…) se sitúa no sólo «en la Iglesia, sino también «al frente de la Iglesia»’ (Pastores Dabo Vobis 16, 1992)

Lejos de pensar que hemos llegado a un acuerdo o una postura clara, estamos de nuevo replanteando 1) en qué consiste el ministerio sacerdotal y 2) en qué consiste una espiritualidad sacerdotal.

Los fundamentos del ministerio sacerdotal, están claros, porque están en Cristo, cabeza y pastor, no en nosotros y en la Iglesia, sacramento de salvación, a la que amamos. El fundamento no está en nosotros
Sin embargo, esta afirmación la vivimos con cierto desasosiego. Personalmente, como sacerdotes, estamos sometidos a la duda: si esto es así, que el fundamento está en Cristo, y Cristo no falla ¿acaso hemos vivido mal nuestro ministerio y no hemos transparentado a Cristo? ¿Acaso hemos caído en el «funcionariado» que tantas veces hemos criticado? ¿por qué no hemos transmitido esta ilusión a los jóvenes? Hay que decir, en honor a la verdad, que es un mal planteamiento, primero porque la mayoría de los sacerdotes nos hemos entregado sin reservas al ministerio. En segundo lugar, porque el complejo de «culpabilidad» es malsano, nos hunde y nos incapacita.
A este respecto quiero recoger unas palabras que considero «luminosas». Hoy es evidente la ‘falta numérica de pastores, agobio de los que permanecen, desconfianza de los fieles en ellos. Del heroísmo al fracaso y abandono. El voluntarismo de los setenta desemboca en el cansancio de los ochenta’.
Pero no son sólo palabras de una lucidez en el análisis, sino un canto a la entrega heroica de muchos consagrados. ‘el heroísmo de consagrados y ordenados con edades muy avanzadas que siguen en su puesto sosteniendo imposibles instituciones y dando tiempo al Señor para su intervención. Emociona ver a religiosas cuidando ancianos más jóvenes que ellas; o sosteniendo centros de enseñanza desde una jubilación más cargada de trabajo que su período profesional; o perseverando en la misión cuando todos los voluntarios y profesionales huyen en tiempos de violencia. Cómo conmueve ver a párrocos octogenarios, incluso a cargo de varias parroquias separadas por kilómetros. Algún día, quizá antes de la vida eterna, se cantará la epopeya de esta Iglesia envejecida pero fiel hasta darlo todo’.[x]
Todos sabemos que las respuestas no son simples, sino muy complejas. Mirando a la sociedad podremos decir que la situación actual tiene mucho de laicismo galopante donde es muy difícil que un joven se enfrente a un ambiente no propicio o incluso hostil; tiene mucho que ver también con el individualismo salvaje, característica de esta sociedad neoliberal en la que vivimos, donde lo comunitario (y por ende lo eclesial) es muy delgado, casi mínimo, incluso con riesgo de desaparecer.
Mirando hacia el interior, proponiendo una autocrítica siempre necesaria, tenemos que reconocer una catequesis no siempre bien planteada, que se ha deslizado de presentar a Jesucristo como Palabra del Padre a una propuesta de valores universales. También debemos reconocer una vida no «tensa» del ministerio apostólico. Sin duda no somos inmunes al desgaste propio de cualquier misión, por noble que sea, que sufre el ministerio en una sociedad cambiante. Desde el punto de vista teológico han aparecido nuevos aspectos.
La fe a la carta, donde cada uno hace su propia selección de artículos a creer. Un cristianismo difuso, de «valores», sin «confesión de fe», sin Cristo. En las siguientes palabras, hablando del ministerio sacerdotal,  se ve el entronque con este problema de un cristianismo sin «credo»

‘El ministerio ordenado es hoy el punto donde se establece esa confrontación permanente entre un cristianismo del nombre (confesante) y un cristianismo de valores (sin Rostro, anónimo)’. Hoy parece que el ministerio ordenado se convierte en la encrucijada de lo cristiano: ¿puede hablarse de Iglesia sin sacerdocio? ¿puede hablarse de sacerdocio seriamente? Tal cual se concibe y se vive, este sacerdocio ¿manifiesta u oculta a Cristo? ¿Tiene el cristiano que soportar un ministerio que escapa del control de la comunidad? [xi]

La espiritualidad del sacerdote. La segunda cuestión, si no más importante, sí al menos más urgente pues nos va en ello la vida, también tiene su fundamento en Cristo. No somos superiores al resto de la comunidad cristiana. Somos en primer lugar, y ante todo, «discípulos de Jesús», por lo que nuestra espiritualidad es la del evangelio. No hay que buscar cosas raras. Pero dentro de este discipulado que compartimos con el pueblo de Dios, tenemos que buscar nuestro sitio, de forma que los sacerdotes no sean laicos y los laicos no sean sacerdotes. Debemos evitar dos «reduccionismos»: el del «jibarismo» que reduce la figura del sacerdote al máximo, de forma que el «laico» es un «sacerdote en miniatura». Tampoco vale otra reducción del ser sacerdotal, al hacer de él un «super man», esto es, un «laico sobredimensionado».
El fundamento bíblico del ministerio sacerdotal no puede estar en contradicción con la Sagrada Escritura, y ¿qué es la Sagrada Escritura sino la Alianza de Dios manifestada plenamente en Cristo? Somos «sacerdotes» de la nueva alianza, como nos dirá Hebreos. Este punto de partida aclara muchas cosas, pues aunque usemos esta palabra, «sacerdotes» sabemos que su contexto natural de interpretación no es el sacerdocio pagano, ni siquiera el judío, sino es la Escritura leída desde Cristo.
Recordamos a este respecto la propuesta de exégesis canónica que presenta el Papa Benedicto XVI como camino a recorrer por la Iglesia. Son tres puntos esenciales:
El punto de partida de una lectura cristiana de la Biblia es leerla como «Palabra de Dios». La Sagrada Escritura tiene una unidad fundamental. No se trata de dos «alianzas» independientes, sino de una sola y única alianza que se cumple en Cristo. La clave de interpretación de la Escritura es el Señor Jesús.
Una segunda clave de interpretación es que la vida de Jesús es importante. No basta decir que nos «configuramos con Cristo», sino ¿con qué Jesús nos queremos configurar, con uno que nos creamos o con el Siervo de Yahveh?
          Como conclusión podemos apelar, primero, a la necesidad de un necesario equilibrio entre las dos posturas, la cristocéntrica y la eclesiocéntrica, podemos decir que desde un punto de vista teológico moderado actual, no hay diferencia real entre las dos «corrientes» salvo para los que destacan tanto un ángulo que elimina al otro.


En un planteamiento cristológico serio, que marque la distancia necesaria entre Cristo y el ministerio sacerdote, la Iglesia siempre estará presente en la raíz del ministerio. En una visión eclesiológica que diferencie de verdad este ministerio como constitutivo de la Iglesia, es evidente que la referencia a Cristo está presente aunque no se prime’.[xii]

No podemos dejar de lado unas palabras de la Pastores Dabo Vobis sobre la figura presente y futura del sacerdocio

‘Ciertamente hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cambia: en efecto, el sacerdote de mañana, no menos que el de hoy, deberá asemejarse a Cristo (…) También en el 2000 la vocación sacerdotal continuará siendo la llamada a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo’ (PDV 5)

(seguirá)
 Pedro Ignacio Fraile Yécora





[i] La «corriente cristológica» entiende el ministerio ordenado como «sacerdocio» antes que como «ministerio» (o «diaconía»). Su razón de ser es el «sacerdocio de Cristo». Es una coherente con la tradición católica. Al igual que teníamos que distinguir entre dos posiciones en la «corriente eclesiológica», también tenemos que distinguir dos posiciones en la «corriente cristológica».
«Cristomonistas». Son los que acercan tanto el ministerio ordenado a su fuente cristológica que corren el riesgo de desconocer o dejar en la sombra la «irrepetibilidad» del sacerdocio de Cristo y el «carácter sacerdotal del pueblo de Dios». Se deslizan a una visión casi exclusivamente cultual. Su punto de partida es el «sacerdocio de Cristo». Desde aquí se mueven en dos direcciones: unos se remontan a la tarea del «sacerdocio» en todas las religiones y después se aplica a Cristo y a los ministros ordenados. Otros partiendo del sacerdocio de Cristo, ven su continuación en los ministros. Unida a esta idea va la de la «mediación perfecta» entre Dios y el hombre. La consagración del sacerdote le habilita para celebrar los sacramentos y de forma primordial el sacrificio eucarístico. La locución «alter Christus» expresa este tipo de animosidad. El «carácter» se puede deslizar a un «superbautismo».
 La «corriente cristológica» moderada (representada por Urs von Balthasar, Ratzinger) se mueven en el terreno de la «representación sacramental» con tonalidad pastoral, entroncada con el «sacerdocio común» de los fieles.

[ii] La «corriente eclesiológica» está sostenida por autores que, a su vez, deben ser situados en lugares distintos y distantes: 1) Los que afirman que el ministerio deriva de la comunidad, a modo de delegación de aquella, que es quien realmente la posee 2) Los que sostienen el ministerio ordenado como constitutiv, necesario, dado a la comunidad para su servicio y en su seno (Rahner, Congar, Dianich). Estos autores, si se les preguntara dónde fundamentan esa prioridad, no dudarían en acudir a Cristo. Dentro de esta «corriente eclesiológica» no «eclesiomonista» se puede citar el documento de la Conferencia Episcopal Francesa (Lourdes 1973) que habla de una «Iglesia toda ella ministerial», que acogía la rectificación de Congar sobre su propia  teología del laicado que cambia sus tesis desde la obra ‘Jalones para una teología del laicado’ (1963) hasta su obra posterior ‘Ministerios y comunión eclesial’ (1973) donde la dialéctica no se sitúa ya entre ‘sacerdotes y laicos’ sino entre ‘comunidad y ministerios’. El problema está justifica el ministerio sacerdotal evitando, por una parte, en que se convierta en uno entre otros muchos y también que, por el contrario, los ministerios laicales se transformen en ministerios pastorales arruinando la laicidad, tan reivindicada por la AC. Dentro de esta corriente habría algunos a quienes se les podría clasificar como (eclesiomonistas, sólo la Iglesia). Conciben el ministerio en una eclesialidad cerrada en sí misma. (Schillebeeckx, Kung, Boff). Cf. Trujillo, pp.38-41

[iii] La Comisión Teológica Internacional, formada por Balthasar y González de Cardenal entre otros, redactó el documento preparatorio. Para ellos la raíz de la crisis de identidad del sacerdote está en la «desacerdotalización del ministerio», que a los antecedentes históricos de Lutero hay que añadir la secularización. Afirma el carácter sacerdotal de todo el pueblo de Dios y también el sacerdocio de los ministerios ordenados como representación del de Cristo. Para el documento de la Comisión, cf. C. Pozo (ed.) Comisión Teológica Internacional. Documentos 1969-1996 (Madrid 1998) BAC. Para el Documento del Sínodo de Obispos, cf. Ecclesía 1571 (11 Diciembre 1971) pp. 17-25.

[iv] ¿Cómo explicar el papel del Espíritu Santo? No puede ser el de «mediador». Según Hebreos Cristo es el «único mediador». Ni el Padre ni el Hijo pueden asumir una condición humana. El Padre porque se destruiría su figura divina, el Espíritu porque es puente y no orilla en los encuentros. La misión del Espíritu no «sigue» a la del Hijo, como si esta hubiera sido insuficiente o como si hubiera terminado en el tiempo con su muerte y resurrección. La misión del Hijo consiste en atraer hacia el Hijo a todos los hombres, La pneumatología cristiana salva la unidad de la historia de la salvación, y contempla al Espíritu Santo unido a Cristo y a su obra que se hace presente en la Iglesia y en cada uno de los cristianos. Se desautoriza así la propuesta de Joaquín de Fiore que planteaba una «sucesión» diferenciada en los tiempos salvíficos.

[v] Cf. J.L. Ruiz de la Peña, Sacerdotes para la nueva evangelización. Evangelio, Iglesia y nueva cultura (Madrid 1992) Edice.

[vi] Cf. El Simposio se celebró del 30 de Octubre al 2 de Noviembre de 1986; Publicado por la Comisión Episcopal del clero, Espiritualidad del presbítero diocesano secular. Simposio (Madrid 1987) Edice. El Congreso sobre Espiritualidad sacerdotal se celebró tres años más tarde, del 11 al 15 de Septiembre de 1989, Comisión Episcopal del clero, Espiritualidad Sacerdotal. Congreso (Madrid 1989) Edice.

[vii] Celebrado en Madrid del 4 al 7 de Diciembre de 1992.

[viii] Celebrado en Madrid del 22 al 25 de Noviembre de 1997. Las actas se publican en 1999 por la organización. Cf.
Comisión episcopal del clero, Presbiterio y secularidad. Simposio (Madrid 1999) Edice.

[ix] A diferencia de la «Presbiterorum ordinis» se vuelve a hablar de «sacerdotes».

[x] L. Trujillo, ‘Razones para la misión en la Iglesia española de hoy’, en: VV.AA., Dar razón de la misión hoy. XXV encuentro de animación misionera para sacerdotes. Instituto Español de Misiones Extranjeras (Madrid 2006), p. 24
[xi] Cf. L. Trujillo, ‘El ministerio ordenado en la vida de la Iglesia. Fundamentos cristológicos y eclesiológicos’ p.34, en Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, Espiritualidad de comunión (Madrid 2003).

[xii] Cf. L. Trujillo, ‘El ministerio ordenado en la vida de la Iglesia. Fundamentos cristológicos y eclesiológicos’ p.43 en Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, Espiritualidad de comunión (Madrid 2003).