13 octubre, 2014

EL MISIONERO Y EL PERRO (Teoría de los desplazamientos en la crisis del Ébola)



El mundo cada uno lo ve con unas «gafas diferentes». Según quién se asome a él dirá que «estamos ante la catástrofe del Ébola». Otros están (estamos) sobresaltados y preocupados por el avance de ISIS (Califato Islámico) en Siria e Irak; otros, a una nivel más particular, están acabando las «fiestas del Pilar del 2014», y otros, los menos, los que profesamos nuestra fe en la Iglesia Católica, somos convocados a celebrar el DOMUND este próximo domingo.
Esta semana pasada, aquí en las tierras de la península ibérica, hoy poblada por astures y andalucíes, gallegos y murcianos, portugueses y aragoneses, castellanos y catalanes (evito la enumeración pormenorizada), se ha hablado insistentemente del ébola, de su contagio por parte de una auxiliar de enfermería de Madrid y su alerta en toda la comunidad, extensible a otros lares del solar hispánico.
No he dejado de darle vueltas a la cabeza sobre el asunto. Lo primero que me viene, es la «teoría de los desplazamientos», creada por mí, y que me sirve para explicar ciertos comportamientos humanos. Lo segundo que me viene es una frase que repito mucho y de la que cada vez estoy más convencido.
La «teoría de los desplazamientos» dice poco más o menos (no la tengo formulada), que a lo largo de la historia los lugares significativos, las formas de ver la vida y los criterios morales se van «desplazando» sigilosamente sin que nos apercibamos, hasta que alguien da la voz de alarma y dice: «¡pero si esto, hace sólo unos años era de otra manera!». Esta teoría se ve muy bien en Jerusalén: el peregrino cristiano peregrinaba al Santo Sepulcro, lugar de la muerte y resurrección de Cristo,  en quien y por medio de quien celebramos nuestra salvación. Pues bien, me he encontrado con numerosos peregrinos cristianos que se han quedado fríos en el Santo Sepulcro y que sin embargo se han emocionado en el Muro de las Lamentaciones, ¡que a los cristianos no nos dice nada! Como dicen los latinos: «maiora videbis!» (cosas más grandes vais a ver).
En el caso del ébola estamos asistiendo en España a una serie de disparates. Me quedé sorprendido cuando mucha gente, algunos muy cercanos a mí, argumentaban que el culpable era el gobierno por haber repatriado al misionero; insistían en que «se tenía que haber quedado allí». Total, esto lo digo yo, un misionero ya sabe a qué va, o forma parte de su «opción de vida». A los pocos días, esa misma sociedad que no reaccionó por el misionero, se lanzó a la calle a protestar porque habían matado al perro mascota de la asistente de enfermería infectada. ¡Ha habido concentraciones de protesta en toda España! Yo vi las reacciones de algunos en la tele. Unos decían: (el perro)  «¡es un ser vivo!»; otros gritaban: «¡tiene sus derechos!». Que me perdone el lector, pero yo no he podido menos que recordar la polémica sobre el aborto que sólo hace un mes renació en España: ¿el niño gestado no es un ser vivo? ¿no tiene derechos? Sin duda estamos asistiendo a un «desplazamiento» de criterios vitales y morales en nuestra sociedad.
El próximo domingo es el DOMUND. Desde mi atalaya externa veo que poco a poco esta fiesta de la fe católica que cultivaba el espíritu misional está languideciendo. Recuerdo los niños que salían  a las calles con huchas para pedir para los «misioneros». Recuerdo que los «misioneros» eran los «héroes» de los niños y niñas católicos que asistían a la catequesis y que iban a colegios religiosos. Muchos decían: «yo de mayor quiero ser misionero». En España han cambiado muchas cosas (unas para bien, otras para mal y de otras aún no tengo criterios…); una de las cosas que han cambiado son los misioneros. Dos de ellos, Hermanos de san Juan de Dios, han venido a morir a España entre la desgana y las críticas de la opinión pública; al mismo tiempo parte de esta opinión pública se movilizaba porque habían sacrificado un perro en la crisis del ébola. ¿Lo entendéis? Yo no sé si lo quiero entender.
Lo segundo de lo que quería hablar, aunque sea muy de paso, es que todos los hombres no somos iguales. Preciso: somos iguales a los ojos de Dios, pero no de los hombres. Uno de los periódicos de hoy titula literalmente: «Urge la vacuna contra el ébola tras los contagios fuera de África». ¡Vaya titular torpe, o muy significativo, como se quiera! O sea, que si el ébola se queda en África no urge la vacuna. Si el ébola es una enfermedad de africanos, «que se mueran, que hay muchos y son pobres» (esto lo digo con ironía, no se me malentienda); pero si pasa a la «humanidad culta, bien comida, aburrida y sosegada» hay que evitar que se contagie. ¡Menos mal que nos queda la fe en el buen Dios que nos dice que solo Dios es Dios, que solo en él podemos confiar, que sólo él hace justicia! Porque los humanos… damos una de cal y otra de arena.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
13 de Octubre de 2014