21 marzo, 2015

COMENTARIO EXEGÉTICO A LAS LECTURAS DEL QUINTO DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

PRIMERA LECTURA


           
Lectura del Profeta JEREMÍAS 31, 31 34.

Mirad que llegan días -oráculo del Señor-
en que  haré con la casa de Israel
y la casa de Judá una  alianza nueva.
No como la que hice con vuestros padres,
cuando los  tomé de la mano para sacarlos de Egipto:
Ellos, aunque yo era su Señor,
quebrantaron mi alianza;
—oráculo del Señor—.
Sino que así será la alianza que haré con ellos, 
después de aquellos diás —oráculo del Señor—:
Meteré mi ley en su pecho,
la  escribiré en sus corazones;
«yo seré su Dios, y ellos  serán mi pueblo».
Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo,
el  otro a su hermano, diciendo:
Reconoce al  Señor.
Porque todos me conocerán,
desde el pequeño al grande
—oráculo del Señor—,
cuando perdone sus crímenes,
y  no recuerde sus pecados.
Palabra de Dios

COMENTARIO EXEGÉTICO: Jeremías pertenece a la tradición teológica del Norte que desarrolla los temas del Éxodo y de la Alianza. Estos dos temas, junto con el del «conocimiento del Señor»,  recorren las tradiciones deuteronómicas del Pentateuco y la heredan los profetas del Norte. El pueblo se había comprometido con Yahveh y éste se había comprometido con su pueblo: «tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios». La historia de Israel es una sucesión de infidelidades que interrumpen esta promesa. Jeremías asiste al final del Reino del Sur y a la caída de Jerusalén, de la misma forma que sus antecesores asistieron a la caída de Samaría. Los teólogos interpretan que son los pecados del pueblo los causantes de esta  situación. ¿Hay alguna salida? Jeremías retoma la tradición teológica de sus antepasados y anuncia una «alianza nueva». Dos rasgos: por una parte estará escrita en los corazones, no ya en las frías tablas de piedra, el corazón como lugar de decisión y de amor; por otra la nueva alianza será una experiencia personal, un «conocimiento de Dios», tema que ya conocíamos por Oseas. Jeremías es de esta forma el profeta que, tomando en sus manos los viejos mimbres de su tradición teológica, da un mensaje de conversión a la vez que de esperanza a su pueblo.
 

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta a los HEBREOS 5, 7 9.

Cristo, en los días de su vida mortal,
a gritos y con lágrimas,
presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte,
cuando en su angustia fue escuchado.
Él, a pesar de ser Hijo,
aprendió, sufriendo, a obedecer.
Y, llevado a la consumación,
se ha convertido para todos los que le obedecen
en autor de salvación eterna.
Palabra de Dios

COMENTARIO EXEGÉTICO: Tres palabras clave: sufrimiento, obediencia y salvación. Pueden ser un ‘cóctel’ terrible según como lo interpretemos. Si pensamos que por el sufrimiento y la obediencia ciega se alcanza la salvación, podemos estar incurriendo en un acto de sadismo. Evidentemente este no es el camino. La humanidad de Cristo, si nos la tomamos en serio, es una humanidad necesariamente sufriente. No podemos pensar en un Cristo Jesús apático, impasible, indoloro, ajeno a la condición humana de seres mortales y finitos, de «carne y hueso». Pero el misterio de Cristo como salvador tampoco se soluciona desde la rebelión contra el plan de Dios o desde la sublevación violenta. Cristo, «aprendió a obedecer», y lo hizo con sufrimiento. La obediencia de las cosas importantes no se hace de forma superficial, sino que entra en las raíces profundas del corazón del hombre. La salvación de Cristo ni reniega de su humanidad, ni da la espalda a la obediencia filial a Dios. Misterio que contemplamos, descubrimos y meditamos.

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San JUAN 12,  20 33.

En aquel tiempo entre los que habían venido a celebrar la Fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
—Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó:
—Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre.
Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará.
Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz del cielo:
—Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
—Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Palabra del Señor

COMENTARIO EXEGÉTICO: Unos gentiles acuden a la Fiesta de Pascua; probablemente se trata de «temerosos de Dios», esto es, paganos que sin embargo respetaban y admiraban la fe judía aunque no se atrevieran a dar el paso de integrarse en ella. Los temas joánicos de la «hora» (anunciada desde el principio) y de la «glorificación» (segunda parte del evangelio de Juan) son el centro del texto. Desde la cruz Juan ve el cumplimiento de la salvación redentora de Jesús que alcanza a toda la humanidad. Juan subraya el carácter libre y obediente de Jesús a la voluntad del Padre. La entrega amorosa no es, por consiguiente, signo de un destino de maldición, sino culminación de una vida entregada. La configuración del cristiano con Cristo no excluye esta entrega que se hace servicio. En los inicios de los misterios Pascuales Juan ilumina todos los acontecimientos que se aproximan desde la luz de la glorificación de Jesús que será también la nuestra. El futuro no pertenece al mal –al príncipe de las tinieblas- sino a la esperanza que se nos da en la persona obediente de Jesús que se deja enterrar y acepta la muerte como humilde grano de trigo.