10 mayo, 2013

HOMENAJE A LOS PÁRROCOS


 
Hoy, 10 de Mayo, se celebra a San Juan de Ávila, patrono de los sacerdotes diocesanos de España. Quiero escribir un pequeño homenaje a todos los párrocos rurales y urbanos que durante siglos han velado con celo por las comunidades que les fueron encomendadas. Para ello me serviré de la figura de Don Eusebio, mi párroco, que lo fue prácticamente toda mi vida.

               Don Eusebio era un hombre de formas adustas; amables pero sin exageraciones. Saludador de los que enseguida ya no sabes qué decir, acabando el saludo con un «bueno, pues  bien», indicando que cada uno sigue su camino. Don Eusebio era «cura, cura», con pedigrí, con «oficio». Llegó a estar más de cuarenta años en la misma parroquia, que había conseguido por «oposición». En los tiempos anteriores al Concilio Vaticano II, se hacía «oposiciones» a las parroquias a las que se aspiraba.

               Don Eusebio había estudiado en Salamanca, había obtenido su grado en Teología, y pudo conseguir sin dificultad su objetivo. Los compañeros, con guasa no disimulada, le decían que era «el primer bonete de la diócesis», a lo que él asentía a la vez que protestaba, sin mucho convencimiento.

               Todo el mundo conocía a Don Eusebio, pues no en vano había bautizado, comulgado, casado y también enterrado a miembros de una misma familia. Cuando pasaba de la parroquia a casa, todo el mundo le saludaba, ¡adiós don Eusebio!, y él siempre respondía con cariño y educación.

               Era una fábrica de anécdotas. Solía repetir, pegase o no pegase, un «¡bien!» con valor ilativo más que de aprobación moral. Así, si uno le comentaba una barbaridad, lo primero que decía era, «¡Ehhh…, bien!»,  a lo que luego añadía, asustado, queriendo arreglarlo… «¡no… eso no se hace!»

               En cierta ocasión, cuando llegó la hora de que cayera el muro de Berlín y el consiguiente desplome de la Unión Soviética, en la misa de Nochebuena quiso explicarnos la Perestroyka de Mijail Gorbachov. La homilía comenzó bien, pero cuando a la quinta o sexta vez intentaba pronunciar, sin conseguirlo, «presstoika», el pueblo de Dios reunido para celebrar el nacimiento de Cristo no podía aguantar la risa en los bancos.

               Tenía debilidad por los pobres. A veces le decían, ¡Don Eusebio, que le engañan!. Pero él decía, «¡bah, bah, bah, bah, bah!», y siempre les daba algo. Bueno, alguna vez estos indigentes le dieron algún que otro susto, pero no escarmentaba.

               Fue buena persona y buen cura. Fiel a su parroquia y a su gente. Comenzaba muy pronto por la mañana y salía tarde por la noche.

               Como suele pasar con las personas buenas, no se le hizo justicia. Tuvo que marcharse a su pueblo a pasar los últimos días, porque estaba delicado de salud. Murió un domingo de Ramos, sin que pudieran llevarlo a la parroquia donde había gastado cuarenta años de su vida explicando el evangelio y administrando sacramentos de salvación. Un abrazo, Don Eusebio.

 
Pedro Ignacio Fraile Yécora, 10 de Mayo de 2013