19 enero, 2015

«YO SOY CHARLIE», LAS CONTRADICCIONES DE LA CULTURA LAICA



            Hace ahora poco más de una semana que, tras los atentados de París, todo el mundo occidental (o muchos al menos) salieron a la calle a decir «Yo soy Charlie» (Je suis Charlie), en solidaridad con los asesinados en el ignominioso y execrable atentado; también en apoyo a la «libertad de expresión» (al menos tal como ellos la entienden). Otros, los menos, se apresuraron a decir «Yo no soy Charlie», entre el desconcierto generalizado, por no ponerse del lado de los humoristas franceses.  
            No he podido evitar recordar que solo hace unos meses se hizo una campaña igual, esta vez en apoyo a los cristianos de Irak que eran asesinados salvajemente (crucificados y decapitados) después de que les identificaban como «Nazarenos», esto es, «cristianos». Entonces saltó a los medios de comunicación como símbolo la «N» en árabe. Muchos la asumimos y la poníamos diciendo que «Yo también soy nazareno». Esa campaña, hoy olvidada, pasó sin pena ni gloria entre los medios burgueses de comunicación.
            Acabo de ver hace unos minutos que se ha lanzado otra campaña diciendo «Yo soy Nigeriano», en solidaridad con los cristianos de Nigeria asesinados un día y otro por los yihadistas. Es terrible: los  burgueses laicistas franceses, descreídos y volterianos (lo dijeron ellos mismos) se ríen del Islam, y los yihadistas en respuesta matan a los pobres cristianos de Nigeria. ¿Lo entiende alguien? Yo no.
            Otras variantes, no religiosas, de este «yo soy» las vemos por doquier. Entre los parisinos, algunos apoyaban a los muertos hebreos y decían «yo soy judío». Menos solemne, pero también significativo: el canto que apoya a la selección española (con segundas y terceras lecturas obvias) es: «yo soy español, español, español»…. 
            ¿Qué podemos decir del «yo soy»? A nada que uno tenga un poco de cultura bíblica, recordará cómo Moisés, huido de Egipto, no conoce al Dios de Israel; había sido criado en la corte del faraón. Dios se le presenta diciéndole «YO SOY el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob» (Éx 3,6). Evidentemente no es una propuesta metafísica, sino un recordatorio de identidad «yo soy el mismo Dios que ha acompañado a tu pueblo en la historia». En el mismo capítulo, cuando Dios se empeña en enviar a Moisés a Egipto y este se resiste, preguntándole quién eres tú, él dice: «YO SOY» (Éx 3,14). Sigue siendo un texto difícil de interpretar; ¿qué quiere decir Dios con este título? Unos proponen una lectura metafísica: «Yo soy el que es, la esencia». Otros una lectura de presencia: «Yo soy el que ‘estoy’ (con mi pueblo). Otros una lectura existencialista: «Yo soy el que existe». Otros dicen simplemente que Dios no dice su nombre para que nadie lo domeñe, lo use, lo manipule: Dios es Dios y eso basta.
            Siguiendo con los textos bíblicos, es sabido que San Juan retoma esta afirmación del «Yo soy» para revelar a Jesús. En su evangelio podemos leer: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6); «Yo soy el buen pastor» (Jn 10,11.14), «Yo soy el pan de vida» (Jn 6,35.48); «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12); «Yo soy la vid» (Jn 15,1.5).
            Dicho de otra forma, el «yo soy» tiene un trasfondo bíblico innegable, que no tiene que ver con la filosofía griega, sino con la revelación de Dios. San Juan llega a decir, en un texto que pertenece desde entonces a toda la humanidad con inteligencia sensible, «Dios es amor» (1Jn 4,8).
            En el mundo de la cultura griega el «yo soy» tiene una dimensión distinta a la bíblica. Nos movemos en el campo del «ser», de la «esencia». Primero, de la identidad: «yo soy blanco y no negro». También en el campo de la pertenencia: «yo soy católico y no soy musulmán». Aceptamos también una pertenencia simbólica, en el campo de la solidaridad: «yo soy irakí o nigeriano», aunque no lo sea, pero me identifico con su causa.
            Los filósofos que estudian el complejo mundo actual, suelen decir que el síntoma de la modernidad es el «nadismo» (técnicamente, «nihilismo»): No merece la pena «creer en nada»; después de la vida «no hay nada»; yo, personalmente, «no creo en nada»; «nada» merece la pena en este mundo… Eso oímos que muchos dicen y repiten.
Pues bien, lo contrario a la «nada» es el «ser». Los burgueses laicistas franceses, herederos de Voltaire y reivindicadores de Nietzsche, profeta del «nihilismo», acaban de descubrir que no quieren la «nada», sino el «ser». Ellos han proclamado «je suis Charlie»; o sea, necesitan saber quiénes son, con quién están, con quién se identifican. Por el contrario, los que no se identifican ni están con los hirientes viñetistas del semanario francés se han desmarcado con rapidez diciendo , «¡no, no, yo no soy Charlie». Ya lo dijo Shakespeare, «Ser o no ser, he ahí la cuestión». Ser algo o no ser nada, diríamos nosotros.
Es importante saber quién es cada uno, y con quién está. Las identidades son muy importantes. Yo, personalmente, digo que «soy nazareno de Irak», que «yo soy cristiano de Nigeria», y recordando el antiguo catecismo que comenzaba preguntando «¿eres cristiano?», yo respondo «soy cristiano, por la gracia de Dios».

Pedro Ignacio Fraile Yécora
19 de Enero de 2015
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