11 febrero, 2016

LAS MÁSCARAS DE LA TENTACIÓN. Primer domingo de Cuaresma



            Nosotros relacionamos espontáneamente la tentación con la vida moral. Solemos entender la tentación como una llamada seductora a pecar o a satisfacer nuestros deseos no siempre confesables y defendibles en público. Pero una verdadera tentación no se presenta de forma torpe, sino que lo hace de forma encubierta, sin desvelar su identidad. No nos pide directamente que hagamos el mal, sino que nos invita a cambiar de rumbo o a que cambiemos nuestras certezas y decisiones. Jesús pasó por las tentaciones, no por las «torpemente morales», sino por las que orientaban toda su vida: ¿cómo cumplir el plan de Dios sin renunciar a su voluntad de «Hijo», de «Mesías Siervo»? Son tentaciones «mesiánicas» que le acompañaron en su misión.
Que Dios nos dé pruebas de que es bueno. Jesús, después de ayunar sintió hambre. El tentador apela a su condición de Hijo de Dios: ‘Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes’. Parece que solo sea una «burda burla», pero lleva veneno: el tentador pide «pruebas» para creer. Esta petición se la dirigimos también nosotros a Dios: si existes tienes que mostrarte tú, tu poder y tu bondad. La condición necesaria para que creamos en Dios y en su bondad es que solucione los graves problemas de injusticia del mundo ¿Qué se opone más a la fe en un Dios bueno que el hambre de la humanidad? ¿No es el problema de las graves injusticias lo primero o incluso lo único que debe afrontar la religión para ser creíble? La tentación es la reducción de la vida humana a su parte material, sin duda imprescindible. Jesús sabe que no son dos partes excluyentes entre sí: hay que luchar por el hombre, por la justicia, y hay que abrirse a Dios, porque solo él es que sacia.
¿Tenemos necesidad de un Dios débil? El diablo le sube a un monte desde donde puede ver todo el mundo: Jesús tiene el mundo a sus pies, y él es el Mesías. Por tanto, tiene que «dominar» la situación; tiene que «tener el control de todo», tiene que «justificar» su actuación y «demostrar» su poder. La autoridad se confunde con el poder; el servicio se confunde con el dominio. La trampa es doble; por una parte se burla del mesianismo de Jesús ¿qué ha traído Jesús si no ha conseguido un mundo mejor? ¿Dónde está la «edad de oro» que debería haber traído el Mesías? Por otra propone seguir el sistema del «sometimiento» de mundo al dios insaciable del poder y ponerse a su servicio. Parece decir: no necesitamos a Dios, menos si es débil; hay que mantener las «estructuras vigentes de poder», aunque haya que hacer pequeños cambios. Jesús rechaza la tentación absoluta del «poder» que rivaliza con Dios y quiere sustituirle. Jesús es claro: solo a Dios se puede adorar, solo a él servirás.
Dios no es un ídolo. La tercera tentación va con la primera: ¿qué se puede ofrecer sino «pan y diversión»? El «panem et circenses» de los emperadores romanos. La religión como magia, como espectáculo, como farándula, como ilusionismo. Es querer reducir la fe a una superstición fantasiosa propia de personas poco formadas; es querer cambiar a Dios por una caricatura. Es el deseo de conocer y controlar el misterio de Dios a nuestro antojo, de hacer de Dios un juguete de quita y pon, de reducir una fe madura y madurada a una serie de «creencias de bajo perfil» que no cuestionan ni sirven para nada. Es el intento de manipular a Dios y hacer creer que en eso consiste la fe: ‘tírate y, como confías, verás que no te pasa nada’. A Dios se le pone a prueba como si fuera una mercancía, debe someterse a las condiciones que nosotros consideremos. Es la arrogancia de quien quiere convertir a Dios en un objeto. Jesús no entra al juego del tentador: ‘No tentaréis al Señor, vuestro Dios’. La verdadera fe se toma en serio el misterio amoroso, liberador y humanizante de Dios, a pesar de que no siempre lo comprendamos.

Pedro Fraile
Primer domingo de Cuaresma 14-Febrero-2016