03 junio, 2016

BUSCADORES INCANSABLES DE DIOS: Salmo 42-43


            Las personas podemos definirnos como «buscadores», o como «caminantes», o también como «peregrinos». Los tres títulos comparten la idea de «estar en búsqueda», de «abrirse» a algo distinto y desconocido. Los tres comparten la idea de «carencia» y de «necesidad». El caminante y el peregrino sienten sed en el camino y buscan agua. El peregrino, si sale con rumbo, si tiene un punto preciso de llegada, quiere ver la «meta», la desea con ansia comprensible. Si el destino es religioso, no vale con llegar a una estancia cómoda, a una vida muelle, sino que todo es estar de paso hasta alcanzar al mismo Dios. En el salmo 42 ambas ideas («sed» y «meta») se describen de forma magistral. El sustantivo «Dios» se repite en cuatro ocasiones, en diferentes sintagmas: «Dios mío», «sed de Dios», «Dios vivo» y «rostro de Dios».

Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío;
tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

            La experiencia de la búsqueda de Dios es larga, a veces penosa, incluso dolorosa. Por dos veces el salmo 42 recoge esta idea. Primero habla de las «lágrimas» como alimento. La experiencia religiosa de búsqueda con frecuencia va acompañada de las lágrimas del que busca a Dios. No son incausadas,  o por simple cansancio físico. A veces son provocadas por las risas, burlas y chanzas de los amigos, vecinos y compañeros de viaje: ‘¿aún crees en Dios’, ‘dime dónde lo puedo encontrar, para que yo lo vea…’

Las lágrimas son mi pan noche y día
Mientras todo el día me repiten:
¿dónde está tu Dios?

Se me rompen los huesos
Por las burlas del adversario.
Todo el día me preguntan
¿dónde está tu Dios?

El poeta/creyente/orante juega con la imagen de Dios y su experiencia inmediata. Dios es «su Roca»;  Dios es «su protector». Primero le echa en cara que le «olvide» y que le «rechace». Luego repite un mismo estribillo por dos veces: ¿por qué voy andando, sombrío, hostigado por mi enemigo? Los salmistas no identifican al enemigo. Es mejor, porque es una experiencia cierta, pero con nombres y situaciones diversas. Enemigo es el compañero de trabajo que quiere desplazarte de tu puesto para colocarse él, y enemigo es el que te calumnia por envidia. Enemigo es el que se ríe de ti porque eres molesto, y enemigo es el que quiere echarte de las instituciones por tu actitud profética. Enemigo eres tú, «el hombre que va contigo» (en expresión de Antonio Machado) cuando sientes la tentación de dominar a otras personas, y cuando caes en tus contradicciones. Dios desaparece como en un silencio. Si es mi «roca» que me «protege», ¿por qué se desvanece en los momentos que más lo necesito?

Diré a Dios:
Roca mía, ¿por qué me olvidas?
¿Por qué voy andando sombrío,
Hostigado por mi enemigo?

Tú eres mi Dios y protector
¿Por qué me rechazas?
¿Por qué voy andando sombrío,
Hostigado por mi enemigo?

Sin embargo, el creyente, si ha tenido una «experiencia verdadera» de Dios; si no habla de él «de memoria», «de oídas», sino que su «sabiduría» proviene de «saborear» a Dios, «sabe» que Dios no le va a fallar. Por eso se pregunta a sí mismo, «a su alma», por qué se acongoja, entristece y turba. El tiempo de la turbación puede ser largo, pero está seguro de que «volverá a alabarlo». En el salmo, por tres veces, se repite esta estrofa, que no da pie a la angustia sino a la esperanza confiada.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
 por qué te me turbas?
 Espera en Dios que volverás a alabarlo:
 "Salud de mi rostro, Dios mío".

Nota: quiero compartir con vosotros el comentario al salmo 42-43, que estoy preparando para un curso sobre Salmos. Conforme vaya teniendo más material, os anticiparé algo. ¡El curso no, obviamente!


DISCIPULOS AQUI Y AHORA. SOLEMNIDAD DEL CORAZÓN DE JESUS


             Hoy celebra la Iglesia la Solemnidad del Corazón de Jesús. La devoción al Corazón de Jesús es, sin duda, de las más fructíferas en los dos últimos siglos de nuestra fe. En ella se marca de forma especial su condición de amor incondicional y entrañable. ¿Qué hay más noble que el cariño, que el perdón, que la compasión? Ahora bien ¿podemos vivir de forma separada la devoción y el amor a los hermanos?

  1. CREER Y SEGUIR
Fe y creencias. En nuestra forma de hablar normalmente usamos de forma indiferente los dos términos, fe y creencias, pero son muy distintos. Las «creencias» forman parte de una religión entendida como «mercado»; de esta forma cada uno compone su «cesta de la fe» mezclando la fe en Jesús con los astros o el destino. Reivindican que todas las creencias son respetables. Sin embargo, cuando nos movemos en el ámbito de la fe, nos movemos en el ámbito de la Iglesia. No sólo creemos lo que «sentimos», sino la fe de la Iglesia.
Fe y discipulado. En los evangelios la fe está unida directamente a Jesús, de forma que no se trata sólo de aceptarlo como «digno de fe», sino de «seguirle». Jesús mismo nos invita a su seguimiento, tal como vemos en el evangelio. Es una llamada al corazón de la persona, a su interioridad y a su libertad. Es soberana y a la vez exigente. 
Las dificultades del discipulado. Precisamente por esto, Jesús se encuentra con que no todos a quienes les invita están dispuestos a seguirle. En el evangelio encontramos los ejemplos de personas bien dispuestas, pero también encontramos personas que se echan otras cuentas y piensan que hay otros «negocios» mejores. Ser discípulo no es sinónimo de no tener dificultades, sino de seguir a Jesús como Señor aun en medio de las dificultades.
  1. CREER Y ESPERAR
El que espera desespera. Con este dicho popular indicamos nuestra condición humana sometida al cansancio y a las frustraciones. Con frecuencia ponemos nuestra esperanza en cosas que no tienen consistencia, no tienen fundamento… o si lo tienen están por encima de nuestras posibilidades. La esperanza se frustra cuando no alcanza sus objetivos.
El que espera confía. Sin embargo, la fe cristiana no está marcada por la frustración sino por la confianza. Sabemos que estamos en buenas manos, y sabemos que aunque no podamos comprobar y ver de forma «evidente», sí que podemos poner nuestras vidas en manos de otro; en este caso de Jesús, y podemos decir «sé de quién me he fiado».
El que cree vive para otro. La confianza en Jesús marca la identidad del cristiano. La espiritualidad cristiana es un «desapropiarse» de uno mismo, para ponerse en las manos de otro. Cuando decimos «Corazón de Jesús, en ti confío» estamos diciendo que nuestras seguridades las ponemos en sus manos.
  1. CREER Y AMAR
Se puede tener creencias y no amar. Una persona puede ser ‘crédula’ o incluso ‘creyente’ en sus cosas, pero no sentirse obligada a amar: los astros, fetiches…no aman
El discípulo cree y ama. Sin embargo quien se pone en la órbita de Jesús sabe que el amor forma parte inexcusable de su espiritualidad.
La novedad de Jesús. El mandamiento nuevo es ‘que os améis’; es nuevo no porque antes de Jesús no hubiera amor, sino porque une la fe en Dios y el amor al prójimo de forma inseparable. Casi podríamos decir que los identifica: amar y creer son una misma cosa. Al revés podríamos decir: ¿te atreves a decir que crees en Jesús si tienes cerrado el corazón a los hermanos? ¿Si te niegas a crecer, a avanzar, a ceder en aquellas cosas que no son importantes en bien de la comunidad? ¿Te atreves a decir que crees en Jesús si no perdonas, si no colaboras? La novedad de Jesús está en que el amor es el camino que lleva al corazón mismo de Dios.