07 enero, 2015

SOBRE UNA NOTICIA ARQUEOLÓGICA EN JERUSALÉN

EL LUGAR DE LA CONDENA A MUERTE DE JESÚS

Acaba de anunciarse que unos arqueólogos han encontrado el lugar donde fue juzgado y condenado a muerte Jesús. Según la noticia el lugar está situado en la zona alta de la ciudad, en lo que hoy se conoce como «Torre de David», junto a la Puerta de Jaffa, en la entrada del barrio armenio. La noticia no es disparatada pues en la zona alta de la ciudad se localizaba el palacio de Herodes Antipas en la época en que fue juzgado Jesús. Hay que hacer, de todas formas, unas precisiones.
Los peregrinos que van a Jerusalén visitan dos lugares distintos: uno es el «Galli Cantu»,  en la caída de la colina que desciende hacia la piscina de Siloé, y otro es el «Ecce Homo», en la «Via Dolorosa».  La primera, el «Galli Cantu» es, según la tradición, el lugar donde fue conducido Jesús desde el huerto de Getsemaní. Allí se reunió el Sanedrín y decidieron que Jesús debía morir. No se puede hablar de «juicio de Jesús» ante el Sanedrín, pues era una institución judía que carecía de legitimidad, ya que el gobierno real y consecuentemente la condena a muerte, estaba reservada a los gobernantes romanos. Allí Pedro negó por tres veces a Jesús. 
El arqueólogo español P. Florentino Díez, excavó en este lugar, hoy propiedad de  los Agustinos Asuncionistas, en cinco campañas sucesivas (1995-1999), siendo arqueólogo director del Instituto Español Bíblico y Arqueológico (IEBA), dependiente de la Pontificia Universidad de Salamanca. ¿Estaba allí el lugar donde se reunía el Sanedrín? 
Otro arqueólogo español, hace poco tiempo fallecido, Joaquín González Echegaray, sacerdote de Santander, nos dice en una de sus publicaciones que sólo Lucas se refiere «a una reunión de madrugada en la sede oficial del sanedrín para formalizar la sentencia a muerte de Jesús». ¿Dónde estaba en Jerusalén esta sede? La Misná señala una sala del Templo llamada de la «piedra tallada», mientras que Flavio Josefo se refiere al Xystus, situado fuera del Templo. González de Echegaray afirma que «es muy probable que aquí fuera juzgado y sentenciado a muerte Jesús por el sanedrín la madrugada del Viernes Santo». (J. González Echegaray, Arqueología y evangelios, Verbo Divino, Estella 1994).ç



El segundo lugar que visitan los peregrinos cristianos, es una zona de grandes losas, de época romana situada debajo del convento de las «Damas de Sión», en la «Via Dolorosa», que limita con una de las capillas del Instituto Bíblico arqueológico y bíblico de los franciscanos, la Flagelación. Se trata del «Litóstroto» o «Enlosado» o «Gabbata», lugar donde flagelan los soldados a Jesús, y que recoge sólo el evangelio de san Juan (Jn 19,13). 


La explicación es que estaríamos en la «Torre Antonia», cuartel de las tropas romanas, adosado al Templo, desde donde controlaban los movimientos de los judíos. La tradición de los padres franciscanos y otros estudiosos sitúa allí el lugar del Pretorio, esto es, el lugar de la condena a muerte de Jesús por parte de Pilato. Todos coinciden en que el Pretorio no era un «lugar permanente», sino que se localizaba allí donde ejercía su gobierno el legado de Roma. Sabemos que el gobernador romano vivía durante todo el año en Cesarea Marítima, junto al mar, y que sólo subía a Jerusalén en momentos puntuales, entre ellos las fiestas de Pascua. Según esta tradición, en la Torre Antonia, allí donde estaba el cuartel de las tropas romanas, fue condenado a muerte Jesús.

La propuesta de los arqueólogos israelíes no es desdeñable, pues se sabe que Herodes Antipas tenía un palacio en la parte alta de la ciudad. Algunos argumentan que siendo Pilato un funcionario romano, más que un militar, prefería alojarse en los palacios reales antes que con la tropa cuando acudía a la ciudad de Jerusalén. Puede ser. No debemos olvidar, de cualquier forma, que lo importante más que el «lugar» es el contenido: Jesús fue condenado injustamente. Jesús no era culpable. Jesús asumió sobre él toda la condición humana, frágil, débil y pecadora. La muerte de Jesús, sin embargo, es salvífica para cuantos creemos en él.