27 mayo, 2013

ESCRITURAS Y LIBROS SAGRADOS (Curso de Biblia-1-)


Todos los viajes abren la mente. Lo peor que le puede pasar a una persona es no haber salido nunca de su calle, de su casa o de su pueblo y explicar a todos cómo funciona el mundo y cómo se comporta el ser humano. A eso se llama, suavemente, presunción; mucho más fuerte, necedad. Podríamos decir en su defensa que hay personas ‘leídas’, ‘instruidas’, con la ‘sabidurencia’ de los mayores, de las tradiciones, del saber posado y reposado. No olvidemos que en la antigüedad la sabiduría para la mayor parte de las personas se adquiría no en largos viajes (que sólo hacían unos pocos privilegiados o los soldados, que pateaban los caminos de los imperios), sino en las tertulias al calor del hogar en invierno y en las fogatas al aire libre en verano. Me dirijo, más bien, a los nuevos predicadores de hoy que sólo saben lo que han visto en la tele (de forma no crítica) o que repiten sin criterio lo último que han escuchado.

El viajar a Tierra Santa te obliga desde el primer momento a que reorganices tus conocimientos religiosos. Es como si te dijeran, sin pedirte permiso: «ponga usted orden en estas palabras: Biblia, Corán, Escrituras, Palabra de Dios, Evangelios canónicos, evangelios apócrifos…». No te dan tiempo, porque el «guía» o comentarista va pasando de una a otra con rapidez, sin pararse a matizar. El último día (esto me ha pasado más de una vez), un peregrino que tiene más confianza te dice: «bueno, Pedro,… me parece que me voy a tener que poner a estudiar».

Es evidente que hay que hilar muy fino. Por ejemplo, si usted es cristiano ¿piensa que el Corán es la «Palabra de Dios»? ¿los ortodoxos judíos, que leen sin descanso en unas curiosas «bibliotecas-sinagogas», conocen y valoran el Nuevo Testamento? Los musulmanes, que incorporan a Jesús como «profeta» y a María como «madre del profeta Jesús, ¿cómo leen en su conjunto la Biblia cristiana?  Dicho de otro modo: no todas las personas le damos el mismo «valor» religioso a todos los libros de las religiones monoteístas. No todos tienen para nosotros el mismo carácter «normativo».

Los temas hay que afrontarlo desde distintas perspectivas; por eso pregunto lo mismo desde otro punto de vista; veamos: ¿puede tener un cristiano en su casa, y leerlo, aunque no sea musulmán, un Corán? ¿Puede tener un judío en su casa, y leerlo, aunque no sea cristiano, unos «evangelios»? ¿Puede tener un musulmán, en su casa, y leerlos, aunque no sea cristiano, una Biblia? ¿Puede una persona no adscrita a ninguna religión, tener en su casa y leer unas «Escrituras» de los judíos, una «Biblia» cristiana y un «Corán»? Por supuesto que sí. Los textos sagrados de una comunidad religiosa son «patrimonio de la humanidad». Se puede dar el caso, y de hecho se da, que una persona conozca perfectamente una religión, que cite incluso de memoria sus textos, pero que no pertenezca a ella. En este mundo de la expresión religiosa, «tener conocimientos» de una religión no quiere decir que «se profese» esa fe que se conoce.

Hay una postura que no vale; es el decir: «no me interesa lo que digan otros; yo sólo leo la Biblia»; indica bien poca inquietud cultural, bien inseguridad en tu fe y criterios. Tampoco vale el decir: «todas dicen lo mismo», porque no es cierto; las diferencias son importantes y no podemos solucionar un tema abierto reduciéndolo a una especie de «todo el mundo es bueno», «lo mismo da Juana que su hermana».

Tierra Santa te «abre el apetito» de las religiones monoteístas. Las preguntas se acumulan una tras otra ¿Por qué hoy sigue siendo tan importante la religión? ¿Por qué una religión, mal planteada, puede degenerar en fundamentalismo y en violencia? ¿Por qué escuchar un texto antiguo y ver en él que Dios está diciendo algo muy importante? Es más, ¿por qué aceptar como «normativo» para tu vida unos textos, a los que les das el carácter de «canónicos»? Como dice el peregrino que me tiene confianza: «Pedro, ¡me tengo que poner a estudiar!»

Por concluir esta primera «lección» del «Curso de Biblia en Tierra Santa», una última reflexión. El peregrino «escucha» con el corazón la Biblia, que para el creyente es «Palabra de Dios», y con los ojos «lee» la Biblia que se presenta de forma plástica ante él. El peregrino escucha con los ojos cerrados las palabras de Jesús en el evangelio y asiente: «son palabras de vida»; luego abre los ojos y dice: «esta es tu tierra, Jesús, que amabas; éste es tu paisaje, estas son las costumbres de tu gente…». El peregrino va con el corazón abierto, muy abierto, para que sea Dios el que se lo llene; en la mochila… la «Biblia», los «evangelios», para releer con los ojos, repasar con el corazón, y saborear muy despacio, muy quedamente.

Si el tiempo lo  permite… seguirán estas «lecciones de Biblia en Tierra Santa».

Pedro Ignacio Fraile Yécora . 27 de Mayo de 2013