25 julio, 2013

ANA Y JOAQUÍN, RESTO DE ISRAEL, CREYENTES EN DIOS



Hoy, 26 de Julio, es Santa Ana, la madre de la Virgen María. Junto con Joaquín, su esposo, recogen la mejor tradición de los «los pobres del señor» (los Anawim), y la transmiten a su hija, María. En ellos está viva la esperanza de su pueblo y germina el futuro de la humanidad.

 

1. Los caminos insospechados de Dios

 

Siempre debemos dar gracias a Dios por el don de la fe, porque él ha tenido a bien revelarnos a su Hijo Jesús. La fe no es un camino trillado, sino que se abre siempre con perspectivas nuevas. En este año de la fe a punto de concluir, la Iglesia nos ha invitado y nos sigue invitando a entrar en los caminos insospechados de Dios.

Caminos insospechados. Dios es Dios y no tiene por qué ir por los caminos que nosotros prevemos o incluso le queremos preparar. Cuando leemos la Palabra de Dios vemos cómo Abrahán vivía en su tierra con su familia, y sin embargo Dios le pide que se ponga en camino sin decirle ni dónde va ni qué tiene que hacer. ¿Nosotros, hoy, nos pondríamos en camino, yendo de lo seguro a lo desconocido sólo porque Dios nos hiciera unas muy vagas promesas?

Moisés se resistió con uñas y dientes a su vocación. Él había decidido rehacer su vida lejos de Egipto, y Dios le llama para que vuelva al país del que ha huido, y para que saque a su pueblo, con el que no ha convivido.

David es de todo menos santo. Mercenario con los enemigos de Israel, luego jefe conquistador y victorioso, rey caprichoso… Una verdadera colección de méritos. Pero Dios le cambió la vida porque se fijó en él y le hizo símbolo de una promesa.

El profeta Jeremías no quería ser profeta. Una y otra vez protesta contra el Dios que le ha llamado; pero a su vez reconoce que cuando no escucha las palabras de Dios no puede vivir sin ellas, porque las necesita.

Pablo es prototipo de persona que vive con celo extremo cualquier cosa que se propone. Se había propuesto exterminar a la Iglesia naciente, pero Dios le cambió la vida e hizo de él el gran anunciador del evangelio.

Podemos decir que Dios no sigue las sendas trilladas. Dios es Dios, y va haciendo su plan de salvación con cada uno de nosotros. Con libertad, por supuesto, porque si no nos diera libertad dejaría de ser Dios. Nos va llevando, incluso, aunque no se le pongamos nada fácil porque todos tenemos otros proyectos.

El Tiempo de Dios. Podemos admitir incluso que Dios nos lleve por donde nosotros nunca iríamos. Pero nos cuesta más aún el tiempo que empleamos. Las personas, más aún las modernas, participamos de esa sensación colectiva de que ‘lo queremos todo y lo queremos ya’. No existe ni la paciencia, ni la pedagogía, ni el aprendizaje, ni la corrección, ni la contemplación, ni la maduración, ni el posarse… Lo queremos todo y lo queremos ya.

Sin embargo, el Dios Bíblico, siempre sorprendente, tiene su tiempo y se toma sus tiempos. En efecto ¿cuánto tuvo que pasar desde que Dios le promete a Abrahán que será padre, hasta que nace Isaac? ¿Cuánto tuvo que pasar el pueblo de Israel desde que sale de Egipto hasta que entra en la tierra? ¿Cuánto tuvo que pasar el mismo Jesús en su etapa de desierto?

Los corazones humanos crecen con la experiencia. La sabiduría de Dios no está en los libros, sino en el gustar a Dios. La vida con Dios no se mide según los criterios humanos de ‘excelencia’, o de ‘capacidad’, o de ‘aptitudes’ fuera de lo común. También en esto Dios nos da su lección, pues Jesús nos recuerda cómo los misterios del Reino los entiende la gente sencilla pero se le ocultan a la gente rebuscada, retorcida y complicada.

2. Dichosos porque hemos visto y oído

 

Un resto… San Pablo nos recuerda en la Carta a los Romanos que Dios ha elegido para llevar adelante su plan de salvación a un «resto». En realidad, san Pablo recoge la teología del profeta Isaías, cuando ya advierte a sus conciudadanos de que no se deben confiar en su vida disoluta, porque Dios llevará adelante su salvación sólo con unos pocos.

Estamos de nuevo ante la paradoja y ante los caminos insospechados de Dios. ¿Acaso Dios espera en los grandes proyectos de los príncipes y señores de este mundo? ¿Acaso Dios se fija en los grandes resultados? ¿Acaso Dios se sirve para su salvación de masas enfervorizadas y manipulables?

Las promesas de Dios a lo largo de la Escritura van trazando lo que Dios quiere y espera. No espera en un pueblo que sigue a los ídolos, o que se olvida de la alianza cuando no le interesa. La Escritura alaba, sin embargo, a los hombres de bien, como dice el Elogio del Eclesiástico. Personas que fueron fieles a Dios, por eso su recuerdo perdura en la asamblea de los creyentes.

Dichosos… El evangelio da un paso más. Ya no sólo ‘elogia’ o ‘alaba’ a estas personas de bien, sino que los proclama ‘dichosos’. ¿En qué consiste esta dicha? En ver que las promesas de Dios se han cumplido en la persona de Jesús, en su vida, en su mensaje, en su Reino.

Si aplicamos esto a nosotros, podemos decir que somos dichosos porque hemos conocido a Cristo. Que lo que los grandes personajes de la historia de la salvación sólo pregustaban, sólo adivinaban, sólo podían intuir, nosotros lo podemos conocer. Somos dichosos porque hemos visto y oído la Buena Noticia de la salvación de Dios. ¿No es motivo para que continuamente demos gloria a Dios y vivamos esta buena noticia ante nuestros hermanos?

 

3. Joaquín y Ana, testigos del resto que ha visto y oído

 

            La fiesta de hoy hace que volvamos nuestra mirada sobre san Joaquín y santa Ana. Ellos pertenecen a la historia del Pueblo de Israel que supo esperar y que preparó la llegada de Cristo.

            Joaquín y Ana entendieron los caminos insospechados de Dios, y supieron que aunque en la ancianidad, y después de muchas pruebas (la risa de los compañeros de Joaquín y su consiguiente tristeza, la separación de los esposos cuando Joaquín se retira al desierto a hacer penitencia) Dios siempre cumple y Dios se toma su tiempo. Es la pedagogía de Dios. 

            Joaquín y Ana pertenecen a ese «resto de Israel» anunciado por Isaías y que recoge san Pablo en los Romanos. Son el resto que sabe que Dios va a cumplir sus promesas aunque aparentemente los signos e indicadores políticos o sociales, o humanos, vayan por otros caminos. Un resto fiel que sólo pone su confianza en Dios.

            Joaquín y Ana anticipan ya y cumplen a la perfección la bienaventuranza que proclama Jesús en el evangelio: ‘Vosotros habéis visto y oído’.

            Que en esta fiesta de san Joaquín y santa Ana, dejemos que Dios abra nuevos caminos en nuestra vida; que nos sintamos parte de este resto elegido por Dios para llevar adelante su plan de salvación y que nos sintamos dichosos porque hemos conocido a Cristo, Plenitud de la revelación del amor de Dios.

 
Pedro Ignacio Fraile Yécora

26 de Julio de 2013

 
 

 

DIEZ POSTURAS RELIGIOSAS (O NO) ANTE LA TRAGEDIA DE SANTIAGO DE COMPOSTELA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APOSTOL

 
 
 
            La vida es comedia, y es drama y es tragedia. La primera es necesaria, pero en exceso nos cansa. El drama forma parte de nuestro quehacer y quevivir diario; convivimos más o menos serenamente con él. La tragedia nos asusta, nos hunde, nos emboca al grito más desesperanzado, o al silencio más ruidoso, o a la maldición incluso de lo más bendito.
            Ayer, en las vísperas de la Solemnidad del Apóstol Santiago, Patrón de España, se produjo una tragedia de las que quitan el aliento, estrechan por detrás y delante sin atreverse siquiera a decir una palabra más alta que otra. ¿Y qué dice Dios de estas y de otras tragedias? Pareciera que el ser humano occidental prescinde en su vida de Dios (muchos de ellos, no todos, evidentemente) hasta que llega la tragedia y vuelve su mirada y su grito a Dios. Como este blog es religioso quiero hacer una serie de reflexiones sobre la tragedia y Dios.
            (1) Para las personas que recibieron una formación religiosa en su infancia/adolescencia y que se han ido desplazando progresivamente hacia el mundo de la «no creencia», la fe en Dios no soluciona nada. En sus cabezas el dilema entre la fe en un Dios bueno que lo puede todo, pero que no hace nada, no tiene salida. Pierde la fe en Dios en aras de un enraizamiento creciente en este mundo: la aceptación serena de nuestra inmanencia. Es la «instalación en la finitud» de Tierno Galván.
            (2) Para las personas que nunca han sido religiosas, y que tienen formación filosófica, Dios no deja de ser una «solución antropológica» del pasado que hay que superar. Para ellos la palabra Dios no tiene valor; o todo lo más, un valor nominativo, conceptual, cultural, hipotético, pero no tiene capacidad de responder a nada porque consideran que es una palabra vacía de contenido real, de vida y efectividad.
            (3) Las personas sencillas y buenas, sin mucha formación religiosa, que creen en Dios de forma espontánea, natural, no entienden la tragedia, pero tampoco se atreven a juzgar a Dios. Ni entienden, ni protestan. Callan.
            (4) Las personas justicieras y engreídas, que se atreven a poner pleitos a todo el mundo, pide que se haga un «juicio a Dios», y si sale culpable, hay que echarlo de nuestras vidas. Nunca más hay que pronunciar su nombre.
 
 
            (5) Las personas «new age», panteístas (Dios no es personal), sino que «todo es divino», que creen en «energías», en «destinos» que nadie controla, donde el ser humano está al albur de lo que la fortuna le haya preparado, sólo pueden pensar: ¡Cuánta energía negativa se ha concentrado en ese tren! Pero ni explican nada ni dan esperanza. Porque no pueden.
            (6) Las personas de corte humanista recuerdan: «lo mejor es acompañar con el silencio»; «no decir nada»; «la mejor palabra es la que no se dice». Nada, nada, nada… ¿Y el consuelo? ¿También es «nada»?
            (7) Las personas que quieren creer y luchan con Dios, como Jacob, como Abrahán, como Job, como Jeremías, le dicen cara a cara: «no te entiendo», «no tienes defensa», «no sé qué quieres», «no sé adónde quieres llegar», «no puedo anunciarte». «Quiero que algún día me lo expliques».
            (8) Los creyentes de matriz humana, trágica, insumisa y poética, gritan como Dámaso Alonso en su poema ‘Insomnio’: ‘Paso largas horas preguntándole a Dios,
(…) ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?’
. Aceptan con hondo silencio como Antonio Machado ante la muerte de su esposa, ‘tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía; ya estamos solos mi corazón y el mar’. Teresa de Jesús aporta su brillante ingenio iluminado por la fe: ‘¿Así tratas a tus amigos? Por eso tienes tan pocos...’
            (9) El predicador de oficio tira de tablas y afirma: ‘Con Dios, no lo entiendo; sin Dios, me desespero’. Y añade, ‘estamos amenazados sí; pero desde la Vida plena de Cristo, no estamos amenazados de muerte, sino de Resurrección’.
            (10) El creyente cristiano, ¿qué dice?, ¿qué hace? Se abandona pero a la vez pregunta; protesta y a la vez deja que Dios sea Dios; renuncia a decir «nada», porque la palabra de Dios es de Vida; reza por los difuntos y por los vivos. Calla y reza, con dolor, pero un dolor esperanzado. La cruz de Cristo, para el creyente, se hace presente en la vida (no es el destino); no es la sentencia de un Dios cruel; no es el capricho de un Dios que juega con los frágiles humanos. Dios está llorando en Santiago. Santiago Apóstol está llorando en Santiago de Compostela. Jesús, el Señor, crucificado y Resucitado está llorando con Santiago en Santiago. Volvemos a la vida, la de cada día… y nos decimos… el hombre busca a Dios y Dios sale al encuentro del hombre. Con recuerdo, con mucho amor y con esperanza.
 
Pedro Ignacio Fraile Yécora
Solemnidad de Santiago Apóstol (25 de Julio de 2013)