10 abril, 2015

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA: NOTAS EXEGÉTICAS A LAS LECTURAS

DOMINGO II DE PASCUA

PRIMERA LECTURA
Todos pensaban y sentían lo mismo


Lectura del libro de los HECHOS DE LOS APÓSTOLES 4, 32‑35

En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía.
Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor.
Y Dios los miraba a todos con mucho agrado.
Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.
Palabra de Dios
                                                                                                                               
El autor de Hechos, San Lucas con mucha probabilidad, intercala resúmenes de la vida de la primera comunidad cristiana de Jerusalén: Hay una comunión plena en el pensar, en el sentir y en el compartir los bienes materiales. Los apóstolos son testigos valerosos y Dios aprueba la vida de la comunidad. Se trata más de una «propuesta» de vida comunitaria que del «retrato» de una realidad. Se puede leer de tres formas: los ‘literalistas’ consideran que todo sucedió tal como narra el texto; pecan de «anacronismo» y de «historicismo ingenuo». Otros consideran, con nostalgia, que hay que volver al «espíritu inicial» de la primera comunidad que se ha perdido: «cualquier tiempo pasado fue mejor». La tercera lectura, con los ojos de la Pascua, nos pide hacer presente este espíritu hoy. Los cristianos están llamados en todas las edades, en todo momento, más allá de los tiempos cronológicos o de etapas idílicas de la antigüedad, a dar vida al espíritu de compartir en la fraternidad, de estar alegres en la humildad, de sencillez en el testimonio. No es una lectura que nos revuelva con acritud a un pasado mejor, sino un acicate para hacerlo vida hoy. La palabra de Dios es histórica pero no «historicista». Bebe del pasado histórico, pero no es nostálgica. Es para «aquí, hoy y ahora».


SEGUNDA LECTURA
Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo

Lectura de la primera carta del apóstol SAN JUAN 5, 1‑6

Queridos hermanos:

Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Dios que da el ser ama también al que ha nacido de él.
En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo.
Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

Palabra de Dios

La vida cristiana brota de Cristo muerto y resucitado y de la fe en él. La victoria es la de Cristo, y nosotros somos beneficiarios de ella. La fe es la respuesta que cada persona, en su libertad, da a la llamada personal de Dios. El fruto de esta respuesta amorosa sólo puede ser el amor. Dicho de otra forma, el cristiano que responde al amor de Dios no puede dejar de cumplir los mandamientos. A veces oímos cosas como que el cristianismo, por su mandamiento del amor, da por superados los mandamientos de Dios. Craso error. Si Dios es amor, si Cristo es el amor encarnado, entregado y vivo, si Dios nos pide frutos de amor ¿cómo vamos a cerrarnos a los mandamientos de vida y amor que proceden del mismo Dios? No es cuestión de juegos de palabras, sino de coherencia: amamos a Dios y a los hermanos en unión íntima con Cristo, el Vencedor del pecado y de la muerte.



 EVANGELIO
A los ocho días, llegó Jesús

Lectura del santo evangelio según SAN JUÁN 20, 19‑31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
—«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
—«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
—«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidas.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
—«Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó:
—«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llego Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
—«Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás:
—«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás:
—«¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo:
‑«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor

El evangelio está escrito «para que creáis» y así «tengáis vida en su nombre». La Resurrección de Jesús no es algo periférico o anecdótico en la fe cristiana, sino que es su punto de partida y su culmen. La fe en el Resucitado nace de un encuentro: «hemos visto al Señor». Los frutos de este encuentro son la Paz (con mayúscula), la alegría que llena a los discípulos, el perdón de los pecados, y la fe. Es verdad que Tomás representa a las generaciones de todos los tiempos que se resisten a creer: «si no veo las señales», «si no compruebo las heridas». La fe en el Resucitado necesita del encuentro y de la superación de una fe que exige pruebas contundentes, que no dejen espacio a la duda. La fe, en definitiva, es un don, no una conquista de la inteligencia.

Textos comentados de
Pedro Fraile