14 septiembre, 2016

LA EXALTACION DE LA SANTA CRUZ


Hoy, 14 de Septiembre, es la fiesta de la «Exaltación de la Santa Cruz». Fiesta hermosa y popular. En mi ciudad natal, Tarazona, es el «Santísimo Cristo de la VOT (Venerable Orden Tercera)», memoria de la presencia franciscana. Para la gente de a pie es sencillamente «el Cristo». En torno a Tarazona muchos pueblos celebran también la fiesta de la cruz del Señor. Hoy quiero acercarme a esta fiesta desde la poesía.

La primera cita, cómo no, me lleva al poeta sevillano y soriano, andaluz y castellano, católico doliente y descorazonado, que no ofensivo ni indiferente, que es Antonio Machado. En su poema «al Cristo de los gitanos» dice: ‘no puedo cantar ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar». Hermosas palabras que Juan Manuel Serrat ha divulgado por todo el mundo hasta el punto de que ni él mismo es dueño de su canción: por doquier se canta esta hermosa letra y esta hermosa melodía, pero… ¿qué quería decir Antonio Machado? ¿no queremos cantar la cruz redentora de Cristo? ¿preferimos al Jesús de Galilea que anuncia el reino de Dios entre los pobres, a orillas del mar de Galilea, y no queremos al que entregó su vida hasta el final y fue ajusticiado por los dirigentes en Jerusalén? No lo sé… pensemos. Y leamos de nuevo a Antonio Machado.

¿Quién me presta una escalera
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el nazareno?

¡Oh, la saeta al cantar
al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar.

Descendimiento de Cristo. Santo Sepulcro de Jerusalén
Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.

Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía
y es la fe de mis mayores.

¡Oh, no eres tú mi cantar
no puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino el que anduvo en la mar

         


Una poesía anónima del siglo de oro español, que se atribuye sin saber bien por qué a san Francisco Javier, se dirige al Cristo «clavado en una cruz y escarnecido», y juega con las paradojas tan del gusto de los poetas místicos españoles: «aunque no hubiera cielo, yo te amara» y «aunque no hubiera infierno te temiera». La cruz de Cristo tiene esa capacidad de ponernos frente a él. Miramos y nos mira. Le interrogamos y nos interroga. Cuentan del Santo cura de Ars que una vez entró en la iglesita de su parroquia y vio a un campesino mirando al Cristo. El buen cura le preguntó ¿qué hace usted? Y el campesino le dijo: «yo le miro y él mi mira». Dejemos que hable el poema.

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

            Entre las poesías a Cristo crucificado siempre me ha impresionado la dedicada al hombre sufriente desde la experiencia del dolor propio, que la autora denomina ‘mi carne enferma’. La experiencia del dolor humano tiene su espejo en Cristo crucificado. No creemos en un «dios de juguete» que no comparte nuestra vida. La experiencia del dolor acompañar el devenir diario del ser humano, y el amor de Cristo crucificado abraza al hombre que sufre en su carne y en su espíritu. Abraza para amarlo, para decirle que Dios no le ha abandonado.

La sangre de Cristo salva a la humanidad. Santo Sepulcro de Jerusalén

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y sólo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
 cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta. Amén.

Gabriela Mistral

Quiero concluir con un himno litúrgico y con una antífona. El himno nos adentra de nuevo en la paradoja cristiana: la victoria y la vida que nos regala Cristo está en su cruz: ‘Victoria, tú reinarás, ¡oh cruz, tú nos salvarás!

Peregrina besa la cruz de Cristo en el Gólgota. Santo Sepulcro de Jerusalén
























 ¡VICTORIA! ¡TÚ REINARÁS!
¡OH CRUZ! ¡TÚ NOS SALVARÁS!

El Verbo en ti clavado,
muriendo nos rescató.
De ti, madero santo,
nos viene la redención.

Extiende por el mundo,
tu Reino de salvación.
¡Oh cruz, fecunda fuente,
de vida y bendición!

La gloria por los siglos,
a Cristo libertador.
Su cruz nos lleve al cielo,la tierra de promisión.

La antífona es luminosa a la vez que hermosa:


“Tu Cruz adoramos, Señor,
y tu santa resurrección
alabamos y glorificamos,
Por el madero ha venido
la alegría al mundo entero”.

 Que pongamos, como el campesino de Ars, nuestros ojos en Cristo crucificado.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
14 de Septiembre de 2016
Exaltación de la Santa Cruz