SANTO SEPULCRO DE JERUSALÉN
Es más, las peregrinaciones
cristianas por excelencia son una terna: Jerusalén, Roma y Santiago. Los que se
ponen en camino en las dos primeras, reciben incluso un nombre: los que
peregrinan al Santo Sepulcro del Señor en Jerusalén reciben el nombre de
«Palmeros» y los que peregrinan al sepulcro de Pedro, en la colina Vaticana de
Roma, reciben el nombre de «Romeros». Alguno
de vosotros me diréis, en un giro fácil de prever, incluso citando al
evangelio: ‘Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; no hay que visitar
cementerios’. En efecto, los cristianos no «visitamos cementerios», sino
lugares de vida. En el Santo Sepulcro de Jerusalén celebramos que Jesús «no
está ahí», que «ha resucitado». En Roma no vamos a visitar una necrópolis
romana del siglo I de nuestra era de las afueras de la ciudad, sino el lugar
donde fue martirizado el apóstol Pedro, y donde hoy su sucesor preside en la
caridad la Iglesia. En Santiago no buscamos «certificar» la tumba del apóstol,
sino hacer nuestro camino en este lado del Mediterráneo donde llegó el
evangelio, alcanzando el «finis Terrae», y donde queremos vivir como discípulos
hoy también.
Volviendo al amigo americano.
Estaba, como decía, esperando a que los peregrinos que iban conmigo pudieran
entrar en la capillita de la Resurrección, cuando se me acerca un señor de unos
sesenta años que me sacaba la cabeza, con gafas de sol como si estuviera en la
playa, acompañado de una señora de su edad. Me preguntan cortésmente si hablo
inglés, a lo que respondo «un poquito»; el hombre me interroga ante la atenta e
inquieta mirada de la señora que le acompañaba: « ¿Me puede decir qué esto? ¿Por
qué parece tan importante? ¿Por qué hay aquí tanta gente esperando para entrar?»
Los ojos se me debieron salir de las órbitas, convencido de que no podía ser
verdad, pero reaccioné con rapidez y tiento al ver que la pregunta era sincera:
«Es el Santo Sepulcro; es el lugar más santo de los cristianos; creemos que el
Señor Jesús ha resucitado». El gigantón americano dijo «ohhh, gracias». Me
faltó tiempo para hacerle la pregunta: «por favor, de dónde son ustedes». Con
una sonrisa amplia, satisfechos del lugar de su procedencia, me dijeron: «somos
de Nueva York».
Pedro Ignacio Fraile Yécora- 2
Mayo de 2013