28 marzo, 2014

LAS CRISIS DEL CREER (Cuarto domingo de Cuaresma: el Ciego de Nacimiento. Segunda reflexión)


La palabra «crisis» es muy seria como para hacer bromas de mal gusto. Cuando nos dicen una y otra vez que entre nosotros, aquí, en casa, cada vez hay más personas que no pueden afrontar los gastos ordinarios… eso es muy serio. No es para «ningunear» el problema. Por eso, sólo diré que la palabra «crisis», siendo terrible en muchas ocasiones, tiene en su origen etimológico un aspecto positivo junto con el negativo. El negativo es evidente; crisis es sinónimo de «ruptura», de «fracaso», de «abandono»; en definitiva, de dolor y de frustración.
¿Cuál es el aspecto positivo de la «crisis»? La etimología griega nos dice que viene de una palabra que significa «juicio»; por extensión «estar en crisis» supone estar en un estado de «enjuiciamiento», de «poner todo encima de la mesa para emitir un juicio», de «dirimir entre valores y contravalores». Desde este punto de vista, de la «crisis» se puede sacar luz o se pueden abrir caminos nuevos.



El evangelio de este próximo domingo, el del ciego de nacimiento que comenté ayer, cuando Jesús se encuentra por segunda vez con el ciego, ya curado, le preguntó: ‘Crees en el Hijo del hombre? El ciego le contestó: ¿quién es para que pueda creer en él? (…) Aquel hombre dijo: creo, señor, y se postró ante él (Jn 9, 36). Aunque seamos poco observadores, descubriremos que al final del relato, por tres veces aparece el verbo «creer». Jesús, en el evangelio de san Juan, pone en un compromiso a quien se cruza en su camino: «¿crees?», es la pregunta que hace a cada uno que se atreve a leer estas páginas.

Hace ya muchos años, quince o quizá más, un sacerdote de estos clarividentes, afirmaba sin complejos: «el gran problema de la Iglesia es la falta de fe». Los años le están dando la razón. Otro sacerdote amigo mío, con gracejo malagueño, sentenciaba hace más de treinta años: «cuando falla la fe, aumentan las devociones»; lo decía porque ya entonces se cambiaban en algunos grupos los planteamientos teológicos serios por una vuelta a devociones de bajo perfil. Un tercer sacerdote, también amigo, dice con frecuencia cuando se entera de que mucha gente abandona la fe cristiana para dejarse llevar por las atractivas llamadas de la «New Age»: «si ya lo digo, con tal de no creer en Dios, creen en cualquier cosa». Por último, mi padre, que no era sacerdote pero era un hombre de fe repetía una frase que no era suya: «el ser humano está hecho para adorar; si no adora a Dios, acaba adorando a las bestias».
Pongamos un poco de orden en lo que acabo de decir. El ser humano tiene inscrito en su corazón una huella indeleble, a fuego: la espiritualidad. Los cristianos reconocemos en ella la huella creadora de Dios; el profeta Isaías lo dice de forma hermosa y poética: «nuestros nombres están tatuados en las manos de Dios».
La fe es una respuesta afectiva, amorosa y madura de la persona que sabe reconocer las huellas de Dios en su vida. El paso de Dios por la vida de una persona «deja huellas», como nos dice el relato de la lucha de Jacob con el ángel de Dios. La fe, decimos los creyentes monoteístas (Judaísmo, Cristianismo e Islam) es personal: necesita un «tú» (Dios) al que se dirige, al que ora, al que suplica y al que pide explicaciones el ser humano: «yo». Las religiones monoteístas se toman muy en serio a Dios y al hombre: podemos abrirnos a él y creer en él, pero podemos también cerrarnos a él y negarle o incluso decidir que no lo queremos en nuestra vida.
La crisis ha llegado desde hace tiempo a la fe. La crisis no ha llegado a Dios, que no necesita «defensores» (en todos los siglos abundan «defensores de la causa de Dios»). La crisis ha tocado el corazón del ser humano, como decía mi amigo sacerdote: unos dirán que la teología es cosa de teólogos, y volverán a los devocionarios buscando una fe de perfil bajo. Otros se adentrarán en mundos nada definidos de espiritualidades sin nombre, con la promesa de encontrarse a sí mismos (incluso algunos presumiendo de haber abandonado el evangelio de Jesús por estar ampliamente superado)… Los hay que adorarán cualquier cosa: un deportista, un cantante, el poder, el dinero… ¡las bestias! ¡Adoramos a las bestias cuando sólo se puede adorar a Dios!
El evangelio del ciego de nacimiento nos habla de cegueras hondas (las propias del que nunca ha visto la luz, ni conoce los colores); de luces que faltan y de sombras que desdibujan la realidad. Nos hablan de una vida sin luces, sin colores, sin matices ni contornos… ¡sin sentido!
La fe tiene que ver con el sentido. Jesús nos invita a creer porque sabe que Dios no es barrera, no es obstáculo, ni callejón sin salida, sino puente, puerta y camino. La fe está en crisis. No es una buena noticia. El evangelio del domingo nos invita a que demos el paso: ‘Crees en el Hijo del hombre? El ciego se adelantó y dijo «creo».

Pedro Ignacio Fraile Yécora
28 de Marzo de 2014

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