03 agosto, 2013

COSAS QUE NO SE COMPRAN CON DINERO (3+1)


«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»  (Lucas 12, 13‑21)

1. Tanto tienes, tanto vales. Muchas veces el ser humano reduce lo que es a lo que puede poseer y, consecuentemente, a lo que puede mostrar en el mundo: estas son «mis posesiones», «mis tierras», «mis joyas», «mis casas», «mis ropas»….

2. Valor y precio. Sólo el necio confunde «valor» y precio», dice el poeta. En la vida hay cosas que «valen» mucho, pero que no «cuestan» nada: el beso de una madre; el abrazo del esposo o esposa; la conversación con un amigo; una fiesta por una alegría en la familia; el apoyo a una persona desahuciada;  la mano generosa que ofrece más de lo que tiene para vivir. Todo eso es enormemente «valioso» y no se puede medir en parámetros de dinero. Por eso, no es verdad que las personas nos medimos por lo que «poseemos» o «tenemos». La dignidad de la persona no se mide por los millones que tiene en el banco o por las fincas y empresas que posea.

3. Tanto vales, porque eres persona. La persona está en la vida para desarrollar todas sus capacidades, tanto  materiales como espirituales; cada uno las que tenga: unos son grandes emprendedores y otros artistas geniales; unos son gigantes en lo humano y otros brillantes científicos. El sentido último de su vida no se juega en los bienes que hayan acumulado, sino en su cualidad humana y espiritual. El voluntario que dedica su tiempo libre a los ancianos; la madre de familia que saca horas donde no hay para sus hijos; el poeta que nos ayuda a descubrir la belleza de la vida; el científico que trabaja para mejorar la vida; el juez que busca la justicia; el obrero que construye con sus manos; el contemplativo que es un «regalo de Dios», todos dicen a voz en grito cuál es el sentido último de la vida. 

3+1. Vales tanto porque eres hijo de Dios. El nivel anterior es totalmente humano. Lo pueden firmar creyentes o no creyentes; cristianos o no. Pero podemos dar aún un paso más de la mano del Eclesiastés y del evangelio que hoy leemos. El Eclesiastés es un aldabonazo que despierta nuestra conciencia dormida: ¿cuál es el sentido último de la vida? ¿No será todo una enorme vanidad? Jesús nos invita a entrar en una dimensión más honda, más profunda, más humana, más auténtica. Hay que adentrarse en los territorios del corazón sincero, del espíritu noble, de la gratuidad sencilla, de la justicia misericorde, de la gracia desbordante, de la sorpresa humilde… y nos llevarán al misterio mismo de Dios. La verdadera riqueza de la persona, nos dice Jesús, está en el misterio mismo de Dios que habita en nosotros.