19 septiembre, 2013

EL ÉXODO DE AFRICA Y EL ÉXODO BÍBLICO



            Estamos asistiendo entre incrédulos y asustados al «asalto» (así dicen los reporteros y presentadores de televisión) de la valla que separa Ceuta y Melilla de Marruecos por parte de «subsaharianos» (o sea, negros africanos).

            Hace muchos años estuve en el corazón de África y vi la pobreza y el sufrimiento de aquella gente. África no es el continente de la esperanza, sino el continente del sufrimiento. En este mundo «aldea global» que decimos que es el nuestro, hay muchos mundos, y submundos, e inframundos. No es verdad que todos vivimos en el primer mundo (países supercapitalistas), ni en el segundo mundo (los países que queremos ser capitalistas aunque no podamos); ni siquiera en el «tercer mundo» (África, grandes zonas de Asia y América del Sur); existe un «cuarto mundo», el de las bolsas de pobreza de las grandes ciudades occidentales, pero existe también un «quinto mundo»: el de los hombres y mujeres del Éxodo del siglo XXI.

            La noche de Pascua tanto judíos como cristianos leemos el relato del libro del Éxodo. Un país (Egipto); un pueblo en marcha (Israel); un obstáculo (el mar Rojo); un destino (la tierra prometida); un ejército que quiere impedirlo (los soldados de Egipto), un guía (Moisés, encargado por Dios). Hagamos la trasposición: un continente (África); un pueblo en marcha (la negritud hambrienta africana); un obstáculo (el estrecho de Gibraltar); un destino (Europa).

            La noche de Pascua tanto los judíos como los cristianos actuales leemos el texto de nuestra liberación como emblemático: fuimos esclavos, y nuestra meta, la que Dios mismo nos ha  trazado desde toda la eternidad, es la der ser libres: «hemos sido creados para la libertad». Los cristianos sabemos que el paso del mar rojo es sólo un anticipo de la verdadera libertad, la que nos consigue Cristo en la cruz.

            Ahora resulta que los viejos cristianos de occidente jugamos el papel de los soldados egipcios que trataban de impedir el paso a la libertad de los israelitas; también nosotros tratamos de impedir el paso de la esclavitud a la libertad de estos hombres y mujeres, de estos ¡hijos de Dios!

            Ya sé, no hace falta que me lo digan, que este discurso mío es «buenista», «infantil», «poco realista», «ingenuo», «propio de alguien que no tiene responsabilidades políticas»,  «utópico», «políticamente insostenible y demagógico en sus planteamientos», un «peligro para la estabilidad mundial» etc. El problema está en que este argumento mío es profundamente religioso y profundamente cristiano. Estamos pidiendo a Dios que nos ayude a nosotros a salir de la crisis y… ¿los africanos que quieren saltar la valla no son «hijos de Dios»? ¿o son menos «hijos de Dios» que nosotros porque son pobres y negros? ¿o son, como algunos salvajes se atreven a decir en voz alta, esa parte «inservible y «prescindible» de la población mundial»?

            A mí solo se me ocurre una cosa. O bien dejamos de leer en la noche de Pascua, la noche más santa del año, la liberación del pueblo de Israel al pasar el Mar Rojo, o hacemos una lectura (efectiva, eficaz, eficiente) de este texto bíblico (¡palabra de Dios, decimos los creyentes!), y nos ponemos manos a la obra. Los «asaltantes» son «un nuevo éxodo». Una pregunta, no por molestar, sino por si queremos atrevernos a discurrir desde la fe: ¿estaremos asistiendo a un nuevo éxodo en el que Dios mismo nos está hablando, porque Dios está con los que saltan la valla?


Pedro Ignacio Fraile Yécora

19 de Septiembre de 2013

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17 septiembre, 2013

LA CRUZ DE CRISTO EN LA POESÍA CREYENTE (II)


             A raíz de la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, he recordado otras poesías en castellano que afrontan este mismo hecho terrible, que se torna en acontecimiento salvífico. La cruz no se entiende; por eso mismo los poetas quieren acercarse a ella con las palabras del corazón, no sólo de la inteligencia.

            Quiero comenzar recordando a ese poeta de altura, a quien creo que no se le ha hecho toda la justicia que se merece; hecho de barro zamorano y de fe honda de sus mayores. León Felipe encierra en sus versos la hondura de la fe rumiada y heredada en la tierra castellana junto con la rebeldía del poeta sensible que no se sabe de ningún sitio y que quiere creer aunque no pueda. León Felipe es un gigante de la poesía y de la fe. En su poema pide una cruz «sencilla», porque la tierra es sencilla, y el hombre es de tierra, y Jesús-hombre se «hace humano y se hace barro y tierra». Los ornamentos sobran, porque oros y platas sólo despistan de la hondura del momento: hombre crucificado y Dios crucificado. Misterio del barro humano, que solo Dios puede acoger y transformar en vida. La cruz solo tiene dos palos: uno hacia el cielo y otro hacia la tierra. Abrazo para los humanos y grito al Padre. Muchas veces recuerdo este poema y me lo repito, para no olvidar el misterio de la cruz.


Hazme una cruz sencilla carpintero


Hazme una cruz sencilla, carpintero...
sin añadidos  ni ornamentos...

Que se vean desnudos los maderos,
desnudos y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos...

Sencilla, sencilla...
hazme una cruz sencilla, carpintero

(León Felipe)


EN LA CRUZ ESTA LA VIDA Y EL CONSUELO


     Santa Teresa de Jesús es castellana, abulense; León Felipe es zamorano, del antiguo reino de León. Los dos están unidos a la tierra y a la fe. El varón tiene una poesía suelta, libre, sin referencias teológicas explícitas. La mujer compone de forma elaborada, con «sabidurencia» teológica. El primero sólo pide que le hagan una «cruz sencilla» que recuerde el abrazo de Dios al hombre y su mirada que se eleva al cielo. La segunda nos habla de salvación, y de consuelo. Los dos sufren porque son sensibles y aman. Los dos escriben y saben que la cruz forma parte del día a día del ser humano. Dos poetas de la tierra con hondura de sufrimiento amasado y expresado.

En la cruz está la vida y el consuelo,
y ella sola es el camino para el cielo.

En la cruz está "el Señor de cielo y tierra",
y el gozar de mucha paz, aunque haya guerra.
Todos los males destierra en este suelo,
y ella sola es el camino para el cielo.

De la cruz dice la Esposa a su Querido
que es una "palma preciosa" donde ha subido,
y su fruto le ha sabido a Dios del cielo,
y ella sola es el camino para el cielo.

Es una "oliva preciosa" la santa cruz
que con su aceite nos unta y nos da luz.
Alma mía, toma la cruz con gran consuelo,
que ella sola es el camino para el cielo.

Es la cruz el "árbol verde y deseado"
de la Esposa, que a su sombra se ha sentado
para gozar de su Amado, el Rey del cielo,
y ella sola es el camino para el cielo.

El alma que a Dios está toda rendida,
y muy de veras del mundo desasida,
la cruz le es "árbol de vida" y de consuelo,
y un camino deleitoso para el cielo.

Después que se puso en cruz el Salvador,
en la cruz está "la gloria y el honor",
y en el padecer dolor vida y consuelo,
y el camino más seguro para el cielo.

(Teresa de Jesús)


!OH CRUZ FIEL, aRBOL uNICO EN NOBLEZA!


            Los himnos litúrgicos están mucho más elaborados. Se ve la mano del poeta que sabe medir y rimar con maestría. Se ve la mano del teólogo: «el redentor en trance de cordero»; el «árbol de Adán se contrapone al árbol de la cruz»; Jesús camina libremente a su muerte en cruz «dando el paso porque él quiso».  Las imágenes son contundentes: el árbol que da hoja, flor y fruto, haciendo del tronco abrupto del madero, un árbol inigualable. No por la nobleza de la madera, sino por el humano que de ella pende.


¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos!

¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: "¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!"
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la Palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Vinagre y sed la boca, apenas gime;
y, al golpe de los clavos y la lanza,
un mar de sangre fluye, inunda, avanza
por tierra, mar y cielo, y los redime.

Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.

Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria.

  Amén.


EL ARBOL DE LA VIDA


            No me puedo considerar poeta, porque no lo soy; pero a veces me gusta poner por escrito, casi sin corregir, lo que me sugiere una lectura bíblica. El evangelio de Juan pone en paralelo el episodio de la serpiente levantada en un palo, como símbolo en medio del desierto, que sólo sanaba exteriormente, con la persona de Jesús, que elevado en la cruz, salva: ‘como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado,  para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna (Jn 3,14-15). Yo me imaginaba al pueblo de Israel, ansiando por llegar a la Tierra Prometida: un monte, un barranco, un espejismo… sigue el camino… ¿hay futuro? La serpiente del desierto era símbolo de una salvación pasajera para aquellos que estaban dañados; Cristo en la cruz es salvación real para todo el que pone sus ojos en él. Sin pretensiones de poeta, sino de creyente que comparte sus sentimientos, ahí están mis versos sueltos y sentidos.

Num 21,4-9; Jn 3,14

La Tierra Prometida
está siempre detrás de aquella colina.
El guía nos dice, ‘un poco más’,
y nosotros sólo podemos musitar:
‘ya no puedo más’.
Con voz débil le decimos:
¿Dónde estás, Señor, en este desierto?
¿Vas a dejar que tu pueblo muera renegando?
¿No vas a intervenir?
Si murmuramos, no te extrañes.
¿Vas a castigarnos porque recordamos otros tiempos
cuando éramos insultantemente felices?
La distancia es demasiado grande
entre nuestra condición rota y tu Señorío.
No nos dejes; no renuncies a tu obra;
somos tuyos; tú nos llamaste a la vida;
tú nos regalaste el don de la fe.

Y entonces, como en una visión,
aparece la cruz del Hijo, y una voz que dice:
«En este árbol está la Vida».

Pedro Fraile

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10 septiembre, 2013

LAS RELIGIONES DE SUSTITUCIÓN


            Dos acontecimientos, un nombre y una anécdota para principiar esta reflexión. El sábado por la noche recibíamos el «varapalo» que nos expulsaba definitivamente de la organización de los JJ.OO. por parte de Madrid, para el no cercano año de 2020. Se esfumaban muchas expectativas económicas y la posibilidad de ofrecer al mundo la liturgia de imágenes, colores, espectáculos y sensaciones más potente en la actualidad. Algunos lloraban, otros se lamentaban, otros veían cómo su «tabla de salvación» se iba camino del país del sol naciente.

            El segundo acontecimiento tiene lugar con la «Diada», día nacional de Cataluña, como lo tenemos en todas las comunidades autónomas donde ratificamos nuestra identidad y diferencia en el respeto: Día de Aragón el día de san Jorge, Día de Castilla en esta misma fecha aunque por motivo distinto-los comuneros-, Día de Andalucía, con Blas Infante etc. Una ‘diada’ que ha derivado de forma patente en una jornada reivindicativa nacionalista.

            Por nombre elegimos el de Bale, un señor requetepeinado inglés (del que dicen que da muy bien patadas al balón) y por el que han pagado la bonita cifra de 1.000 millones de euros; el chiste es fácil: «¿Bale los vale?».

            La anécdota es una presentadora de televisión que recomendaba ayer a un compañero de trabajo (¿trabajo?), un amuleto: «te lo recomiendo; a mí me ha ido muy bien».

            Resumiendo: un acontecimiento deportivo litúrgico con inexcusables lecturas políticas salvíficas; un acontecimiento festivo, histórico, social y popular con imprevisibles consecuencias políticas;  un nombre que resuena a «ídolo» adorado; y un recurso tan antiguo como el ser humano a la ayuda extracorporal y suprahumana.

            El ser humano es un ser religioso por naturaleza. Cuando no se «religa» a Dios, se religa al éxtasis que supone la belleza del cuerpo humano que busca romper sus límites: «altius, citius, fortius» (más alto, más rápido y más fuerte). El ser humano necesita expresar públicamente y de forma bella y esplendorosa un canto a su poder: es la liturgia de los cuerpos que se retuercen y se ponen al máximo en una carrera de belleza, potencia y esfuerzo. Es una liturgia «prometeica». Bella, luminosa, humana.

            El segundo punto es extremadamente delicado. Una canción juvenil de hace años cantaba «somos ciudadanos de un mundo que fue creado como casa de todos»; los anarquistas con pedigrí se definen como «internacionalistas», porque no admiten fronteras. Desde un punto de vista naturalista, mi hermano me dijo un día: «si en el aire no hay fronteras, ¿por qué las ponemos en la tierra? Los animales no conocen fronteras…¡las ponemos los humanos!».  El cristianismo es, por definición, universal: ‘id por todo el mundo y anunciad el evangelio’. ¿Los nacionalismos son un ‘adelanto’ o un ‘retraso’? ¿Vamos hacia la «casa de todos» o hacia «mi casa»? Los nacionalismos tienen tanta fuerza que coaligan en torno a ellos toda una simbología, una argumentación, unas liturgias de identidad, diferenciación y pertenencia… que sólo son comparables con la religión.

            El futbolista Bale me vale (me sirve) para hacer referencia a los ídolos y a la idolatría. Cuando no hay referencias personales a las que seguir o por las que luchar, se imponen los «dioses de barro». Nada nuevo; en la Biblia el pueblo de Israel se hizo un «becerro de oro». El ser humano es «adorador». Adora lo que le propongan de forma satisfactoria y sugerente. La fe cristiana también es adoradora; pero dice: «no adoréis a nadie más que a él» (a Dios, y a Jesús, el Hijo de Dios).

            Por último, los amuletos. La vida no se controla: rachas de buena o mala suerte; enfermedades;  exámenes; búsquedas de trabajo; altibajos en el amor… Los amuletos conviven con el ser humano en todas las culturas. Los amuletos van de mano con la magia. Las religiones serias los aborrecen (judaísmo, cristianismo, Islam-siempre las nombro por orden de aparición en la historia). La gente sencilla (o no sencilla, pero que piensa que pertenecer a una religión de forma confesante es un retraso), hacen renacer, si algún día habían desaparecido, el eterno retorno de los amuletos.

            Cuando decimos «no» a Dios, el que nos sostiene y provoca; el que nos confunde porque no siempre nos da lo que pedimos; el que se calla cuando más queremos que hable; el Dios que no se deja manipular, porque un Dios blandiblup no sería Dios; el Dios que se compadece de los pequeños y debilitados… cuando decimos «no» a Dios, porque nos parece que está pasado de moda… aparecen las «religiones de sustitución»: culto al deporte o culto al país; adoración al ídolo con pies de barro y amuletos que nos protejan.

            Siglo XXI. Año 2013. ¿Van a desaparecer las religiones? ¿Van a purificarse las religiones? ¿Vamos a aprender, de una vez, que cuando quitamos de nuestra vida a Dios salen como las setas en otoño, las «religiones de sustitución»?

 

Pedro Ignacio Fraile Yécora

10 de Septiembe de 2013

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07 septiembre, 2013

LOS ÁNGELES LLORAN EN MALULA (SIRIA)


 Hace cinco años que estuve en Malula. Fue un viaje inolvidable en el que un grupo de peregrinos habíamos comenzado en Damasco (Siria), atravesamos la hermosísima y rica Siria (la fortaleza de Alepo, la columnata de Apamea), fuimos al desierto (ciudad romana de Palmira), y nos adentramos en Turquía por Antioquía. ¡Qué hermosura y qué riqueza!
            Una de las paradas, no menores en importancia, sí en ser un lugar conocido, fue el pueblecito entre montañas de Malula. Es un pueblo cristiano donde aún se conserva como lengua el arameo. ¡La lengua que habló Jesús!

            Era domingo y fuimos a una Iglesia, creo recordar de rito caldeo, y pedimos celebrar allí la Eucaristía. Los parroquianos acababan de salir de su celebración semanal. Nos saludamos afablemente, aun sin conocernos. La fe en Cristo, el Señor, nos unía. Allí, el muy querido y muy llorado José Antonio Marín Jiménez (en la foto), nos presidió la celebración. ¡Estábamos en un pueblecito de Siria, pequeño, celebrando la Misa en medio de un gran país, en una iglesia antiquísima! ¡Qué hermosura!

            A la salida pasamos por un estrecho desfiladero que corta en dos un monte y que lleva el nombre de «Desfiladero de santa Tecla»; luego fuimos a una Iglesia ortodoxa, justo en el momento en que una monja tocaba el madero que llama a la oración. Luego tuvimos tiempo para ver cómo los hombres del pueblo se acercaban a la panadería a comprar sus hogazas de pan recién horneadas. ¡El pueblo olía a pan!

            ¡Malula, Malula! Pueblo en las montañas a la que un día prometí volver. ¿Qué quedará de ti si algún día regreso a Siria? ¿Seguirá existiendo la pequeña comunidad cristiana caldea que nos acogió en su iglesita? ¿Seguirán las monja saliendo a tocar el madero de forma armoniosa? ¿Seguirán yendo los hombres a la panadería a busca el pan que partirán en la mesa con la familia?

            José Antonio, desde el cielo, sigue pidiéndole al buen Dios que ponga su mano protectora sobre las rocas de Malula… y de Siria.


Pedro Ignacio Fraile Yécora

7 de Septiembre de 2013



06 septiembre, 2013

EL ELOGIO DEL SILENCIO (Vigilia de oración por la paz en Siria)

   
            La religión cristiana, en general, es una religión muy ruidosa. Los popes orientales que desgranan sus salmos, plegarias, anáforas y prefacios en la «Divina liturgia» cantan sin parar, sin dejar huecos. Los jóvenes armenios apuntan a lo alto en tonos agudos, donde sólo unos pocos privilegiados pueden llegar, en las liturgias que guardan celosamente los primeros cantos cristianos con sabor a los montes caucásicos. Los pentecostales norteamericanos mezclan las invocaciones al Espíritu Santo con espasmódicos gritos aleluyáticos. Los coros de gospel evangélicos hacen de los cantos litúrgicos un modo de soul medio africano, medio barriobajero norteamericano, que se puede cantar tanto en las iglesias de Mississipi como en el cine, como en los teatros de todo el mundo. Los luteranos han hecho del órgano un instrumento que nos lleva, casi sin querer, al Deus tonans (al Dios tronante) de las divinidades paganas. ¿Qué decir de la liturgia católica? Que es extremadamente ruidosa. Unos apuestan por el monástico y cadencioso canto gregoriano, muy nuestro, muy «católico»; otros prefieren la solemnidad del órgano; otros los compases desgarrados y repetitivos de la guitarra; otros optan por los tonos metálicos de la guitarra eléctrica; y por la batería si se tercia; otros católicos danzan y bailan al estilo pentecostal; otros entonan horribles melodías que no desaparecen de las liturgias dominicales con el pretexto de que «son las únicas canciones que la gente se sabe».

            Me confirmo en lo dicho; la Iglesia católica ofrece al mundo una «religión ruidosa». A veces vas a una Iglesia a rezar, y el párroco pone música de fondo ¡cuando lo que buscas es silencio! Otras veces vas a una oración comunitaria, y el presidente no hace sino hablar, ¡no calla!… En muchas celebraciones eucarísticas dominicales el que preside la celebración católica por excelcnia, no hace sino echar homilías: homilía antes de empezar, homilía antes del perdón, homilía antes de la lectura, homilía como homilía, homilía antes del padrenuestro, homilía antes de los avisos finales y homilía después de los avisos finales…. ¿Cuándo se está en silencio? Si va a haber silencio, rápidamente alguien entona un canto… «Que no haya sensación de vacío acústico, aunque sea penoso; hay que cantar, aunque cantemos mal», parece que piensan…

            Los católicos tenemos que aprender a rezar en silencio. La verdad es que forma parte de nuestra tradición: adoración eucarística en silencio; Iglesias abiertas para rezar sin música de fondo; capillas recoletas donde se puede escuchar el sonoro ruido del silencio; rezar en la naturaleza; rezar haciendo silencio interior en medio de unos grandes almacenes comerciales; rezar silenciando los ruidos externos en el bullicio de una ciudad.

            El silencio es «la voz de Dios». Con frecuencia decimos «vamos a rezar», y ponemos música, o hacemos lecturas, sean las que sean, vengan a cuento o no; ¡que alguien lea algo!; todo por no guardar silencio. ¿Será miedo a lo que Dios nos quiera decir? ¿Podemos escuchar a Dios si estamos continuamente habitados por pensamientos ruidosos, por rumores persistentes, por gritos insolentes, por deseos no acallados? Los católicos necesitamos urgentemente revisar nuestras liturgias y nuestras oraciones para dar cabida al silencio: para escuchar la palabra de Dios en silencio, para comulgar el cuerpo de Cristo en silencio, para adorar en silencio. Muchas veces pensamos que si el sacerdote o alguien cualificado no comenta el texto evangélico que se proclama… ¡no vale la oración! Dejemos que Dios, por medio de su palabra, diga lo que tiene que decir…No le digamos a Dios lo que no quiere decir…

            Este «elogio del silencio» lo escribo un día antes de las vigilias que ha convocado por todas partes el Papa para rezar por la paz en Siria y, por extensión, en todos los países en guerra. Por eso propongo que en las vigilias de oración no haya canciones de ningún tipo. Que nadie cante.

            Propongo comenzar escuchando el estallido de bombas y de sirenas que anuncian bombardeos; los asistentes a la oración callan. Puede seguir sonido de disparos de fusil, o de ametralladoras (taca, taca, taca, taca…). Un grito de fondo desgarrador, le han dado a alguien… Luego llantos de niños y de adultos… La fachada de una casa se derrumba… Entre estos sonidos, que sean reales, tomados de reportajes a las que se les han quitado las imágenes, sólo silencio… Que no haya ni música de guitarra, ni de órgano, ni de batería; tampoco de violas y violines. Dios está hablando. Dios habla para decir que él no quiere guerras. Dios habla para decir que las guerras no las ha creado él.

            Un solo relato bíblico para judíos, musulmanes y cristianos: Caín y Abel. ¿Dónde está tu hermano? Y la respuesta de Caín: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? La violencia, nos dice el Génesis, no ha sido creada por Dios; Dios no es el origen de la violencia; Dios no quiere violencias.

            Señores políticos del mundo; cuando estén solos en su habitación, sin que nadie les hable, ni les moleste, pidan una Biblia y lean de nuevo el relato de Caín y Abel. ¡En nombre de Dios decimos: no a ninguna guerra! Lo lean… en silencio.

 

Pedro Ignacio Fraile Yécora

6 de Septiembre de 2013,

víspera de la Vigilia de Oración convocada por el papa Francisco para pedir la paz en Siria

 

 

 

03 septiembre, 2013

LA OBSCENIDAD DE HABLAR DE PALMIRA, EN SIRIA


 
            A día de hoy, martes tres de septiembre de 2013, aún no han comenzado las hostilidades bélicas de «Occidente» contra el actual régimen dictatorial sirio. El Papa Francisco ha convocado una vigilia de oración, a nivel mundial, contra esta guerra y contra todas las guerras. Me parece que a Obama le importa poco lo que diga el papa, porque él, «erre que erre» (como diría mi paisano Paco Martínez Soria), ha decidido que va a intervenir. ¿Por qué será que todos los presidentes norteamericanos tienen su «guerra»? Obama parecía que iba a ser la excepción, pero parece que tampoco él se libra de ser «sheriff» del mundo. ¿Por qué será, también, que los norteamericanos hacen sus guerras siempre lejos de casa? Ojalá que no veamos a los López, García, Flores etc. (carne de cañón chicana, puertorriqueña o guatemalteca), unidos a los descendientes pobres de los negros esclavos africanos afincados en EE.UU., de nuevo haciendo de «polis malos» en los desiertos de Siria. Una tercera pregunta; si tanto les preocupan los derechos humanos a los gobernantes occidentales, ¿por qué no intervienen en las interminables guerras fratricidas de África, donde desde hace décadas se exterminan las tribus unas a otras ante la mirada indiferente de Occidente? Una última observación triste y cínica: primero fabrican las armas; luego se las venden; luego les acusan de usarlas.

            El problema de Siria es muy complejo y se nos escapa. Tiene que ver con antiguos regímenes árabes socialistas laicistas que han desembocado en dictaduras familiares; tiene que ver con la división del Islam y su lucha por la preponderancia en el mundo árabe (sunitas y chiíes); tiene que ver con una presencia cristiana anterior al Islam, perseguida a muerte por unos y por otros. Allí hay mucha violencia, unas veces transmitida al mundo y otras silenciada por intereses que se nos escapan. Allí se juega mucho el equilibrio actual entre Occidente y Oriente. Como si de una maldición se tratara, las tierras de Siria y Palestina están condenadas a ser tierra donde se hacen las guerras las potencias extranjeras. En la Biblia se nos dice que allí combatieron babilonios contra egipcios; egipcios contra hititas… hoy combaten norteamericanos contra rusos…  La historia se repite; cambian los protagonistas, pero no los escenarios ni los intereses. Desde esta página, un grito: ¡No a la guerra! ¡No a esta guerra, ni a cualquier guerra! ¡No al terror! ¡No a la barbarie!
 

            En este ambiente de preocupación real es obsceno hablar de la riqueza cultural de Siria. Algunos pensarán que Siria es un gran desierto, sin nada interesante. Falso totalmente. Desde esta página dedicada a Tierra Santa voy a ir mostrando algunas de las maravillas de este país.
 
 
            Cuando el viajero mira a derecha e izquierda, y cree que ya sólo hay un interminable desierto de arena que no alcanza con la vista; cuando piensa ingenuamente que es un audaz descubridor de sendas por las que nadie ha pasado antes…., ve una indicación en la carretera que dice: «a Palmira». Esta ciudad con nombre de mujer, guarda en medio del desierto, las huellas de lo que fue una ciudad populosa, culta, exquisita, romanizada, allá por el siglo III d.C. La ciudad, de origen nabateo, alcanzó su esplendor con la reina Zenobia (266-272 d.C.).

            Siria no es una tierra de «gente ruda e inculta». Siria fue en la antigüedad cuna de civilización mesopotámica; luego griega; luego romana. Hoy… ¿destruida, arrasada y «salvada» por los cultos occidentales? Seguiremos mostrando la belleza y cultura de Siria aunque sea un acto obsceno.

 

Pedro Ignacio Fraile Yécora

3 de Septiembre de 2013